Mis sexenios (40)
José Guadalupe Robledo Guerrero.
En la edición de El Periódico... del 15 de agosto de 1992, en la sección de Información confidencial publicamos una pequeña nota que se titulaba ¿Se casó Eliseo?, que fue el pretexto que luego utilizaría Mendoza Berrueto y sus esbirros para secuestrar a mi hijo mayor.
Dicha nota literalmente comentaba lo siguiente:
En los últimos días el rumor más difundido entre la clase política se refiere al supuesto matrimonio de Eliseo Mendoza Berrueto y Lucila Ruiz Múzquiz, actual Coordinadora de Solidaridad en el Estado. Se asegura que Lucila y Eliseo “unieron sus vidas” en San Antonio, Texas, pero poco dicen sobre el divorcio con Malú Altamira, sólo afirman que por esa razón, desde hace varios meses la primera dama del Estado se fue a refugiar a la ciudad de México. Razón por la que no ha aparecido últimamente en los actos públicos. Verdad o mentira el rumor, lo cierto es que desde hace tiempo se decía que el “gobernador” se casaría con Lucila una vez que terminara el sexenio mendocista. Los enterados aseguran que de ser cierto el matrimonio entre el “gobernador” y la funcionaria estatal, el hecho representa una grave burla hacia los coahuilenses, incluso se comenta que hubo ilegalidad, debido a los tiempos que marca la ley para contraer nuevamente nupcias. Por nuestra parte le deseamos al “gobernador” felicidades, a ver si con esto cambia su reputación personal.
Eso fue todo, no hubo más comentarios, habíamos sacamos el chisme de la clandestinidad. El mismo día de la publicación, el delegado de Seguridad Nacional en Coahuila, Gerardo García Benavente, hermano de un amigo mío, Eleno, quien se desempeñaba como director administrativo de la CFE, me invitó a tomarnos un café. En esa charla, el funcionario federal abandonó su investidura para criticar mi “osadía”, y me dijo: El procurador Garza Serna quiere hablar contigo, te espera a las 10 de la noche en la Procuraduría.
Fui a la cita, la Procuraduría estaba desierta, y como la puerta principal estaba cerrada entré al edificio por una puerta lateral. Llegué hasta la oficina del Procurador en cuya antesala había cuatro policías judiciales, que me revisaron para ver si no llevaba armas. Acepté el cateo, porque quería saber de qué se trataba. Entré al despacho, encontré a Raúl Garza con los pies sobre el escritorio, y con prepotencia me preguntó: -Para qué soy bueno. -Me dijo el delegado de Seguridad Nacional que querías hablar conmigo, le respondí. -A mi me dijeron que tú querías pedirle perdón al gobernador, me insistió con tono altanero. -Creo que nos engañaron, nos vemos, le dije.
Luego de este aberrante diálogo me encaminé hacia la puerta de su despacho, y ya de pie me dijo: -Ya tienes hasta la chingada al gobernador, y le contesté: También ustedes ya me tienen hasta la madre. Salí del despacho, baje las escaleras ante la mirada intimidatoria de los judiciales, esperando que me agredieran, pero no lo hicieron y salí de esa trampa hacia el desolado estacionamiento y me dirigí a mi casa.
Lo primero que hice al día siguiente fue contactarme con un amigo en el Distrito Federal, para que me consiguiera una cita con el director de Seguridad Nacional, Fernando del Villar Moreno, para entregarle una queja escrita en contra de su delegado en Coahuila, por su participación en la trampa. Días después logré platicar con el alto funcionario federal, quien se comprometió a cambiar al oficioso subalterno. Así lo hizo un mes después. De todas formas, logré saber que estaba en la mira de los mendocistas.
En ese momento, también Raúl Garza Serna estaba en la mira de los coahuilenses, incluso se afirmaba que sus días estaban contados en la Procuraduría, pues los empresarios laguneros amenazaron con realizar bloqueos de carreteras y paros en el comercio organizado, para que Eliseo destituyera a Garza Serna de su cargo por incapaz. Desde entonces (1992) los empresarios laguneros insistían en que Mendoza Berrueto no tenía voluntad de resolver el problema de la inseguridad pública en Torreón. Lo que hoy sucede en La Laguna es producto de aquella sordera gubernamental. Las cosas estaban dadas, para que el Procurador se mantuviera en su puesto a costa mía. Sabía que algo estaban tramando en mi contra.
