El pleito con “El Gato” y la salida de “El Diablo”
Durante el primer trimestre de 1987, último año del sexenio
delasfuentista, me la pasé realizando mis labores como Jefe de los Cursos de
Postgrado en la Escuela de Enfermería y escribiendo todos los días La
Columna en el Diario de Coahuila. Mientras tanto, la clase política coahuilense
esperaba el destape del candidato del PRI al gobierno del estado: Eliseo
Mendoza Berrueto, que había sido anunciado desde hacia dos años. El
destape, las elecciones y el triunfo priista eran sólo cuestión de trámite. EMB
sería el próximo gobernador de Coahuila.
Vanguardia continuaba criticando la grosera corrupción que “El Gato”
Jaime Isaías Ortiz Cárdenas y su pandilla habían instaurado en la UAC. Sin
defender al “Gato” denuncié reiteradamente la intervención del
“SuperSubSecretario” de Gobierno, Rodrigo Sarmiento Valtier, quien soñaba
con hacerse cargo de la Rectoría una vez que el gobernador le pidiera la
renuncia al “Gato-rata” como había apodado Armando Castilla al Rector.
A pesar de que “El Gato” era un excelente prospecto para la cárcel,
José de las Fuente ni su sucesor Eliseo Mendoza tenían los tamaños para
proteger a la UAC de los latrocinios, menos sabiendo que los ladrones eran
protegidos de Luis Horacio Salinas Aguilera.
Por su parte, los aspirantes a las Alcaldías coahuilenses hacían todo
para que los mencionaran como “amigos cercanos” del “Mero Bueno”, apodo
de campaña que elaboró Marcos Espinoza Flores para Eliseo Mendoza, y
otra vez como un ritual de todas las sucesiones gubernamentales aparecieron
en los medios de comunicación los mismos nombres de siempre: Alejandro
Gutiérrez, Abraham Cepeda, Virgilio Verduzco, Gaspar Valdés, etc. En aquella
ocasión, aparecerían en la nómina de sacrificados aspirantes a gobernar Saltillo
Rosendo Villarreal y su copiloto: Jorge Rosales. Todo estaba listo para el
show de final de sexenio.
Así estaban las cosas, cuando el 22 de abril de 1987, a las 7 de la
mañana, el velador de la Escuela de Enfermería me avisó en mi casa que un
grupo de seis porros universitarios ligados al Rector y a Xicoténcatl Riojas
habían tomado el edificio de Enfermería armados con pistolas. Media hora
después llegaba a mi domicilio Francisco Navarro Montenegro con algunos
de sus seguidores. También le habían avisado del asalto a Enfermería, que en
ese entonces tenía 330 alumnos, en su inmensa mayoría mujeres, y era la
única escuela que se había mantenido al margen de la corrupción rectoral y
alejada de la “grilla” universitaria, dedicada a la academia.
Navarro Montenegro fue a solidarizarse, proponiendo que sacaráramos
violentamente a los porros que habían tomado el edificio de Enfermería, pero
me opuse porque estaba seguro que saldrían a relucir las armas de ambos
lados. Por eso a sugerencia de Navarro le llamé al gobernador, quien de
inmediato me contestó: “A sus órdenes mi literato”, me dijo con su demagógica
actitud. -Le hablo para informarle lo que acaba de suceder en Enfermería
Licenciado, le dije pensando en que ignoraba el suceso. “Ya sé lo que pasó,
aquí está conmigo el mayor Udave, ya me contó. A sabiendas de que el
destape de Eliseo estaba próximo le pregunté: -Quisiera que me dijera qué
hago. Esperaba que interviniera para evitar mayor escándalo, por eso esperé
con atención su respuesta, la que a decir verdad me sorprendió: “Pártales su
madre, eso es lo que merecen esos cabrones...”.
Ya no quise escucharlo, colgué el teléfono y pensé: De las Fuentes
quiere que que nos peleemos, no le importa que haya muertos. Supuse que
quería involucrarnos para responsabilizarnos de la situación, quitar al “Gato”
de Rectoría y poner a Rodrigo Sarmiento en su lugar. O que era la respuesta
a mi insolente actitud, cuando a principios del año lo mandé a la chingada. Y
decidí mantenerme a la expectativa mientras sabía qué querían los que
mandaron a los porros. Traté de hablar con “El Gato”, pero “estaba fuera de
la ciudad”, y a Xicoténcatl Riojas también se escondió.
Ese día supe que algunos profesores estaban involucrados, los estaba
manejando otro de los ladrones universitarios: Félix Hernández Barragán
entonces director de la Preparatoria Nocturna. Sin dar alguna justificación
solicitaban las renuncias de la directora de Enfermería, Norma Amelia Flores
Hernández y la mía. La cuestión estaba aclarada. Hablé con el Coordinador
de la Unidad Saltillo, Humberto Hinojosa, pero se dijo incapaz de intervenir.
