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Febrero 13, 2010
Febrero 2010, No. 251
 
Las venas abiertas
de América Latina (14)
 
Eduardo Galeano.

Los Estados Unidos importan la séptima parte del petróleo que consumen, la quinta parte del cobre, cerca de la mitad del cinc, una tercera parte del hierro, todo el manganeso que necesitan y la cuarta parte de tugsteno. La estabilidad interior de la primera potencia del mundo aparece íntimamente ligada a las inversiones norteamericanas al sur del río Bravo.

En Brasil, los yacimientos de hierro del valle de Paraopeba derribaron dos presidentes: Janio Quadros y Joao Goulart, antes de que el mariscal Castelo Branco, que asaltó el poder en 1964, los cediera amablemente a la Hanna Mining Co. El presidente Eurico Dutra (1946-51), había concedido a la Bethlehem Steel, años antes, los cuarenta millones de toneladas de manganeso del estado de Amapá, a cambio de un cuatro por ciento para el Estado sobre los ingresos de exportación.

De cada cien dólares que la Bethlehem invierte, ochenta y ocho corresponden a una gentileza del gobierno brasileño: las exoneraciones de impuestos en nombre del “desarrollo de la región”. La experiencia del oro perdido de Minas Gerais no ha servido para nada: Brasil continúa despojándose gratis de sus fuentes naturales de desarrollo.

El dictador René Barrientos se apoderó de Bolivia en 1964 y, entre matanzas de mineros, otorgó a la firma Philips Brothers la concesión de la mina Matilde, que contiene plomo, plata y grandes yacimientos de cinc con una ley doce veces más alta que la de las minas norteamericanas. La empresa quedó autorizada a llevarse el cinc en bruto, pagando al Estado el uno y medio por ciento del valor de venta del mineral. En Perú, en 1968, se perdió misteriosamente la página número once del convenio que el presidente Belaúnde Terry había firmado con una filial de la Standard Oil, y el general Velasco Alvarado derrocó al presidente, tomó las riendas del país y nacionalizó los pozos y la refinería de la empresa. En Venezuela, el gran lago de petróleo de la Standard Oil y la Gulf, tiene su asiento la mayor misión militar norteamericana de América Latina. Los frecuentes golpes de Estado de Argentina estallan antes o después de cada licitación petrolera.

El cobre no era ajeno a la desproporcionada ayuda militar que Chile recibía del Pentágono hasta el triunfo electoral de las fuerzas de izquierda encabezadas por Salvador Allende; las reservas norteamericanas de cobre habían caído en más de un sesenta por ciento entre 1965 y 1969. En 1964, en su despacho de La Habana, el Che Guevara me enseñó que la Cuba de Batista no era sólo de azúcar: los grandes yacimientos cubanos de níquel y de manganeso explicaban mejor la furia ciega del Imperio contra la revolución. La empresa norteamericana Nicro-Nickel había sido nacionalizada y el presidente Johnson había amenazado a los metalúrgicos franceses con embargar sus envios a los Estados Unidos si compraban el mineral a Cuba.

Los minerales tuvieron mucho que ver con la caída del gobierno del socialista Cheddi Jagan, que a fines de 1964 había obtenido nuevamente la mayoría de los votos en lo que entonces era la Guayana británica. El país que hoy se llama Guyana es el cuarto productor mundial de bauxita y figura en el tercer lugar entre los productores latinoamericanos de manganeso. La CIA desempeñó un papel decisivo en la derrota de Jagan. Arnold Zander, el máximo dirigente de la huelga que sirvió de pretexto para negar con trampas la victoria electoral de Jagan, admitió públicamente, tiempo después, que su sindicato había recibido una lluvia de dólares de una de las fundaciones de la CIA. El nuevo régimen garantizó que no correrían peligro los intereses de la Aluminium Company of America en Guyana: la empresa podría seguir llevándose la bauxita y vendiéndosela a sí misma al mismo precio de 1938, aunque desde entonces se hubiera multiplicado el precio del aluminio. La bauxita de Arkansas vale el doble que la bauxita de Guyana. Los Estados Unidos disponen de muy poca bauxita en su territorio; utilizando materia prima ajena y muy barata, producen, en cambio, casi la mitad del aluminio que se elabora en el mundo. Para abastecerse de la mayor parte de los minerales estratégicos para su potencial de guerra, los Estados Unidos dependen de las fuentes extranjeras.
 
