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Edición No. 266 , MAYO 2011
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Elecciones universitarias
¿Para qué?

Jesús Salas Jáuregui.

En las principales universidades del país se viven procesos electorales que ponen en movimiento la diversidad político-intelectual que habita estos espacios. A primera vista podría suponerse que estos procesos ponen en juego las grandes polarizaciones teóricas de visiones opuestas de proyectos de universidad. Pero si reflexionamos aunque sea un poco acerca del tema, veremos sin duda, un escenario completamente distinto: la renovación de autoridades universitarias es un ritual en el que no se juega mayor cosa.

No porque haya un gran consenso sobre la universidad, su crisis y sus salidas, sino porque el debate intelectual de fondo, la confrontación que antaño denominábamos como “ideológica” simplemente ha desaparecido de la escena. En su lugar se ha instalado un ambiente de maniobras y politiquería menor que no entusiasma sino a sus directos beneficiarios.

Ello no quiere decir que todo sea exactamente igual y que algunos sectores muy minoritarios no intentemos hacer la diferencia con propuestas que van en otra dirección. Lo que decimos es que los rasgos dominantes de las tendencias visiblemente mayoritarias, están de algún modo amarradas al status quo con poquísimas probabilidades de alterar estas inercias que sólo reproducen lo dado.

El mundo universitario vive un proceso de transformación generalizado que guarda íntima relación con los acelerados cambios que experimenta la sociedad global.

Esta dinámica de renovación es vivida de modo desigual en cada región según las características por las que atraviesa cada universidad. Pero en todos los casos asistimos a un curso histórico de transformaciones en el que se ha puesto en tensión, ya no sólo la configuración institucional de las universidades, sino las ideas de base con las que se crearon estas instituciones en el pasado.

En nuestro país hace falta plantearnos una dinámica de transformaciones que incidan desde la universidad en los distintos planos de la vida social, que abra espacios para impulsar cambios significativos en los modelos universitarios tradicionales. De tal modo, que se dé un reconocimiento en los escenarios internacionales, en las agendas especializadas de investigaciones sobre el campo, en los debates intelectuales que interpelan las nuevas concepciones sobre la educación y la sociedad; en fin, en las comunidades universitarias que demandan de una u otra manera la asunción de un horizonte transformador como condición de un mejor panorama del porvenir.

En ocasión de los procesos de renovación de autoridades en algunas universidades no aparece una neta visibilidad del compromiso colectivo por impulsar sostenidamente los cambios que la situación de hoy demanda con urgencia. En el espíritu de las competencias autonómicas de cada institución, en la pluralidad de estilos y perfiles de cada gestión, no se ve una plena conciencia del valor de la diversidad en la configuración del concepto mismo de universidad. Es necesario un compromiso abierto para el desarrollo de reformas universitarias desde una perspectiva ético-intelectual que repercuta en los escenarios donde los equipos rectorales habrán de actuar. En este espíritu debe adquirir valor la palabra empeñada por quienes han de conducir de modo relevante el destino inmediato de la universidad.

No se trata de planteamientos ingenuos que ignoran los obstáculos y los intereses en juego. La apuesta es sencillamente articular una agenda diseñada por los más variados sectores de la institución, sólo de este modo es posible capitalizar un saldo político-académico que resulte promisorio para los verdaderos retos que están por delante: es decir, transformar radicalmente un modelo históricamente colapsado, sino es así, ¿elecciones para qué?

 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     
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