Marihuana, la medicina prohibida (3)
Lester Grinspoon y James B. Bakalar.
Glaucoma
El glaucoma es una enfermedad producida por la falta de equilibrio de presión en el interior del ojo. El globo ocular debe ser perfectamente esférico para enfocar adecuadamente la luz sobre la retina. Su forma es mantenida por la presión de un fluido interno, el humor acuoso. Si el ojo produce demasiado fluido o si los canales por los que circula se bloquean, el exceso de presión puede dañar el nervio óptico que transmite los impulsos del ojo al cerebro. El glaucoma afecta al 1,5 de la población de cincuenta años y aproximadamente al 5 % a la edad de setenta. Exceptuando la degeneración de la retina propia de la vejez, es la principal causa de ceguera en los Estados Unidos. La mayor parte de los casos de glaucoma es de tipo simple crónico o de ángulo abierto, en el que los canales se van estrechando gradualmente y la presión en el interior asciende lentamente. La consiguiente pérdida de visión periférica puede pasar inadvertida hasta que la enfermedad está bastante avanzada. La pronta detección y control de la presión intraocular son elementos necesarios para evitar un daño irreversible.
Actualmente el glaucoma es tratado principalmente con gotas para los ojos que contienen beta-bloqueantes e inhiben la actividad de la epinefrina (adrenalina). Son muy efectivos pero pueden tener importantes efectos secundarios; pueden provocar depresión, agravar el asma, decelerar el ritmo cardíaco e incrementar el peligro de fallo cardíaco. Las gotas para los ojos de productos parecidos a la epinefrina también pueden ser efectivas en el tratamiento del glaucoma, pero pueden irritar el blanco del ojo y agravar la hipertensión y las dolencias cardíacas. Los mióticos (drogas que contractan la pupila), como la pilocarpina, se recetan también para el glaucoma. Son generalmente seguros para el corazón y para los sistemas respiratorio y digestivo, pero pueden causar visión borrosa, pérdida mayor o menor de visión nocturna y cataratas. Los pacientes también pueden ser tratados con píldoras que contienen un inhibidor de la anhidrasa carbónica, que reduce la producción de humor acuoso. Los inhibidores de la anhidrasa carbónica pueden causar pérdida de apetito, náuseas, diarrea, dolores de cabeza, entumecimiento y hormigueo, depresión y fatiga, cálculos renales, y un desarreglo sanguíneo fatal.
El descubrimiento de que la marihuana reduce la presión intraocular tuvo lugar en un experimento en la Universidad de California, en Los Ángeles, destinado a determinar si, como creía el Departamento de Policía, el cannabis dilataba las pupilas. Las pupilas resultaron estar ligeramente contraídas más que dilatadas. Un examen oftalmológico mostró que el cannabis también reducía las lágrimas y la presión intraocular. Posteriores experimentos indicaron unos efectos similares en pacientes con glaucoma. La marihuana redujo la presión intraocular por un promedio de cuatro o cinco horas. Bajo su influencia, las pupilas responden normalmente a la luz; la agudeza visual, la refracción, el campo visual periférico, la visión binocular y la visión del color no se veían afectados.
Varios estudios sobre animales han establecido que el cannabis es también activo cuando se aplica como gotas para los ojos. Esto es importante porque la aplicación tópica tiene muy pocos efectos psicológicos. Lamentablemente, las preparaciones de cannabis para aplicación tópica en seres humanos no han sido todavía desarrolladas de manera suficiente. En la fase conocida como estadio final del glaucoma, el paciente pierde un grado sustancial de visión, su estado empeora, las drogas habituales ya no son efectivas y la ceguera es inminente.
Testimonio 1.- El escritor del siguiente relato, Robert Randall, había alcanzado esa fase cuando comenzó a fumar marihuana. Había probado todos los productos disponibles para el glaucoma y en las dosis más altas permitidas, pero su presión intraocular se mantenía peligrosamente alta. Fumé mi primer cigarrillo de marihuana el día que Richard Nixon fue elegido presidente. Ahora el presidente es George Bush y aún fumo legalmente marihuana medicinal y, a consecuencia de ello, todavía disfruto de mi capacidad de ver.
Fumar marihuana me hizo ver más claro. No estoy hablando de iluminación, sino de visión. Desde mi adolescencia mis noches han sido frecuentadas por problemas visuales, pasajeros halos tricolores. Algunas noches tenía una ceguera blanca. Pensé que el asunto no tenía importancia porque cuando se lo dije a mis médicos me dijeron que si fuera más viejo podría ser grave, pero, puesto que yo era demasiado joven debía ser simplemente “vista cansada”.
