"El nacimiento del Movimiento Popular, fue una de las secuelas del Movimiento de la Autonomía”
 
 




Lidia Hernández y Luciano
Cruz fueron los dos combativos dirigentes de la Colonia
Chamizal que dieron la lucha
con el apoyo de los
estudiantes.



 

 

Mis sexenios (8)

 

José Guadalupe Robledo Guerrero

Movimiento popular

Lo que hoy conocemos como Movimiento Popular, es decir, la organización y lucha de los habitantes de las colonias marginadas para resolver sus problemas de servicios y tenencia de la tierra, nació con la asesoría de los universitarios de la UAC, básicamente de la Preparatoria Nocturna, Economía y Jurisprudencia.

El nacimiento del Movimiento Popular, fue una de las secuelas del Movimiento de la Autonomía, y podemos decir que su fecha de nacimiento fue el Primero de mayo de 1973. Pero para entenderlo tenemos que hacer algunos recuerdos sobre la participación política-ideológica del grupo de los “comunistas”, que desde 1969 comenzó a repartir volantes en los desfiles del Primero de mayo, “Día del Trabajo”, cuyo contenido eran ideas de reivindicación laboral y de la lucha contra el charrismo sindical (dirigentes sindicales la servicio de los patrones).

Los obreros desfilaban obligados por sus centrales sindicales, CTM y CROC principalmen-te, y cansados de su deplorable situación, recibían con entusiasmo y evidente simpatía los volantes de contenido clasista, sobre todo los trabajadores del Grupo Industrial Saltillo (GIS), en donde había condiciones de sobreexplotación, salarios miserables, mínimas prestaciones, acoso sexual, miles de obreros eventuales, inseguridad laboral e industrial, charrismo sindical, represión, etc.

Durante cuatro años, de 1969 a 1973, nuestros volantes aparecieron puntualmente en el desfile del Día del Trabajo. Incluso los obreros los esperaban, pues conocían a los activistas estudiantiles y simpatizaban con las ideas que les llevaban. Además, como consecuencia de estos contactos obrero-estudiantiles, las aulas de la Preparatoria Nocturna se convirtieron en un recinto ideológico, donde los fines de semana (sábados y domingos) nos reuníamos clandestinamente con grupos de obreros para estudiar la Ley Federal del Trabajo, la historia del movimiento obrero y escuchar canciones de protesta. Por eso, durante la semana que duró el Movimiento de Autonomía, los estudiantes en lucha recibieron el generoso apoyo económico y moral de los “compas” obreros.

El Primero de mayo de 1973, a casi un mes de decretada la Autonomía Universitaria, un grupo de alrededor de cuarenta estudiantes nos dimos cita en la plaza Primero de mayo. Esa vez la intención no era sólo llevar los volantes, sino hablarles directamente a los obreros en su día, para informarles de la victoria del Movimiento por la Autonomía que había respaldado, y agradecerles su apoyo solidario y moral que tan generosamente recibimos durante nuestra lucha.

Luego de repartir nuestras ideas impresas, nos dirigimos hasta la plaza Primero de mayo en donde habría un mitín de proselitismo electorero que las centrales sindicales, aprovechando la concentración obrera, le ofrecían a los candidatos del PRI a diputados federales, entre los que se encontraba el ex Rector Arnoldo Villarreal Zertuche (+) y otro saltillense que posteriormente llegaría a ser Subsecretario de Gobernación, Jesús Roberto Dávila Narro.

La plaza estaba a reventar, y nos acercamos hasta la improvisada tribuna hecha con dos plataformas de camiones, en donde estaban los candidatos del PRI listos a hacer su propaganda y proselitismo con la ayuda de los dirigentes “charros” de la CTM, de la CROC y de otros sindicatos del sector obrero del PRI.

El maestro de ceremonias era Gaspar Valdés Valdés (+), aquel sempiterno dirigente del “charrismo” cetemista de Coahuila. A él nos dirigimos para solicitarle que cuando lo dispusiera nos permitiera dar nuestras palabras de agradeci- miento a los obreros, por el apoyo al movimiento universitario, e informarles que habíamos ganado la lucha con su respaldo. Para el grupo de los “comunistas”, los obreros habían sido los principales destinatarios de nuestros mensajes, cuando tomamos las radiodifusoras y estuvimos hablando de los intereses históricos del proletariado, y amenizando la programación con música folclórica latinoamericana, y obviamente matizandola con llamados a la unidad popular y a la lucha política, principalmente por reivindicar sus condiciones laborales y la recuperación de sus sindicatos.

