Guillermo Anaya Llamas,
un caso patético
Para el pasado domingo 21 de noviembre, el senador panista Guillermo Anaya Llamas había comenzado su precampaña en pos de la gubernatura de Coahuila disfrazada de informe legislativo. Nadie sabía lo que informaría, pues nada importante ha hecho como legislador salvo conseguirle chamba en la federación a sus lacayos, pero se cuidó de elaborar un guión para orientar las preguntas que le hicieran en las entrevistas pagadas.
Además de su fingida sonrisa “colgate” que algún bufete de imagen le recomendó, Guuillermo Anaya traía el suficiente dinero para evitar que sus entrevistadores le hicieran preguntas incómodas, dinero que según él no provenía de las arcas públicas, sino de sus amigos empresarios, que generosos como son se lo dieron para que no anduviera mendigando espacios periodísticos. Pero es ilegal recibir dinero de particulares. ¿Lo sabrá Anaya?
También traía en la bolsa su redituable compadrazgo con el Presidente Calderón y el supuesto resultado a su favor de una abusiva demanda que desde el 2007 había interpuesto en contra del corresponsal de la revista Proceso en Nuevo León, Arturo Rodríguez García, en la cual para ganar el fallo en las fechas que quería utilizó toda su influencia, logrando el milagro de que el poder judicial federal emitiera en sólo tres días, lo que siempre les lleva meses.
Según Guillermo Anaya, el reportaje que lo había calumniado tenía información dada por Arturo Rodríguez y en lugar de demandar a la revista o a la periodista que firmaba el reportaje, optó por la hebra más delgada: Arturo, con quien quería limpiarse el sucio rostro de su doble moral, de su hipocresia y simulación. Por eso mismo, Arturo debería pagarle seis millones de pesos por “daño moral”, además de hacer otras acciones de castigo para que no hubiera duda de la honorabilidad del senador panista. Arturo, según Anaya, había informado que al bautizo de su hija había asistido el narcotraficante Sergio Villarreal Barragán “El Grande”, hermano de su cuñado.
Para esa fecha, Guillermo Anaya ya había dejado claro que su nombre ponía nerviosos a los priistas, que no estaba de acuerdo que Rubén Moreira fuera el candidato del PRI a la gubernatura, porque eso era monarquía, etc. Pero lo más importante: que su único consejero era Dios. ¡Qué mamón!
Tenía un par de días de “gira de medios”, cuando el domingo 21 de noviembre, en su edición 1777, la revista Proceso develaba el misterio: en sus declaraciones como testigo protegido, “El Grande” aceptaba haber estado en el bautizo de la hija de Guillermo Anaya, allí el senador le había presentado al Presidente Calderón, y como Alcalde de Torreón le había asignado una escolta personal, así como agentes para que custodiaran el traslado de cargamentos de cocaína y dinero del narcotráfico. Luego lo desmintió.
Ese día (21 de noviembre) Guillermo Anaya se olvidó de su precampaña, perdió su sonrisa “colgate” y como demente comenzó a gritar a los cuatro vientos que era objeto de una conspiración organizada en su contra, que mentía Proceso (nunca acusó de mentiroso a “El Grande”). Amenazó con demandar a la Revista, al periodista que firmó el reportaje, etc. Lo que no dijo, es si demandaría a “El Grande” ni cuánto le pediría por “daño moral”.
Desde la posición de víctima, Guillermo Anaya Llamas insistió en el miedo que le tienen. ¡Pobre senador! No cabe duda es un caso patético...
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