Por esos días, un amigo fotógrafo de gobierno, Juan García, me buscó por instrucciones de la señora Malú Altamira, esposa de Eliseo, para darme las gracias por el comentario que había hecho y contarme más sobre su “matrimonio”. Cuando me entrevisté con Juan lo hicimos como si fuerámos guerrilleros perseguidos. Nos vimos en un lugar secreto, después de cambiar de auto en varias ocasiones. Juan García aún recuerda aquella aventura.
Semanas más tarde Malú Altamira reaparecería en Piedras Negras invitada a un acto público por la esposa del Presidente Salinas, Cecilia Ocelli, el comentario de El Periódico... había logrado equilibrar las fuerzas de la pareja gubernamental, al menos eso me mandó decir doña Malú, quien gracias al comentario periodístico, tiempo después consiguió el divorcio con un excelente convenio económico, además de quedarse con los hijos adoptivos.
Este acto de justicia generó que otra dama, la Dra. Marcela Ortega Ojeda, se contactara conmigo, solicitándome que denunciara su caso, pues ella tenía una demanda contra EMB por el reconocimiento de la paternidad de su hija, Elisa Nazareth Mendoza Ortega que había nacido el 23 de septiembre de 1988, también reclamaba los gastos de manutención. Esta vez decidí mantenerme al margen de ese caso, y se lo hice saber a la señora.
El 19 de septiembre de 1992 murió uno de los líderes del movimiento estudiantil por la Autonomía de la Universidad de Coahuila (hoy UAC): Pablo Reyes Dávalos, quien fue el Presidente de la Fesuc, la federación de estudiantes de Saltillo que dirigió esa lucha reivindicativa en esos combativos días primaverales de 1973. Pablo había nacido en Nueva Rosita y se sentía orgulloso de su modesto origen minero. Era gente pensante y sumamente pragmático, fue él quien me presentó a Rogelio Montemayor, pues Pablo fue un tiempo su secretario particular, hasta que se apareció Óscar Olaf Cantú, con quien tenía serias diferencias: “Por su impulsiva obsesión a la intriga”.
Para esos días ya habían aparecido en el escenario político las desavenencias políticas entre Rogelio Montemayor y Enrique Martínez, que se manifestaban a través de los simpatizantes de cada uno. El problema que los dividía era la candidatura del PRI al gobierno de Coahuila que estaba a meses de decidirse. Era claro que Montemayor llevaba ventaja, pues era el amigo del Presidente Salinas. También era indiscutible que Enrique Martínez era la carta local. A Rogelio se le veía como advenedizo, estuvo años fuera del estado, además Montemayor soñaba con una Secretaría de Estado, no con venir a gobernar a los “pinches coahuilenses”. Ahora es distinto, hasta una “asesoría” en la UAC fue bienvenida por Montemayor, quien tuvo problemas por tráficos económicos en PEMEX, por lo que está inhabilitado.
Finalmente triunfó Montemayor e impusó a Óscar Pimentel en la Presidencia del PRI coahuilense, y pese a que Pimentel era una imposición con el disfraz de “candidato de unidad”, los dóciles priistas volvieron a demostrar su “disciplina”, aplaudiendo al elegido. Es justo mencionar que Pimentel ayudó a doblegar la oposición de Eliseo, defendiéndolo de las acusaciones de ladrón e incapaz que le hizo el panista Humberto Flores Cuéllar en la Cámara de Diputados. Óscar Pimentel arribó al PRI coahuilenses asegurando que frenaría las actividades futuristas de Enrique Martínez y Rogelio Montemayor.
Sin pena ni gloria, Eliseo rindió su Quinto Informe de “Gobierno” enmarcado en las críticas hacia su gestión. Ya para entonces al gabinete mendocista se le conocía como “Alí Baba y los cuarenta ladrones”. Pese a todo esto, Eliseo insistía en que su gran obra de “gobierno” era el clima de armonía social que privaba en Coahuila.
A invitación de Armando Castilla Sánchez, mi primera columna apareció en Vanguardia el 2 de septiembre de 1992. Vanguardia le dio cabida a mis críticas contra el “gobierno” de Eliseo. Durante el año que estuve escribiendo, Armando Castilla siempre respetó mi libertad, nunca hubo censura. Una semana antes tomaba posesión de la Presidencia de la Comisión Estatal de los Derechos Humanos (CEDH), Javier Villarreal Lozano. Allí necesitaban sus “servicios” para continuar con los múltiples abusos que se cometían.