Ese día hablé con Luis Horacio Salinas. Según él se lamentó de lo sucedido
“porque ambas partes son amigos”. Pero lo sitúe: Es más su amigo el Rector,
porque tiene un gran presupuesto. No quiso que diera mis puntos de vista
sobre el acontecimiento en mi columna, pero aceptó que le hicieran una
entrevista periodística a la directora de Enfermería para que se defendiera.
Al día siguiente aparecieron en los periódicos la nota del suceso y las
demandas de los porros. Mientras en El Diario de Coahuila privilegiaban lo
que decían los porros, en Vanguardia la nota fue objetiva. Armando Castilla
me invitó a platicar. Le dije todo lo que sabía. El pleito de “El Gato” contra
Enfermería había surgido cuando la directora de la escuela se había negado
a firmar un documento de Recursos Físicos de Planeación de la UAC, en
donde aceptaba la remodelación de un pequeño vestidor del auditorio, cuyo
valor superaba decenas de veces la verdadera inversión. La directora no
estuvo de acuerdo en involucrarse en una más de las raterías del Rector.
Decidimos renunciar, no quisimos hacer ningún movimiento en
momentos tan contaminados. Nuestra única condición fue que renunciaríamos
en las instalaciones de la Escuela, y para eso los porros debían entregar las
instalaciones. Logramos imponer nuestra condición y renunciamos en nuestras
oficinas. El Oficial Mayor, Xicoténcatl Riojas aceptó la renuncia de la
Directora pero no la mía. Como respuesta me envió días después la rescisión
de mi contrato, debido a que había faltado a mis labores los días que estuvieron
los porros posesionados del edificio de la escuela y el Primero de mayo.
Así terminó el problema, le agradecí a Armando Castilla su manejo
objetivo del problema y metí a mi familia en nuestra combi y nos fuimos
varias semanas a recorrer la costa del pacífico mexicano. No quería saber
nada del asunto ni involucrarme en pleitos programados. Castilla no estuvo
de acuerdo con mi decisión, quería que peleáramos juntos, pero yo no tenía
ánimos. La situación política estaba confusa, debía aclararmela. Cuando te
acorralan, debes salir del cerco, subirte a la montaña y ver el escenario para
saber tus ´posibilidades. Así lo hice siempre, por qué ahora no.
Al volver de mi viaje, visité a Flores Tapia. Me había buscado, nadie le
dio razón de mí, pero se enteró del asunto. A solicitud de él platicamos
brevemente sobre el asunto. Sabía que no estaba de acuerdo con la agresión
que sufrimos. Mientras pensaba en la situación le ayudé a ordenar una enorme
bodega que tenía repleta de libros y objetos que en algún momento de su
gobierno le habían regalado, y cuando renunció los había amontonado sin
ningún orden en ese bodegón. Eso permitió que Flores Tapia y yo estuvierámos
juntos todo el día durante semanas. Esas pláticas me enseñaron mucho y me
identificaron con el ex gobernador. Hablamos de muchas cosas valiosas. De
aquella ocasión aún guardo muchos libros que OFT me dedicó y dos objetos
que me regaló: Un hermoso escudo de Coahuila grabado en madera y un
bastón finamente grabado con los reyes tlaxcaltecas.
Mi relación con OFT hizo que Luis Horacio Salinas me buscara, me
insistió en seguir escribiendo en su periódico argumentando que necesitaba
mis opiniones en la plana editorial, seguramente porque temía que envenenara
a Flores Tapia en contra de él. Pero eso nunca ha sido mi estilo. Para ese
entonces, Eliseo Mendoza Berrueto era el candidato a Gobernador del PRI y
Francisco Navarro Montenegro era el candidato de su partido, el PST. Por
esos días también, la televisión local entrevistó a Flores Tapia, a quien además
de respetarlo también le temía Eliseo.
A finales de julio, tres meses después de que había suspendido mi
participación periodística en El Diario de Coahuila, volvía a aparecer mi
columna diaria como si nada hubiera pasado. Norma Amelia Flores Hernández,
la ex directora de la escuela de Enfermería estaba de nuevo reincorporada a
sus labores docentes en su escuela. Era otra etapa.
Para agosto, los presidenciables estaban destapados. Ante la cargada,
el Presidente del CEN del PRI, Jorge de la Vega Domínguez había realizado
el destape, y aunque eran seis, los posibles solamente eran tres: Manuel
Bartlett, Alfredo del Mazo y Carlos Salinas. Los últimos dos eran considerados
el hermano y el hijo de Miguel de la Madrid. De allí saldría el Presidente.
JFR y su equipo se la jugaban con Del Mazo. Por eso les fue mal políticamente.
En la política nacional las cosas estaban caldeadas. El neoliberalismo
de Miguel de la Madrid estaba próximo a consolidarse con un presidente que
lo profundizaría. Eso dividió al PRI, su sector izquierdista comandado por
Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñozledo estaban con un pie afuera del
PRI, no habían logrado que incluyeran a Cuauhtémoc Cárdenas entre los
precandidatos y ya se hablaba de su postulación por un frente de partidos. En
ese tiempo, dediqué mis columnas ha hablar sobre estos temas, los electorales.