Después de graduarme en 1971, fui a Washington a escribir discursos para gente importante y terminé conduciendo un taxi. Dejé de fumar marihuana. Una tarde del verano de 1972, cerré el ojo izquierdo y descubrí que no podía leer con el ojo derecho. En lugar de letras, veía un revoltijo de tinta negra que manchaba una página blanca. No importaba que acercara o alejara el texto; permanecía indescifrable. Fui a ver a un oftalmólogo. Tenía entonces 24 años. A Benjamin Fine, uno de los oftalmólogos más importantes del país, le hablé de mis halos y de mi ceguera. Realizó pruebas y un examen de mi campo visual. Finalmente, el doctor Fine me llamó a su despacho y me dijo: “Tienes una grave enfermedad llamada glaucoma. Has sufrido ya un gran deterioro visual y en el mejor de los casos, te quedan tres, tal vez cinco años de visión. Has perdido la mayor parte de la vista en los dos ojos. Tu presión está por encima de 40 en los dos ojos. Debería estar por debajo de veinte. Te vas a quedar ciego”.
La cirugía era arriesgada, especialmente en alguien con un nivel tan avanzado de la enfermedad. Había considerables posibilidades de que la cirugía aniquilara los pequeños fragmentos que quedaban de tejido óptico sano. El doctor Fine me puso pilocarpina en los ojos, y me despidió con estas palabras: “Vive la vida...”.
Relativamente tranquilo entré en mi taxi, y me di cuenta de que no podía ver más allá del cuadro de mandos. La pilocarpina produce una intensa miopía. Ignoré la depresión. Todavía podía ver y leer un poco. Hasta que caí en poder de la Pilo [pilocarpina], que rápidamente redujo mi visión. El glaucoma y su terapia me introdujeron a las más destructivas realidades. Pilo y conducir no son compatibles. A la semana del diagnóstico estaba fuera de mi taxi y sin trabajo. Considerado “incapacitado”, fui a dar a la Seguridad Social. Semanas después del diagnóstico, mi dosis de Pilo se dobló, y se cuadruplicó. En unos meses, se añadía epinefrina. Epi me aceleraba los latidos del corazón, dilataba las pupilas y dejaba entrar tal flujo de fotones que me sentía anegado de luz. Entonces vino Diamox (un inhibidor de la anhidrasa carbónica), una píldora, un diurético. Fatiga aplastante. El sabor de todo cambió. Finalmente, fosfoline yodado, gotas para los ojos, vino a añadirse a la mezcla. Este bombardeo farmacéutico me dejó con la visión borrosa, disfuncionalmente miope, fotofóbico, extremadamente cansado, con un dolor de espalda crónico y calcificación de los riñones.
Sin embargo, el control médico sobre la presión intraocular seguía sin conseguirse. Los campos visuales de ambos ojos se contraían. A pesar de utilizar todos los agentes farmacéuticos inventados, mis noches eran rutinariamente visitadas por halos tricolores, una señal de que la presión ocular estaba por encima de 35 mmHg (35 milímetros de mercurio). Luego hubo noches de ceguera blanca, el mundo se volvía invisible por su brillo. Entonces alguien me dio un par de porros. ¡Bendita hierba! Esa noche cené y vi la televisión. Miré por la ventana y no había halos. Fue cuando tuve la experiencia clave: Fumas hierba, la tensión de tu ojo desaparece.
A la siguiente mañana comencé un análisis de la realidad. De este modo comenzaron seis meses de observación clínica. Al final la conclusión fue inevitable: Sin marihuana había halos y noches de ceguera blanca. Con marihuana no había halos. Acepté que la marihuana podía ayudarme a no quedarme ciego. Le conté al prestigioso oftalmólogo Ben Fine la revelación que me había proporcionado el cannabis. El doctor Fine estaba muy complacido por los resultados. Los campos visuales se estabilizaron. Mi camino hacia las tinieblas se hizo más lento y posteriormente se detuvo. Cuando el glaucoma estuvo bajo control médico, escapé de la Seguridad Social y conseguí un trabajo de enseñanza en un colegio local.