Gaspar Valdés en forma ladina no se negó a permitirnos el micrófono. “Esperen, ahorita los anuncio,”, dijo socarronamente. Pero de repente, el cetemista ordenó a algunos de sus porros que retiraran los camiones para deshacer la plataforma que servía de tribuna, porque “el evento, compañeros, se ha terminado”. Eso molestó a los trabajadores que ya se habían percatado de la presencia estudiantil. Con sus cuerpos evitaron que los vehículos se movieran de lugar, incluso le arrancaron los cables de las bujías, y a coro exigieron que dejaran hablar a los estudiantes.

Los dirigentes “charros” y los candidatos priistas huyeron llevándose el micrófono, y la “tribuna” fue ocupada por los activistas estudiantiles. Sin micrófono y sin la presencia de los “charros” y de los candidatos, mis compañeros me cedieron el papel de orador y hablé durante largos minutos. Años después, Mario Valencia me dijo que había dedicado casi dos horas proclamando la lucha sindical independiente, y llamando a los obreros a sacudirse a los “charros” sindicales.

Al final, los obreros nos cargaron en hombros y marcharon a la Plaza de Armas, en donde siguió la fiesta obrera con otros oradores improvisados, que dieron rienda suelta a su combatividad y a sus anhelos libertarios reprimidos.

En medio del jolgorio sindicalista, el grupo de Teatro Emiliano Zapata de la Preparatoria Nocturna, que años después se convertiría en el grupo de música folklórica Takinkai, invitó a los obreros al Paraninfo del Ateneo Fuente, en donde pusieron en escena una pequeña obra teatral titulada “Sueño realista”, dirigida por Natividad Molina. La obra estaba repleta de diálogos marxistas que ponían énfasis en la Revolución y el Socialismo, que hablaban de la toma del poder y de la dictadura del proletario e invocaban la dignidad, la justicia, y la lucha proletaria. La intención de liberación y la fe revolucionaria eran los elementos fundamentales.

Ese día y otros más, los trabajadores de las fábricas saltillenses llenaron el Paraninfo del Ateneo Fuente. Pletóricos de entusiasmo, la gran mayoría de los obreros no conocía el simbólico recinto universitario. Luego en menor número, seguirían asistiendo a los eventos culturales que organizaba la UAC, a través de Armando de la Peña Rodríguez, entonces Director de Difusión Cultural de la UAC, en donde se realizaban ciclos de cine concientizador, conferencias y conciertos de música folclórica y de protesta.

En diciembre de 1973, asistirían grupos obreros a presenciar la obra teatral “Santa María de Iquique”, que relataba una represión obrera en Chile, y que fue montada por Alejandro Sentiex (+) en repudio al golpe de estado militar que derribó al gobierno constitucional de Salvador Allende. Debido a la nueva realidad universitaria, se multi-plicaron nuestros contactos con los trabajadores asalariados, y por consecuencia nuestro trabajo político-ideológico clasista.

Para ese entonces, los dirigentes de la Fesuc comandados por Mario Arizpe habían creado la Preparatoria Popular, hoy Instituto de Ciencias y Humanidades “Salvador González Lobo”, que representaba una opción más, para que los sectores populares y obreros tuvieran acceso a la educación superior. Además había otras escuelas univer- sitarias en donde los dirigentes estudiantiles de la corriente “comunista” mantuvieron los turnos nocturnos, como Economía, Ingeniería Civil, Arquitectura, Trabajo Social y obviamente, la Preparatoria Nocturna, cuyo fundador fue don Mariano Narváez González (+), a quien la UAC no ha tenido la gratitud de ponerlo en el pedestal que le corresponde.

Los “comunistas” consolidaron sus relacio- nes con los obreros saltillenses, principalmente con los de Cinsa y Cifunsa, que al año siguiente, en1974, realizarían su histórica huelga, que quedó registrada como una de las luchas sindicales más importantes del movimiento obrero nacional, pero que fue olvidada en la historia de Coahuila. Ni el Cronista de Saltillo, Armando Fuentes Aguirre “Catón”, registró ese importante evento de reivindicación obrera, a pesar de que era su obligación, seguramente porque a los patrones del GIS no les es agradable recordar el movimiento obrero que exhibió sus abusos y los derrotó.