Por aquellos días, a finales de octubre me reencontré con mi estimado
amigo Hugo Andrés Araujo de la Torre, quien junto con Salvador Hernández
Vélez fueron mis líderes en Línea de Masas. Como si los años no hubieran
pasado, reiniciamos nuestra fraternal relación. Poco sabía de Hugo Andrés,
la última vez que había platicado con él estaba en el Distrito Federal y
participaba en el sindicato de la UNAM. De eso hacia varios años. Pero esta
historia la dejo para más adelante.
El 15 de noviembre de 1987, José de las Fuentes Rodríguez rindió su
Sexto y último Informe de Gobierno. Ese día me pitorree de lo que diría el
gobernador saliente, señalando en mi columna lo que JFR omitiría en su
informe, entre otras la inseguridad pública que había acarreado su gobierno,
los enriquecimientos “inexplicables” de sus principales colaboradores y del
mismo gobernador. Las elecciones habían pasado y como era de esperarse
Eliseo Mendoza Berrueto había obtenido la victoria.
En esa columna periodística, la del 15 de noviembre, anuncié que afuera
del recinto oficial estarían centenares de ciudadanos desmintiendo los sofismas
del gobernador y recordándole las cuestiones importantes que había olvidado
mencionar, y responsabilizaba al gobernador de las provocaciones y
represiones que se hicieran en contra de los que protestaban por los fraudes
electorales que se habían hecho en las pasadas elecciones.
Para que nadie me platicara, acudí a las afueras del Teatro de la Ciudad,
recinto oficial en donde JFR daría su Sexto Informe de Gobierno. Allí estaban
los simpatizantes de Francisco Navarro Montenegro, periodistas, panistas y
otros grupos inconformes con los resultados electorales. Para mantener el
orden, “El Diablo” había enviado a un millar de represores: porros cetemistas,
soldados, policías judiciales y preventivos disfrazados de civiles, quienes a la
orden se lanzaron contra mujeres, niños y hombres desarmados.
Todo había comenzado en Monclova. 48 horas antes del Informe
gubernamental, un grupo especial de seguridad compuesto por drogadictos y
policías judiciales hostigaron al candidato panista Alberto Paez Falcón, e
impedieron que un grupo de panistas se trasladara a Saltillo, deteniendo a
tres panistas, entre ellos a Humberto Flores Cuéllar. De todos modos estuvieron
puntuales en las afueras del Teatro de la Ciudad, esperando que terminara el
Informe para darle un escrito de protesta al enviado presidencial: Ignacio
Pichardo Pagaza. Pero los “guardianes del orden” enviados por JFR se
empeñaron en desalojar a los inconformes.
Alli empezó el primer enfrentamiento, hubo cuatro más, que se dio a
15 minutos de iniciado el Informe. El saldo de los enfrentamientos fue de
decenas de golpeados, cuatro heridos y otros detenidos. Los miembros del
PST (de Navarro Montenegro) fueron los que respondieron a la agresión de
los policías vestidos de civil. Los panistas se mantuvieron protestando por la
agresión. Por primera vez coincidían panistas y pesetistas, gracias al mal
gobierno de José de las Fuentes y a la represión que durante su sexenio
desató en contra de los panistas y los Burciaga, entre ellos don Lorenzo.
Una hora antes de terminar el Informe, los bandos enfrentados llegaron
a un acuerdo: Esperar a que terminara el evento para que le entregaran su
escrito al enviado presidencial. Las cosas se calmaron, pero una vez terminado
el Informe los polícias, soldados y porros tomaron su posición de guerra,
formaron una valla para que JFR saliera corriendo y se metiera velozmente
a su vehículo enmedio de las protestas de los enardecidos coahuilenses.
El acuerdo a que habían llegado policías e inconformes no se cumplió,
al enviado presidencial lo subieron en un camión custodiado por decenas de
policías. De todas maneras Ignacio Pichardo Pagaza daría cuenta al Presidente
y al próximo Mandatario lo que sucedía en Coahuila. El gobernador saliente,
José de las Fuentes Rodríguez, que aspiraba a convertirse en Senador por
Coahuila, había salido corriendo de su sexto y último Informe custodiado por
centenas de soldados, judiciales, porros y policías preventivos como lo que
era: un delincuente.
La posibilidad de un escaño en el Senado de la República se le había
esfumado a “El Diablo” de las Fuentes, mientras que su sucesor, Eliseo
Mendoza Berrueto abandonaba el Teatro de la Ciudad rodeado de su séquito
de buscachambas y con un gesto de malestar. Allí también se había decidido
el futuro del “Gato-rata”, ya no sería reelecto. La política es una ciencia...
(Continuará).
El primer año de Eliseo y el arribo a la
Presidencia de Carlos Salinas de Gortari...