Aparte de los desagradables encuentros con el hampa, la marihuana ilegal es terriblemente cara y no siempre está disponible. Para arreglármelas con el suministro cultivé algunas plantas. Mientras estaba de vacaciones en Indiana, los polis se llevaron mis seis plantas de marihuana cultivada. Al volver encontré una orden judicial conminándome a que me presentara en la comisaría. Cuando conté a mis abogados que fumaba marihuana para combatir el glaucoma, pensaron que estaba loco. Pero cuando lo comprendieron, dijeron que lo demostrara. Hablé con Keith Stroup, jefe de la Organización Nacional para la Reforma de las Leyes de la Marihuana. Keith me dio algunos números de teléfono y me sugirió que llamara. Telefoneé a la burocracia federal. Al menos tres burócratas me dijeron: “Sí, ya sabemos que la marihuana es útil para el glaucoma...”. ¡Lo sabían pero no querían que nadie más lo supiera! El gobierno conocía de los efectos beneficiosos de la hierba sobre el glaucoma desde principios de 1971. La marihuana es una cuestión política, no un asunto médico.
Finalmente, pasé por dos experimentos médicos controlados. El primero, realizado en el Jules Stein Eye Institute, UCLA, requirió mi encarcelamiento por 30 días. Los investigadores del UCLA confirmaron que la marihuana reducía mi tensión ocular. Descubrieron que mi enfermedad no podía ser controlada usando las medicinas convencionales contra el glaucoma. Conmigo experimentaron el THC sintético (Marinol), que me provocaba un estado de ansiedad artificial. Al final, el UCLA dictaminó que la marihuana era decisiva para el mantenimiento médico de mi visión. En marzo de 1976, se emprendió un segundo experimento en el Wilmer Eye Institute, de la John Hopkins University, donde fui internado seis días, los más miserables de mi existencia. Los médicos no querían testificar ante los tribunales. Así que lanzaron contra mí todas las drogas contra el glaucoma. Rebusqué en la biblioteca, y quedé aterrado por los efectos secundarios de las medicinas contra el glaucoma: cataratas, cálculos renales, úlceras gástricas, erupciones cutáneas, fiebres, confusión mental, bruscos cambios de estado de ánimo, hipertensión, fallos renales, respiratorios o cardíacos, y muerte.
La evaluación del UCLA era correcta: sin marihuana, mi tensión ocular estaba más allá del control médico. Pero los cirujanos del Wilmer recomendaron una inmediata intervención quirúrgica, que el doctor Fine sabía que acabaría dejándome ciego. Finalmente, el doctor Fine accedió a testificar en mi defensa. El resto es historia, resumida en un párrafo:
En mayo de 1976, solicité a las agencias federales de la droga, el acceso inmediato a un suministro oficial de marihuana. En julio, en el proceso, esgrimí la todavía no legitimada defensa de la “necesidad médica”. En noviembre entregaron 300 cigarrillos de marihuana a mi nuevo médico, John Merrit, de la Howard University. De esta forma, me convertí en el primer estadounidense que tenía acceso a una marihuana legal y médicamente supervisada. En el mismo mes, el Tribunal Supremo del distrito de Columbia falló mi caso, sancionando mi uso de la marihuana como mero acto de “necesidad médica”.
A principios de 1978, los polis cortaron mi suministro. Contesté con una demanda. Llegamos a un arreglo al margen de los tribunales. Este acuerdo me garantiza el acceso médicamente adecuado a la marihuana para satisfacer mis legítimas necesidades terapéuticas.
Testimonio 2.- Elvy Musikka es una mujer de 42 años de edad, que vive en Hollywood, Florida. Esta es su historia: A finales de febrero de 1975 fui a ver al doctor Rosenfeld, de medicina general en Fort Lauderdale. Realizó un examen muy completo y me dijo que tenía glaucoma. La presión máxima de mi fluido intraocular estaba por encima de 40 (la presión normal está por los 15). El doctor Rosenfeld insistió en que acudiera inmediatamente a un oftalmólogo. Sus sospechas se vieron confirmadas y comencé con las gotas de pilocarpina.
En la primavera de 1976 con la pilocarpina comencé a ver círculos. Me resultaba molesto utilizar las lentes de contacto y mi presión iba en ascenso. Un nuevo doctor me sugirió la marihuana, pues de otro modo era probable que me quedara ciega. La ceguera no era nuevo para mí. Nací ciega, con cataratas congénitas, y tuve mi primera intervención quirúrgica a los cinco años. Usé unas gafas muy gruesas hasta los catorce años cuando me operaron del ojo izquierdo, y perdí la mayor parte de la vista en ese ojo. Pero con 20/200 de visión en el ojo derecho y la ayuda de las lentes de contacto había ido bastante bien, hasta que apareció el glaucoma.