En ese Primero de mayo de 1973, en medio de la euforia sindicalista, se acercaron a los estudiantes un grupo de colonos de La Chamizal, encabezados por Lidia Hernández y Luciano Cruz, combativos dirigentes de una organización que aglutinaba a más de dos mil colonos, para pedir el apoyo estudiantil a su lucha por regularizar sus terrenos. Los colonos llevaban años de solicitar justicia y nadie les había resuelto su problema de posesión legal de la tierra. El alcalde de Saltillo era Luis Horacio Salinas Aguilera, quien meses antes había recibido la Presidencia Municipal de manos de Arturo Berrueto González. Pero ni la actual autoridad ni la anterior les habían hecho caso. En ese entonces los habitantes de las colonias no tenían la importancia electorera que hoy tienen, pues el PRI ganaba, aún sin votos.

Allí, en una banqueta de la calle de Arteaga, los estudiantes se solidarizaron con la demanda de los dirigentes de los colonos. Así comenzó, lo que meses después sería el otro evento que sacaría de la modorra a nuestra tranquila ciudad: la lucha de la colonia Chamizal, que fue el origen del movimiento popular en Saltillo, y el inicio de la organización de los habitantes de las colonias marginadas, ubicadas en la periferia de la ciudad.

Básicamente tres fueron los grupos universitarios que se involucraron en el movimiento: el de la Preparatoria Nocturna, el de Economía dirigido por Carlos Fonseca de León y Joel Ramírez “El Chamizal” (+) y el de Jurisprudencia, comandado por Juan Sánchez Segovia (+). A los dos primeros les correspondió el trabajo político de organización, proselitismo y unificación, y el otro se hizo cargo de los aspectos jurídicos. Se realizó una enorme labor de concientización. Casa por casa convencimos a los posesionarios y colonos de iniciar un movimiento de reivindicación a sus demandas con la finalidad de legalizar sus terrenos.

Pero a pocas semanas comenzaron ha aparecer algunas diferencias entre los grupos universitarios, debido a que los compañeros de Jurisprudencia tenían una visión distinta del problema. Los futuros abogados se inclinaban por darle un tratamiento legaloide y peticionario a la lucha, a través de comisiones y pláticas con el Alcalde. Pero esto ya se había hecho sin resultados positivos. Para esas fechas, Juan Sánchez ya había establecido relaciones políticas con Luis Horacio Salinas. Pero el resto de los universitarios tenían otro planteamiento de solución: la movilización de la gente y la presión y lucha política para lograr lo que en años no se había conseguido. Finalmente, nuestra propuesta salió triunfante y se inició el proceso que terminaría con la victoria.

Ante la sordera de las autoridades, a finales de 1973 se decidió en la asamblea de colonos tomar la Plaza de Armas y quedarnos en ella hasta que el problema de legalización de los terrenos fuera solucionado. Allí, universitarios y colonos, estuvimos un mes en un campamento improvisado que se construyó con cartones, láminas y mantas. Durante 30 días allí comieron, durmieron e hicieron política popular alrededor de 500 colonos y estudiantes.

Cuando el frío arreciaba, los niños, ancianos y enfermos se iban al local del sindicato de la Tendencia Democrática del Sindicato de electricistas (Suterm) que se encontraba en la calle Juárez, justo al frente del Palacio de Gobierno, pues ese sindicato, dirigido por mi estimado amigo Eleazar Valdés Valdés (+), estaba apoyando incondicionalmente al movimiento.

Allí también se vivieron momentos de frustración y desaliento, se padeció la traición de los débiles, pero también vimos el coraje de los más concientes. Vivimos la fraternidad de la lucha y las divisiones promovidas por las gentes pagadas por el Alcalde. En pocas palabras, apareció en su justa dimensión la “condición humana”.

En ese tiempo, el destino me permitiría comprobar la confidencia que nos hizo el gobernador Eulalio Gutiérrez acerca de la tendencia “seductora” de Luis Horacio Salinas. Cuando teníamos el plantón en la Plaza de Armas, cierta noche me buscó Luis de la Rosa (+), comandante de la Policía Municipal de Saltillo. Con de la Rosa siempre tuve un trato respetuoso aún cuando tenía fama de abusivo y prepotente, pero con los estudiantes de la Preparatoria Nocturna era cordial, seguramente porque sabía de nuestro radicalismo y organización, y porque nunca creamos conflictos ni secuestramos camiones, mucho menos protagonizamos escándalos.

En esa ocasión, fue hasta mi domicilio, una vecindad por la calle de Mixcalco, y a nombre del Alcalde, me pidió que aceptará acompañarlo, “porque el ingeniero Salinas quería platicar conmigo”. Tomando mis providencias acompañé al jefe policiaco para saber qué quería Luis Horacio con quien nunca antes había dialogado. Creí que quería hablar del problema de la Chamizal.