Por esos días, otro pariente de Eliseo, Gustavo Berrueto Neira, renunció a la dirección del Cereso de Saltillo, porque se descubrió que uno de los reclusos había asaltado una gasolinera, debido a que andaba libre porque el director del Cereso le había dado permiso de salir a visitar un familiar. Pese a ese delito, la CEDH nada hizo por aclararlo. Javier Villarreal estaba en ese cargo para proteger la corrupción y los abusos de su mecenas, EMB.
El 15 de octubre, el día del Quinto Informe de Eliseo, en mi columna de Vanguardia titulada ¿De qué informará Eliseo?, señalaba que Mendoza Berrueto nada diría sobre la corrupción, dejadez y abusos que habían sido constantes en su gobierno. Ese día Armando Castilla, con quien tenía una magnífica relación, me dijo que a Eliseo le había molestado mucho mi comentario, incluso se había quejado con él. A años de distancia estoy seguro, que ese comentario periodístico fue la causa de que Mendoza Berrueto ordenara la agresión en mi contra. Mis críticas las vio como un desafio.
En esos días, mi hijo mayor Ernesto, me había pedido ayudarme a repartir El Periódico... para ligarse a mi trabajo y ganarse unos pesos. Acepté de buena gana, pues con mucho esfuerzo y dedicación Ernesto estaba estudiando en el Tecnológico de Saltillo, y cuando distribuía la edición 83, el 28 de octubre, fue interceptado afuera de la oficina del cura Antonio Usabiaga Guevara por dos agentes de Seguridad Pública del Estado.
El abusivo operativo había sido ordenado por el mismo Eliseo Mendoza y ejecutado por el Procurador Raúl Garza Serna, el director de Seguridad Pública Óscar Pérez Benavides, y el director de la Policía Judicial Gerardo Arellano Acosta, quienes por horas estuvieron hostigando a mi muchacho.
Detuvieron ilegalmente a mi hijo Ernesto de 18 años, le sembraron una pistola calibre 38 para prefabricarle un delito federal de posesión de armas prohibidas, lo secuestraron por 6 horas, lo mantuvieron incomunicado y lo presionaron psicológicamente, intimidándolo para que aceptara que el arma que le habían sembrado era de mi propiedad. Ernesto nunca firmó ni afirmó nada, pese a su joven edad fue firme y valiente. Además sin motivo legal incautaron la combi en que repartía El Periódico... y destruyeron los ejemplares de la edición.
Ese día, cuando Armando Castilla supo de la detención de mi hijo, me habló para preguntarme sobre la pistola. Le dije que la habían sembrado. Que todo se debía a mis críticas a Eliseo y su pandilla de ladrones. Armando me creyó y me impidió salir del edificio de Vanguardia: “No quiero que vayas a hacer una tontería, lo arreglaremos desde aquí no te preocupes, me dijo para calmar mis ánimos. Llamó a Eliseo con la bocina abierta del teléfono para que yo escuchara la plática. Eliseo le insistió sobre la culpabilidad de mi hijo, pero Armando Castilla sabía quién era Garza Serna, y le replicó: Te están engañando Eliseo, suelta a ese muchacho y evitate mayores problemas.
Allí estuve seis largas horas, las mismas que estuvo secuestrado mi hijo por las autoridades “justicieras” de Coahuila, hasta que mi esposa fue a rescatarlo a la Procuraduría de “Justicia”. Horas después, Armando Castilla sabría que la serie de la pistola que le había sembrado a mi hijo, aparecía en el inventario de la policía judicial. Por mi parte, volví a reeditar la edición destruida para distribuirla, y Castilla Sánchez me pidió que no comentara nada del caso en mi columna. Acepté, ante la solidaridad mostrada. Dio órdenes para que se ventilara el caso en Vanguardia, y se hizo como si fuera una nota sacada de los reportes policiacos.
En la edición de El Periódico... del 30 de diciembre, relaté el abuso y las seis horas angustiantes que mi hijo padeció. Pero no dejé que la rabia me dominara. Debía tener claridad para hacer lo más conveniente ante la represión gubernamental. En esa situación los amigos se esfumaron, salvo Alfredo Dávila Domínguez y Jesús Ruiz Tejada Pérez, que siempre estuvieron de mi lado, brindándome su solidaridad y denunciando el caso.