La imperiosa necesidad de minerales estratégicos, imprescindibles para el poder militar y atómico de los Estados Unidos, aparece vinculada a la compra masiva de tierras, por medios fraudulentos, en la Amazonia brasileña. En la década del 60, numerosas empresas norteamericanas asaltaron esta selva gigantesca. Previamente, los aviones de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos habían sobrevolado y fotografiado toda la región. Los informes y las fotografías obtenidas en el relevamiento de la extensión y la profundidad de las riquezas secretas de la Amazonia fueron puestos en manos de las empresas privadas interesadas en el asunto.

En la inmensa región se comprobó la existencia de oro, plata, diamantes, gipsita, hematita, magnetita, tantalio, titanio, torio, uranio, cuarzo, cobre, manganeso, plomo, sulfatos, potasios, bauxita, cinc, circonio, cromo y mercurio. El gobierno había ofrecido exoneraciones de impuestos y otras seducciones para colonizar los espacios vírgenes de este universo mágico y salvaje.
Según Time, los capitalistas extranjeros habían comprado, antes de 1967, a siete centavos el acre, una superficie mayor que la que suman los territorios de Connecticut, Rhode Island, Delaware, Massachusetts y New Hampshire.
 
 
“Debemos mantener las puertas bien abiertas a la inversión extranjera” -decía el director de la agencia gubernamental para el desarrollo de la Amazonia. Para justificar el relevamiento aerofotogramétrico por parte de la aviación norteamericana, el gobierno había declarado que carecía de recursos. En América Latina es lo normal: siempre se entregan los recursos en nombre de la falta de recursos.

El Congreso brasileño realizó una investigación que culminó con un voluminoso informe sobre el tema. En él se enumeran casos de venta o usurpación de tierras por veinte millones de hectáreas, extendidas de manera que, “forman un cordón para aislar la Amazonia del resto de Brasil”. La “explotación clandestina de minerales muy valiosos” figura en el informe. El Consejo de Seguridad Nacional afirma: “Causa sospecha el hecho de que las áreas ocupadas, o en vías de ocupación, por elementos extranjeros, coincidan con regiones que están siendo sometidas a campañas de esterilización de mujeres brasileñas por extranjeros”. Según el diario Correio da Manha: “más de veinte misiones religiosas extranjeras, principalmente las de la Iglesia protestante de Estados Unidos, están ocupando la Amazonia en los puntos más ricos en minerales radiactivos, oro y diamantes. Difunden en gran escala diversos anticonceptivos, como el dispositivo intrauterino, y enseñan inglés a los indios catequizados. Sus áreas están cercadas por elementos armados y nadie puede penetrar en ellas”.

El general Riograndino Kruel afirmó, ante la comisión investigadora del Congreso, que “el volumen de contrabando de materiales que contienen torio y uranio alcanza la cifra astronómica de un millón de toneladas”. El contrabando no era un fenómeno nuevo: Brasil pierde cada año más de cien millones de dólares, solamente por la evasión clandestina de diamantes en bruto. Pero en realidad el contrabando sólo se hace necesario en medida relativa. Las concesiones legales arrancan a Brasil cómodamente sus más fabulosas riquezas naturales. Por citar un ejemplo, el mayor yacimiento de niobio del mundo, que está en Araxá, pertenece a una filial de la Niobium Corporation, de Nueva York. Del niobio provienen varios metales que se utilizan, por su gran resistencia a las temperaturas altas, en la construcción de reactores nucleares, cohetes y naves espaciales, satélites o jets. La empresa extrae también, de paso, junto con el niobio, buenas cantidades de tántalo, torio, uranio, pirocloro y tierras raras de alta ley mineral.

El guano reveló sus propiedades fertilizantes en los laboratorios británicos; a partir de 1840 comenzó su exportación en gran escala desde la costa peruana. Los alcatraces y las gaviotas, alimentados por los fabulosos cardúmenes de las corrientes que lamen las riberas, habían ido acumulando en las islas y los islotes, desde tiempos inmemoriales, grandes montañas de excrementos ricos en nitrógeno, amoniaco, fosfatos y sales alcalinas: el guano se conservaba puro en las costas sin lluvia de Perú.
 
  Poco después, la química agrícola descubrió que eran aún mayores las propiedades nutritivas del salitre, y en 1850 ya se había hecho muy intenso su empleo como abono en los campos europeos. Las tierras del viejo continente dedicadas al cultivo del trigo, empobrecidas por la erosión, recibían ávidamente los cargamentos de nitrato de soda provenientes de las salitreras peruanas de Tarapacá y, luego, de la provincia boliviana de Antofagasta. Gracias al salitre y al guano, que yacían en las costas del Pacífico “casi al alcance. de los barcos que venían a buscarlos”, el fantasma del hambre se alejó de Europa.