Llegamos a la Presidencia Municipal, que en aquel entonces estaba en Hidalgo y Aldama. Allí fui escoltado por el Secretario del Ayuntamiento, Rodrigo Sarmiento Valtier hasta el despacho de Luis Horacio, quien me esperaba de pie frente a una maqueta de la colonia 26 de marzo, en donde se estaban construyendo casas para poblar los alrededores de la Central Camionera, obras promovidas por el Alcalde y rodeadas de historias sobre tráfico de influencias y negocios a la sombra del poder.

Con una actitud melosa, me mostró la maqueta de la 26 de marzo, luego me habló de mi pobre situación personal de obrero, y como epílogo de su falsa preocupación por mi bienestar, me pidió que escogiera una casa como patrimonio familiar. Al fin y al cabo, el enganche y los abonos eran modestos, y si no tenía me daría las facilidades que quisiera. Para convencerme, señaló que algunos dirigentes del Partido Popular Socialista (PPS) ya habían escogido sus casas.

Ya para entonces, sabía lo que represen- taban los políticos del PRI, cuya referencia histórica había sido la historia de las represiones que habían realizado contra ferrocarrileros, profesores, médicos, copreros, el asesinato de Rubén Jaramillo, y por supuesto la masacre del dos de octubre del 68. Sucesos que marcaron ideológicamente a mi generación. Por eso, la seductora oferta de Luis HoracioSalinas, me pareció una afrenta.

El Alcalde intentaba anularme en la lucha de la Chamizal, pues finalmente él sería quien resolvería el problema. Le dije que había acudido a su llamado, porque creía que algo me diría sobre el movimiento de los colonos. Sin más me despedí, oponiéndome a que me llevaran a mi casa en un vehículo de la Presidencia Municipal. En mi caminata nocturna reflexioné sobre esta vivencia, y me congratulé de mandar a la chingada al primero que me había propuesto vender mi participación en un movimiento social. Desde entonces me convertí, para muchos conocidos, en un pendejo que no sabía lo que era la política. Ni modo, decidí aceptar mi pendejez.

Pero Luis Horacio no se frustró, y logró infiltrar el movimiento a través de Juan Sánchez Segovia. De todos modos, la lucha de La Chamizal fue resuelta de acuerdo a las demandas de los afectados. Sin embargo, el futuro prometedor de esa combativa organización, estaba herida de muerte, moribunda, pues el Alcalde la había dividido y corrompido. Debido a ello, aparecieron las pequeñas ambiciones de algunos colonos cercanos a los dirigentes. Había quienes ya no se conformaron con un solo terreno para vivir, y comenzaron a repartirse con la “cuchara grande”.

Era evidente que Juan Sánchez, líder del grupo de Jurisprudencia, mantenía estrechas relaciones con el Alcalde saltillense, incluso se rumoraba que cobraba en las nóminas municipales. Las diferencias que surgieron desde el principio, se habían mantenido en secreto para no dividir el movimiento, y acordamos que nos mantendríamos unidos hasta que se lograra la legalización de los terrenos, y después los preparatorianos y los de Economía nos retiraríamos de la organización popular, sin provocar la división.

Por eso, una vez que se dejó en claro nuestra postura ante Juan Sánchez y los dirigentes populares, los estudiantes de la Preparatoria Nocturna y de Economía, renunciamos a seguir participando, poniéndonos a distancia de los negocios con terrenos, que desde entonces son el principal estímulo de los líderes de las colonias marginadas.

En una asamblea de colonos, renunciamos a la participación “por razones de estudio”. La base, sin saber las verdaderas razones de esta diplomática salida, aplaudió con agradecimiento nuestro respaldo, y en un ambiente regado con lágrimas nos dieron su gratitud y nos invitaron a quedarnos a vivir en su colonia, pero la decisión ya estaba tomada.

Tiempo después vendría la revancha, cuando Salinas Aguilera encarceló a Juan Sánchez, supuestamente por órdenes de Flores Tapia y por haber invadido un terreno propiedad de uno de los “notables” saltillenses, quienes tienen como principal actividad económica la apropiación -por la buena o por la mala- de terrenos urbanos, que de acuerdo a la información privilegiada que manejan, prometen la elevación de la plusvalía, mediante las obras públicas que cada gobierno dispone a su antojo. Los “notables” saltillenses son traficantes de terrenos y de influencias, venden, compran o se roban tierras. Sobre estos terrate- nientes urbanos, Jaime Martínez Veloz mucho sabe y escribió un libro “Bases para una Reforma Urbana de Saltillo”.