Ahora he descubierto que la marihuana es muy efectiva para prevenir y aliviar la náusea. Yo no sabía dónde conseguirla y no siempre tuve acceso a ella. Cuando la presión estuvo muy alta, mi médico me consiguió algo. Me la pasaba por medio de su secretaria. Aquello no podía continuar, y traté de lograr marihuana legalmente. No pude conseguir bastante y tenía que continuar usando pilocarpina. Cuando volvieron los círculos de nuevo, mi médico estaba fuera de la ciudad y fui a una nueva clínica. El médico que me atendió se molestó porque estaba usando marihuana para tratar el glaucoma. Me recetó dos terribles drogas. El Diamox eliminó todo el potasio de mi cuerpo y estaba completamente apática. Mis hijos tenían que cuidarse por sí solos, pues cuando llegaba a casa lo único que podía hacer era meterme en la cama. Y el fosfoline yodado me pareció insoportablemente doloroso.
En enero de 1977 mi médico me envió a un centro de investigación en la Universidad de Miami. Pensaba que eso podía ayudarme a obtener marihuana legalmente. Cuando llegué mi presión ocular superaba los 50 en el ojo derecho y los 40 en el izquierdo. Me dieron todo, pero no sirvió de mucho. Pasados los días la presión apenas había bajado de los 40 en los dos ojos, así que decidieron una operación de emergencia. Aquella noche usé un poco de marihuana. Cuando llegué para la operación, los doctores se sorprendieron que mis presiones eran normales: ¡14 y 16! Aún así, realizaron la operación, extirpándome los conductos lacrimales. A causa de ello, de nuevo tengo que usar las gafas de enormes cristales. Tras esta intervención, quedé con menos vista, más tejido dañado, y las presiones más altas; y no podía volver al trabajo. Ahora me enfrentaba no sólo al glaucoma, sino también a la depresión y la pobreza. Desarrollé insomnio. No tenía dinero, tampoco marihuana. Algunas personas compasivas me dieron algo y mi insomnio desapareció.
Hacia 1980 comencé a cultivar mis plantas. Las presiones oculares llegaron a estar tan próximas a lo normal que los médicos decidieron que un trasplante de córnea era seguro. ¡Funcionó! Nunca había tenido una vista tan hermosa. Fui feliz, hasta que unos vecinos me robaron las plantas de marihuana. Mi presión se disparó. Reacia y temerosa, me sometí a una nueva operación. Esta vez tuve una hemorragia y quedé ciega del ojo derecho con sólo 20/400 de visión en el ojo izquierdo. Estaba muy deprimida.
Necesitaba dinero y alquilé una habitación de mi casa. El inquilino se dio cuenta que cultivaba marihuana para controlar mi presión ocular. Cierto día encontré cocaína debajo del lavabo del baño. Admitió que la consumía. Le pedí que se marchara. Discutimos y me denunció a la policía. Fui detenida el 4 de marzo de 1988. Lo notifiqué al periódico local y escribió mi historia. Mi médico y su secretaria dedicaron su tiempo a tramitar papeles para presentarlos a la DEA, FDA y NIDA, en un intento de conseguir marihuana legal. Hice un montón de programas de radio. Supe de gente que estaban enfermos de glaucoma y habían conseguido mantener su vista con la marihuana.
Mi proceso comenzó y terminó el 15 de agosto de 1988. La única persona que pudieron encontrar para testificar contra mí fue el oficial que me detuvo y realmente no declaró en mi contra. Los pacientes de glaucoma testificaron sobre mi comportamiento y mi médico declaró que la marihuana era el único agente que podía proporcionarme un alivio seguro. Se me preguntó si había fumado marihuana desde mi detención y respondí que sí. El juez dictaminó que habría sido una locura que no hubiera tratado de preservar la vista que tenía. Dijo que no había propósito de actividad delictiva, y fui absuelta.
Había solicitado un permiso humanitario en marzo de 1988 y me fue concedido el uso legal de marihuana suministrada por el gobierno el 21 de octubre de 1988. Ahora estoy recuperando la vista en el ojo derecho. Tengo percepciones de luces, colores y formas. El ojo izquierdo, que solía estar 20/400, está ahora 20/100, el nervio óptico está en muy buenas condiciones y no he perdido la visión periférica. De hecho, incluso he ganado algo. Milagroso: así es el cannabis.
(Continuará)
Marihuana: la medicina prohibida. Epilepsia...