Primeros lugares vergonzosos
Arcelia Ayup Silveti.
Tengo tatuada la imagen que hace meses ocupó las primeras planas de los medios impresos y electrónicos así como las redes sociales. Se trata de un cervatillo solo, entre los vestigios de lo que fuera su hábitat, totalmente abatido por un incendio, se percibe aterrado, no sabe ni para dónde hacerse. Regresé a esa fotografía al leer que México ocupa el segundo lugar mundial en devastación de bosques y selvas. En nuestro estado, en los municipios de Acuña, Ocampo y Múzquiz se afectaron este año más de 249 mil hectáreas, cifra que mi mente no puede dimensionar territorialmente.
Observé algunos videos del incendio. Con asombro, escuché crujir y llorar la naturaleza. Imaginé cuántas vidas dejaban de serlo en la tierra y debajo de ella. Las palmas, pinos y sotoles, entre muchos otros especímenes de nuestra área boscosa, eran envueltos en inclementes llamas amarillas. Sentí tristeza e impotencia porque no ofrecí ayuda. Seguía pensando que la ayuda del gobierno federal no fue suficiente. Me pregunté si hubiera sido diferente si nuestro estado no fuera priista, quizá hubiésemos tenido más atención.
Lo cierto es que en la última década, nuestro país dejó el quinto lugar para ocupar el segundo sitio mundial en deforestación de selvas, bosques y manglares. Tuvimos una pérdida anual de 500 mil hectáreas. Según la Comisión de Medio Ambiente de la Cámara de Senadores, México aporta el diez por ciento de la pérdida anual mundial forestal, estimada en 15 millones de hectáreas, provocada por la tala clandestina, incendios, cambio de uso de suelo y nuevos asentamientos humanos.
“El infierno que no tiene fin” definieron los brigadistas al incendio más grande de la historia, quienes veían las llamaradas que sobrepasan la altura de las propias montañas. Apenas lograban combatir un frente, cuando otros tres se propagaban rápidamente. Además de los incendios, la tala inmoderada es uno de las actividades altamente lucrativas, sobre todo en el sur, que abona en la deforestación de nuestro país.
La Procuraduría Federal de Protección al Medio Ambiente (PROFEPA) declaró que los talamontes actúan en grupo con equipo especial que puede derribar árboles altos en segundos. Que además, por cada árbol derribado se afectan mortalmente por los menos otros 27 que están a su alrededor. Son 300 inspectores los encargados de vigilar 56 millones de hectáreas de bosques y selvas. A cada inspector le corresponden 180 mil hectáreas para vigilar, una labor casi imposible de realizar, porque además, no pertenecen a ningún cuerpo policíaco ni pueden portar armas. Es la misma función del espantapájaros en los sembradíos.
Descubrí con mucha pena que ocupamos además otros nada honrosos primeros lugares de México a nivel internacional: Somos el tercer país más azotado por siniestros en el continente; somos uno de los países más corruptos a nivel mundial, con puntuación similar a la de Bulgaria, China y Macedonia (según la organización Transparencia Internacional); somos el primer lugar en obesidad; primer lugar en pérdida del tiempo para la enseñanza; estamos en los primeros sitios en muertes por accidentes causados por el alcohol; tercer lugar en maltrato animal; tercer lugar en cáncer cervico uterino; ostentamos primeros lugares en corrupción, prácticas de soborno, violencia y en cirujanos plásticos charlatanes. Y para rematar, las mujeres mexicanas somos las más estresadas del mundo, según un estudio reciente que hizo la compañía Nielsen a seis mil 500 mujeres de 21 países.
Mientras descubro estas cifras me apena pensar la herencia que le dejaré a mi hija. Como padres de familia, principales formadores de nuestra descendencia, debemos recapacitar y pensar qué podemos aportar para ponerle un alto a estos lamentables primeros lugares en rubros tan vergonzosos. Los mexicanos estamos a tiempo para reinventarnos, para sacar lo mejor de nosotros mismos, despojarnos del individualismo y pobreza existencial, abrir nuevos caminos para renacer, porque el amor, como el verdadero acto creador, es siempre la victoria sobre el mal.
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