Días después, amigos del Distrito Federal me consiguieron una cita con el Presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), Jorge Madrazo Cuéllar, quien me atendió, conoció del caso y me sugirió que lo indicado era poner la denuncia en Coahuila. Se lavó las manos. Para llenar el requisito, acompañado de mi amigo Alfredo Dávila Domínguez, fuí a entregar la denuncia a Javier Villarreal Lozano, quien la recibió sin abandonar su actitud altanera. Si antes no creía en esas comisiones con esta experiencia menos. Villarreal Lozano era sirviente de Mendoza Berrueto, para qué decir más. Obviamente la denuncia durmió el sueño de los justos, y nunca supe el tratamiento que le dio Javier Villarreal al abuso e ilegalidad en contra de mi hijo. Además nunca me ha importado lo que digan los lacayos.
Pero conociendo como se las gastaba Eliseo y su pandilla, busqué la manera de entrevistarme con el Presidente Salinas. Hablé con Hugo Andrés Araujo de la Torre, él sabía del asunto, le comenté mis temores y la necesidad de ver al Presidente. Hugo Andrés me dijo: en fecha próxima el Presidente irá a Saltillo, te aviso para que platiques con él.
Tiempo después me habló para decirme que el Presidente vendría y que estaría en dos actos, uno en el Hotel La Torre y otro en el Motel Camino Real. -Yo te consigo que subas al camión presidencial cuando termine el acto en La Torre, para que hables con el Presidente Salinas en el corto trayecto al Camino Real, es decir mientras el camión cruzaba la carretera.
Y así pasó. Cuando subí al camión presidencial me encontré con el Presidente Salinas, iba solo en el camión, y le dije en pocas palabras que mi único delito era señalar la corrupción del gobernador coahuilense, misma que el mandatario conocía, le di los últimos ejemplares de El Periódico... para que constatara lo que había dicho. No me contestó, escuchó con atención, y llegamos a nuestro destino. El chófer abrió la puerta, el Presidente bajó, y a un lado de la escalera esperó a que yo bajara, y frente a Eliseo que lo estaba esperando me dijo: “No te preocupes Robledo, tú eres amigo del Presidente. Sigue adelante”. Me dio un abrazo y se fue a saludar a Mendoza Berrueto. Allí supe que las agresiones de Eliseo habían terminado. Mi confianza había retornado, porque Salinas ejercía el poder presidencial. Fue el último Presidente que ejerció totalmente el poder en México.
A doña Malú Altamira le había ido bien. Después de tantas visicitudes, el comentario que hice sobre el matrimonio de Eliseo y Lucila fue premonista, pues tiempo después lo convalidarían con su unión formal, pero también Eliseo se había beneficiado en su imagen. Marcos Espinoza Flores alguna vez me confió que le había dicho a Eliseo que me hiciera un monumento, pues antes del comentario de El Periódico... era considerado un joto, y ahora se le veía como un padrote.
Para enero de 1993, meses antes del destape del candidato priista al gobierno de Coahuila, estaba claro que Rogelio Montemayor sería el elegido, pero en Coahuila discretamente se apoyaba a la carta local: Enrique Martínez y Martínez, el oportunismo priista estaba a la orden del día, en la mañana le daban su apoyo a Montemayor y en la tarde hacían lo mismo con Enrique. Otros como el ex gobernador José de las Fuentes Rodríguez querían aprovechar la confusa situación para conseguir un escaño en el Senado de la República. El “Diablo” ya no volvería a la función pública. Estaba acabado.
Para marzo, Rogelio Montemayor ya se había convertido en el candidato a la gubernatura de Coahuila, gracias a la decisión del Presidente Salinas. Por mi parte seguí insistiendo en que Eliseo debía ser encarcelado por su grosera corrupción, y sabiendo de los conflictos que tenía Montemayor con Eliseo, pensé que Rogelio lo metería a la cárcel por orden del Presidente. Nunca pensé que años después, Mendoza Berrueto sería candidato a diputado local a los 80 años, por obra y gracia de la amnesia que sufren los políticos, y que Montemayor sería convertido en asesor de la UAC.
Seguí escribiendo en Vanguardia, me tocó hacer comentarios sobre el proceso electoral, desde antes del destape de Montemayor hasta que fue electo gobernador. En ese entonces tomé una decisión que enmarcaría mis comentarios: seré lo más objetivo que pueda, pues con ambos aspirantes mantenía una relación amistosa. Y así me pasé meses haciendo la crónica política, y señalando la corrupción de Eliseo y de Rosendo Villarreal Dávila que también quería ser gobernador. Estos ladrones no llenan, son insaciables.
(Continuará).
La recta final del “gobierno” de Eliseo...
|