Crece la desesperanza
Salvador Hernández Vélez.
En pleno domingo de Resurrección conocimos la lamentable noticia del asesinato de
Carlos Valdés Berlanga. Esta muerte mueve y conmueve a la sociedad lagunera y
particularmente a la torreonense. Carlos era muy emprendedor, un empresario exitoso. Gente
muy sencilla, como decía mi mamá “de esos que no le hacen mal a nadie”. Lo conocí en 1994
por su hermano Mario. La persona que me dio la noticia me comentaba con gran aflicción y
un nudo en la garganta: ¿Por qué a él si era tan noble? La última vez que lo saludé fue hace
dos semanas en un reconocido café en Saltillo, estaba muy contento compartiendo con unas
personas.
Este crimen le echa leña al fuego de la desesperación y la indignación de los ciudadanos
ante la falta de escrúpulos de los delincuentes. Al mismo tiempo exhibe la ineficacia de las
estrategias, programas y esfuerzos gubernamentales que el Secretario de Gobernación
Francisco Blake Mora nos expuso a los laguneros hace apenas un par de meses. Todavía la
semana pasada Calderón recibió el reclamo de los empresarios: por qué no tenemos el apoyo
de las fuerzas federales que desde hace meses se le han estado solicitando. El presidente
eludió la respuesta frente a este fenómeno de la delincuencia.
Días después de su visita a Torreón en relación al brutal asesinato de Juan Francisco
Sicilia y seis personas más en Morelos, Felipe Calderón fijó su posición sobre que estas
protestas y reclamos había que dirigirlos hacía la criminalidad: “Hay que condenar a quien
debe condenarse y decir ‘ya basta’ a los criminales, porque no podemos confundirnos: los
que asesinan son ellos, son los criminales; los que matan jóvenes inocentes son los criminales,
los que secuestran y asesinan migrantes son los criminales, los que tienen asoladas grandes
partes de nuestra sociedad o de nuestro territorio es la delincuencia”.
Esta respuesta de Calderón exhibe más una actitud de enojo e impotencia, que una de
jefe de gobierno, pues está claro que en los regímenes republicanos las autoridades de los
tres niveles de gobierno deben ser las únicas que reciban las peticiones y las exigencias de
los ciudadanos. Es el Estado el que tiene la fuerza para someter al orden a los que violenten
la ley.
Las muestras de solidaridad que ha recibido la familia Valdés Berlanga por tan lamentable
pérdida, son a la vez actos espontáneos de los ciudadanos torreonenses frente a la desdicha
ajena que sienten como propia, misma que se traduce en un reclamo a las autoridades por la
situación de inseguridad que estamos padeciendo. En el caso del asesinato de Alejandro
Martí, el periodista Jorge Zepeda Patterson, sostiene que las manifestaciones y las protestas
fueron una especie de “referéndum contra la política de seguridad del gobierno de Calderón”.
Esto provocó de parte del ejecutivo y del legislativo federal un endurecimiento de las penas
contra el secuestro y la apertura de consejos de participación ciudadana para la observación
y medición de la inseguridad.
También este mismo periodista sostiene que la señora Isabel Miranda de Wallace
“evidenció, mejor que cualquier diagnóstico, las fallas en los procedimientos y prácticas del
Ministerio Público y policías. Más importante aún, constituyó el mejor estímulo para cientos
de familiares que en todo el país obcecadamente persisten en buscar a los suyos o a sus
victimarios” (El Universal, abril 10 2011, p. A17).
El poeta Javier Sicilia con su convocatoria y exigencia ciudadana ha evidenciado la
escasa efectividad de la estrategia de combate a la delincuencia organizada y la actitud terca
del ejecutivo federal para buscar nuevas opciones para terminar con la ola de violencia,
incluso en su impotencia puso sobre la mesa un tema muy controvertido: pactar con los
criminales. Sicilia, ha hecho que todos volvamos los ojos sobre
el más duro y lamentable mal de México: la inseguridad
pública, materializada en miles de muertes y una ola de
violencia y miedo a lo largo y ancho del país.
El asesinato de Carlos Valdés Berlanga tal vez no sea
más importante que las otras muertes que han acontecido en
nuestra comarca. Cada una tiene su propia dimensión y su
propia historia. Pero el dolor, la impotencia y la indignación
del cobarde crimen de un ciudadano de bien han exaltado
una vez más un estado de reclamo social más allá de
identidades personales, sociales, ideológicas y partidistas y
han hecho crecer la desesperanza en esta ruleta rusa que
estamos viviendo.
|