Al saber que Juan Sánchez había sido aprehendido, varios cientos de estudiantes de la Preparatoria Nocturna, de la Preparatoria Popular, y de Economía nos reunimos al anochecer y nos encaminamos a la Presidencia Municipal. Llegamos hasta Bravo y Aldama, en donde estaban las celdas en que mantenían detenido a Juan Sánchez. No ibamos a dialogar, sino a liberar a Juan. Ya nos esperaba un grupo de policías desarmados que bloqueaban la entrada al edificio.

Comenzaron los empujones, y se inició el conflicto que terminó con la liberación de Juan Sánchez y las celdas semidestruidas. Luis Horacio bajó de su oficina solicitando diálogo, y los estudiantes no cesaban en reclamarle su actitud represiva. El ambiente estaba tan caldeado, que el Alcalde se vio obligado a correr al Teniente Coronel Zoilo Arrieta, de la Sexta Zona Militar, que había llegado hasta el lugar acompañado de dos soldados para auxiliar a Salinas Aguilera. Esto exacerbó los ánimos y se le exigió al Alcalde que le ordenara a los milicos que se fueran.

Luego se supo que Juan Sánchez había acordado su aprehensión con Salinas Aguilera, para satisfacer a los “notables” afectados y de paso, quitarse la responsabilidad de su liberación hecha por los estudiantes. De todos modos, los estudian- tes hicimos lo que teníamos que hacer, aún corriendo el riesgo de ser engañados. Años des- pués, Juan Sánchez moría de cáncer en los testículos, originado supuestamente por una golpiza que le dieron por órdenes de Mario Guerra Flores (+), el tristemente célebre Director de la Policía Judicial del gobierno florestapista.

Pero hubo otras experiencias buenas. Por aquellos días de la lucha de la Chamizal, alguien de mis compañeros ¿Juan Sánchez?, me invitó a conocer a uno de los políticos más connotados de Coahuila, Federico Berrueto Ramón (+), a quien visité a petición de él en su casa de la calle Presita. En varias ocasiones platiqué con el profesor Berrueto, que ya para esas fechas era prisionero de una silla de ruedas. El tema de nuestras charlas se referían a las condiciones en que vivían los habitantes de las colonias marginadas de Saltillo, pues a él -según dijo- le interesaba el fenómeno de reivindicación popular que se comenzaba a vislumbrar con la lucha de La Chamizal, y tenía la intención de hacer un libro sobre el particular.

Berrueto Ramón también abordó en nuestras charlas el concepto que tenía de la juventud que se manifestó en el movimiento de 1968, con cuyos objetivos y aspiraciones decía coincidir, aún cuando él fue Subsecretario de Educación Pública de la nación, precisamente en las fechas de la trascendente lucha estudiantil, que cambió la historia política del país y que terminó siendo masacrada el dos de octubre de 1968, por el gobierno que él representaba.

Jacobino y pionero de las juventudes comunistas en Coahuila, Federico Berrueto Ramón era un hombre culto e ilustrado, además de didáctico maestro político e ideológico, ya que mu-chos de su generación lo consideraban su líder. El profesor Berrueto era un gran conocedor de la historia nacional y coahuilense, él mismo fue uno de los principales protagonistas durante décadas. Entre sus compañeros de luchas estaban: Óscar Flores Tapia, Casiano Campos y Carlos Abedrop, el ahora hombre de negocios y ex banquero.

Mis pláticas con Berrueto Ramón fueron aleccionadoras. En las charlas hacía énfasis sobre la atracción que le generaba la rebeldía estudiantil y las luchas juveniles. Pensaba que un joven sin ideas revolucionarias para cambiar su realidad, era un viejo mental con las esperanzas muertas. Igual pensaba Salvador Allende. Un par de años antes, en Guadalajara -ante miles de estudiantes- el Presidente chileno diría: “La juventud es una etapa revolucionaria. No se puede concebir a un joven que no quiera cambiar el estado de cosas”.

Las enseñanzas que Federico Berrueto Ramón transmitía en sus charlas sobre la historia, cambiaron mi visión sobre las relaciones políticas que debía establecer. Desde entonces me relacioné con cuanto viejo tenía algo que enseñarme, entre ellos recuerdo a Arnoldo Villarreal Zertuche (+), Joaquín del Valle Sánchez (+), Óscar Flores Tapia (+), Enrique Martínez y Martínez (padre) (+), Jorge Masso Masso (+) y el mismo Federico Berrueto Ramón (+), de quienes mucho aprendí y poco pude darles, sólo tenía mis enormes ganas de aprender lo que ellos sabían. Para mi desgracia y la de los demás, todos ellos ya se adelantaron en el proceso lógico de la vida.


(Continuará).
La huelga obrera de Cinsa-Cifunsa...