La oligarquía de Lima, soberbia y presuntuosa como ninguna, continuaba enriqueciéndose a manos llenas. Antiguamente, las grandes familias limeñas habían florecido a costa de la plata de Potosí, y ahora pasaban a vivir de la mierda de los pájaros y del grumo blanco y brillante de las salitreras. Perú creía que era independiente, pero Inglaterra había ocupado el lugar de España. “El país se sintió rico”, escribía Mariátegui. En 1868, según Romero, los gastos y las deudas del Estado ya eran mucho mayores que el valor de las ventas al exterior. Los depósitos de guano servían de garantía a los empréstitos británicos, lo que la naturaleza había acumulado en las islas a lo largo de milenios se malbarataba en pocos años.
 
La explotación del salitre se extendió hasta la provincia boliviana de Antofagasta, aunque el negocio no era boliviano sino peruano y, más que peruano, chileno. Cuando el gobierno de Bolivia pretendió aplicar un impuesto a las salitreras que operaban en su suelo, el ejército de Chile invadió la provincia para no abandonarla jamás. El salitre desencadenó la pelea. La guerra del Pacífico estalló en 1879 y duró hasta 1883. Las fuerzas arrnadas chilenas, que ya en 1879 habían ocupado también los puertos peruanos de la región del salitre: Patillos, Iquique, Pisagua, Junín, entraron victoriosas en Lima, y al día siguiente la fortaleza del Callao se rindió. La derrota provocó la mutilación y la sangría, de Perú: perdió sus dos principales recursos, se paralizaron las fuerzas productivas, cayó la moneda, se cerró el crédito exterior. Bolivia, por su parte, perdió con la guerra la mina de cobre más importante del mundo: Chuquicamata; que se encuentra precisamente en la provincia, ahora chilena, de Antofagasta.

¿Y los triunfadores? El salitre y el yodo sumaban el cinco por ciento de las rentas de Chile en 1880; diez años después, más de la mitad de los ingresos fiscales provenían de la exportación de nitrato desde los territorios conquistados. La región del salitre se convirtió en una factoría británica. Los ingleses se apoderaron del salitre. El gobierno de Perú había expropiado las salitreras en 1875 y las había pagado con bonos; la guerra abatió el valor de estos documentos, cinco años después, a la décima parte. Algunos aventureros audaces, como John Thomas North y su socio Robert Harvey, aprovecharon la coyuntura. Mientras los chilenos, los peruanos y los bolivianos intercambiaban balas en el campo de batalla, los ingleses se dedicaban a quedarse con los bonos, gracias a los créditos que el Banco de Valparaíso y otros bancos chilenos les proporcionaban. El gobierno chileno recompensó el sacrificio de North, Harvey, Inglis, James, Bush, Robertsón y otros laboriosos hombres de empresa: en 1881 dispuso la devolución de las salitreras a sus legítimos dueños, cuando ya la mitad de los bonos había pasado a las manos de los especuladores británicos.

Al abrirse la década del 90, Chile destinaba a Inglaterra las tres cuartas partes de sus exportaciones, y de Inglaterra recibía casi la mitad de sus importaciones. La guerra había otorgado a Chile el monopolio mundial de los nitratos naturales, pero el rey del salitre era John Thomas North. Una de sus empresas, la Liverpool Nitrare Company, pagaba dividendos del cuarenta por ciento. Este personaje había desembarcado en el puerto de Valparaíso, en 1866, con sólo diez libras esterlinas en el bolsillo de su viejo traje; treinta años después, los príncipes y los duques, los políticos más prominentes y los grandes industriales se sentaban a la mesa de su mansión en Londres. North se había inventado un título de coronel y se había afiliado, como correspondía a un caballero de sus quilates: al Partido Conservador y a la Logia Masónica.

En vísperas de la primera guerra mundial, dos tercios del ingreso nacional de Chile provenían de la exportación de los nitratos. Chile funcionaba como un apéndice de la economía británica, pero el perfeccionamiento del proceso Haber-Bosch para producir nitratos fijando el nitrógeno del aire, desplazó al salitre y provocó la estrepitosa caída de la economía chilena. En el reseco desierto de Tamarugal he sido testigo del arrasamiento de Tarapacá. Aquí había ciento veinte oficinas salitreras en la época del auge, y ahora sólo queda una en funcionamiento. “Aquí corría el dinero y todos creían que no se terminaría nunca”, me han contado los lugareños que sobreviven. Iquique, el mayor puerto del salitre, había sido el escenario de más de una matanza de obreros, pero a su teatro municipal, de estilo belle époque, llegaban los mejores cantantes de la ópera europea antes que a Santiago.
 
(Continuará).
Dientes de cobre subre Chile....
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   
carton noviembre 09 Noviembre 09 Rufino