Derechos humanos y laicidad
para la democracia
Luis Fernando Hernández González.
Surge esta corriente del pensamiento como elemento integrador de un mundo justo y
solidario, insertándose en la lucha de los pueblos y sus generaciones por alcanzar aquellos niveles superiores de libertad y de igualdad.
El espíritu laico nos dice Norberto Bobbio: no es en sí mismo una nueva cultura, sino la condición indispensable y necesaria para la convivencia de todas las posibles culturas. Agregando, que la laicidad expresa más bien un método que un contenido.
Es el laicismo un compromiso ineludible para el encuentro de la posibilidad política, jurídica y social en las que debe de gravitar el desarrollo y ejercicio de los pueblos.
Es a través de este laicismo a lo que debe de confrontar ineludiblemente toda configuración de estado de gobierno y de sociedad civil que busque anular o restringir la libertad en cualquier aspecto de sus manifestaciones, ideológica, política, ética, moral, de pensamiento, expresión y acción en la que quiera incursionar el individuo en una colectividad.
Resultado de esto, como una respuesta sine qua non el laicismo se identifica con las garantías individuales y los derechos humanos, tanto en su aspecto físico, psicológico, como moral, a percibirse bajo este concepto, en donde el individuo o los individuos gozan de conciencias libres y de libertades autónomas.
Obtenemos entonces con ello, que al generarse respeto y libertad en el albedrío, el movimiento laicista da pie a los derechos fundamentales que sin duda alguna son el eje vertebral que da sentido y forma a este notable comportamiento de respeto que es la conciencia y la libertad, o bien la libertad de los hombre libres concientemente.
Entramos bajo estos principios a la relación existente entre el individuo, el estado, el derecho y la conciencia ciudadana, que no son otros más que una conjunción de respeto y autonomía entre la población, el comportamiento socializado y las reglas jurídicas que se dimanan para una perfecta y respetuosa interrelación de valores y de intereses.
En esto estriba el núcleo nodal del laicismo, apartándonos de aquellos conceptos que por razones dogmáticas o autoritarias buscaban tutelar en otras época la libertad.
Los ejemplos prácticos los observamos en los dogmatismos religiosos, en el estado hegemónico, autocrático, y en la restricción al conocimiento científico que se dio en etapas pasadas de México y de la humanidad entera.
Ante tales circunstancias, hoy en día se busca dar pie a la libertad de conciencia, con todo lo que esta consideración implica, a la búsqueda del bien común, al entendimiento, a la tolerancia y a la democratización conceptual y práctica de la sociedad, en donde las personas tengan una igualdad ante los preceptos que observa la ley.
Encontramos entonces mediante el concepto de incorporación democrática al laicismo, la universalización de la razón pública, que va hacia el reconocimiento del individuo y de la necesidad del conjunto de individuos para hacer juntos por el bien común las más diversas tareas con las que se fortalezcan la solidaridad, el servicio, el civismo y el interés comunitario.
Porque nos damos cuenta también que sin esta participación comprometida de las personas, sufren deterioro los valores que revisten la política, el interés general, la soberanía del pueblo, la libertad económica y la sociedad de los consumidores, la privatización de entidades y las políticas públicas.
Con estas acciones se aleja el laicismo de su teoría y práctica como promotor prominente en la construcción y mantenimiento de esa conciencia libre y del espacio público, importante vector de emancipación democrática.
Es nuestro tiempo, el de una sociedad multicultural, identificada como sociedad del conocimiento, en donde atrás han quedado el oscurantismo, el dogmatismo, el fanatismo y las guerras santas.
Surge ahora en forma vertiginosa la libertad de conciencia ante un panorama de reclamación individual y de afirmación de libertad en la conciencia colectiva, que hacen del movimiento laicista el motor indisociable de las aspiraciones democráticas de todos los pueblos.
Se centra esta aspiración individual y colectiva en la libertad, la igualdad, el entendimiento y la justicia en todos los órdenes como propuesta única para el entendimiento, el orden y el quehacer político.
Resumo diciendo a ustedes que se impone como parte de la libertad aplicar el laicismo de nuestro tiempo, que no es otro que el dejar ser, pensar, actuar y compartir, en donde no exista restricción alguna a la libertad de conciencia, mucho menos tutelaje en la conducta del ser humano y de la sociedad, para que ésta busque superiores escenarios de vida mediante una democracia participativa.
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