Vivencias con el agua (Parte I).
José Flores Ventura
El agua en el desierto es una bendición para todos los seres que lo habitan, pero en exceso es un peligro mayor que las inclemencias del clima o la soledad en sus vastos territorios, deformando de un momento a otro el paisaje, modelando la geografía con su constante venir a través de los años, incomunicando a las comunidades humanas. En las serranías las huellas de pasados temporales han quedado marcados como evidencia inequívoca de que con el tiempo veremos la llegada de fenómenos meteorológicos como el acaecido a principios del pasado julio.
Parece paradójico que el desierto esté marcado por el agua; hablando en épocas geológicas antiguas, hace 190 millones de años el noreste de la república estaba bajo el Golfo de México, y durante los siguientes 140 millones de años el mar y los ríos jugaron un importante papel en la formación de la geología y evolución de las especies de Coahuila y del planeta, es por eso que existe mucha evidencia fósil de animales y flora marina extinta, mientras los sedimentos de estos mares y sistemas lacustres formaron las rocas que hoy constituyen la mayoría de nuestras serranías; los granos de arena de las regiones más secas del Estado se formaron hace millones de años en ambientes netamente de agua dulce o salada.
Posteriormente durante las glaciaciones, las altas montañas fueron esculpidas por el hielo y la nieve mientras en los deshielos los escurrimientos llenaban las grandes llanuras como las de Mayran, Viesca, Las Uvas, Químicas, entre otras, hoy totalmente secas y vueltas a llenar con el advenimiento de los huracanes. Este panorama fue visto por los primeros pobladores de Coahuila; todo un sistema pluvial ideal para el desarrollo de culturas seminómadas-recolectoras se aglutinaron a su alrededor dejándonos gran cantidad de vestigios arqueológicos entre los que destacan las magníficas representaciones rupestres.
En nuestras experiencias de centenas de viajes al desierto, hemos sido testigo del peligro constante que el agua intempestiva representa para el viajero que busca los secretos del campo, hechos que casi nos cuestan la vida o le ha costado a compañeros nuestros están en las bitácoras de nuestro recuerdo latente como advertencia de no subestimar nunca a las fuerzas naturales y menos en el desierto.
No sé bien cuando tuve la primera vivencia con el agua, si en Torreón cuando en una madrugada me paré para ir al baño y mis pies se sumergieron 30 centímetros en el lodo por una inundación del río Nazas en las colonias contiguas a él, o con el Gilberto tras una travesía por la sierra el mismo día que ingresaba a la región. Posteriormente en una excursión a la cañada El Chiflón fui testigo de la llegada violenta de un torrente de agua que bajó desde la sierra llevándose de encuentro a una familia y a un compañero de trabajo que nunca más volví a ver; años después cerraron el acceso no sin antes llevarse más victimas esta inusual corriente.
Otra avenida casi arrastra nuestro carro donde viajábamos de regreso después de haber acampado en el ejido Tortugas al cruzar el lecho otrora seco del río Patos, el agua llegó hasta el parabrisas y las llantas perdieron tracción hasta que de repente tocaron las rocas que pasaban por abajo catapultándonos hacia la orilla casi milagrosamente.
Muchas veces tuvimos el error de poner el vehículo en los vasos de antiguas represas o estanques secos, pero la naturaleza cambia en cualquier instante y desde lejanos lugares donde llovía el caudal llegaba a inundar estos estanques en cuestión de minutos, obligándonos a correr para sacar a tiempo el transporte. En el peor de los casos nos hemos visto rodeados de agua pero afortunadamente hemos salido avantes para regresar a nuestros hogares.
Hace días las intensas lluvias del huracán Alex puso a prueba a la sociedad y temple humano así como a nuestra endeble infraestructura, el agua que quizás no había caído en décadas o centenas de años derramó en tan solo una semana casi un metro de altura, trayendo repercusiones a corto, mediano y largo plazo que todavía no conocemos. Actualmente en el campo las montañas se ven verdes por pastos y zacatales, así como plantas de hojas anchas que por el momento desplazan a las cactáceas y otras plantas propias del desierto, las primeras se han ensanchado tanto que algunas se han reventado permitiendo que se infecten o mueran.
Los veneros escupen chorros del vital líquido hacia los arroyos que antes estaban secos y ahora repletos son ensanchados en sus cauces; las cuencas y presas locales también se ven al tope hasta más de su capacidad, sin embargo en el hombre deja una huella más profunda por su fragilidad ante catástrofes naturales, debido a la alta especialización en las actividades que realizamos.
Cómo es posible que podamos morir de sed si hay tanta agua como nunca antes, de niño recuerdo haber tomado de charcos de agua donde habitaban las ranas allá en la colonia Girasol al sur de la ciudad cuando ésta apenas se erigía; no había en ese entonces mejor agua que el de la lluvia, y en tambos la guardábamos de los escurrimientos de los techos sólo ocasionalmente la hervíamos para tomarla. Todavía hoy me ha tocado tomarla en mis excursiones de charcos a veces enmohecidos sólo filtrada con pañuelo o curada con una rama de gobernadora u hojasén.
Cómo es posible que dependamos tanto de una tortillería, de la tienda de la esquina, del supermercado, del gas, del celular, hasta del Internet, nos hemos hecho unos inútiles especializados en que es necesario se nos brinden infinidad de servicios para poder sobrevivir en la ciudad mientras en el campo las personas van y buscan tunas, raíces, nopales, etc. para comer tal y como lo hacían nuestros antepasados ante la escasez. Cada vez más dependemos de otros y nos encajonamos al especializarnos en actividades que en caso de una desgracia natural peor no vamos a poder regresar a los conocimientos que nos hicieron sobrevivir por miles de años como lo es la siembra, la caza, la recolección o simplemente encender una fogata.
Los dinosaurios que habitaron nuestra región por última vez hace 65 millones de años no murieron por el acontecimiento del índole natural que cayó del cielo, fue la ineficacia de adaptarse al cambio ante las condiciones climáticas nuevas, ya que se habían especializado tanto que el callejón evolutivo con condenó a la extinción para siempre.
|