No cabe duda, hoy Coahuila es otro
Jorge Arturo Estrada García.
El daño está hecho, la suerte está echada. El Gobierno de la Gente termina entre la insolvencia, los sobresaltos, el descrédito y el escándalo. Descuidados. Demasiado confiados a la suerte, no supieron blindar la salida. No arroparon al jefe Humberto Moreira, y es él quien ahora paga las consecuencias. Aconsejaron el engaño, la opacidad, la mentira, la agresividad y la bravuconería. Se equivocaron completamente. Y los problemas, terminaron por estallar estruendosamente, arrasando todo.
La nueva generación de políticos que Humberto quiso crear fracasó estrepitosamente y se lo llevó de encuentro. Resultaron traidores, vivales, desleales, incapaces y hasta corruptos.
La obra pública y social impresionante, que realizó Humberto como gobernador, se ve severamente cuestionada. Los errores opacan los aciertos. El desorden financiero y los visos de corrupción marcan su carrera política y amenazan hacerla naufragar.
El gobernador Moreira está inmerso en varios procesos judiciales federales, que apenas comienzan y que le darán muchos dolores de cabeza.
El Gobierno de la Gente se acostumbró a engañar y a maquillar resultados. Creyeron que la intensa propaganda bobalicona bastaba. Calcularon que la verdad nunca se sabría. Y calcularon mal. Los resultados están a la vista. Miles de coahuilenses se pasaron ya a las filas de los críticos y los escépticos. La clase política de la entidad está muy desprestigiada.
Sembraron tormentas y están cosechando tempestades. Subieron a Humberto al ring permanentemente, sin estrategia y sin blindaje. La estrategia de la opacidad y esconder las cosas no resultó. Mal asesorado, los problemas estallaron uno tras otro, durante semanas que se alargaron a meses y que aún no terminan. El reparto de culpas, las bravatas y las excusas no funcionaron. Las fieras huelen la sangre, y en la arena política nacional Humberto se percibe vulnerable en extremo.
Hubo falsificación de documentos para contratar miles de millones de deuda, ha reconocido Humberto Moreira. Aunque se deslinda y asegura que no fue en su tiempo, que él no firmó documentos, que hay funcionarios estatales, federales y bancarios involucrados; y que la Fiscalía de Coahuila ya investiga el asunto, porque él lo denunció desde hace meses atrás. Estas coartadas dejan muy expuestos al actual gobernador, Jorge Torres y al despedido del Satec, Javier Villarreal, dos de sus más cercanos amigos y ex colaboradores.
Podría decirse que Humberto se derrotó solo. Como casi siempre pasa con los personajes extremadamente carismáticos y populares, sus errores lo hundieron. No cuidó las manos de sus colaboradores. No cuidó la salida. Se sintió intocable e invencible. La soberbia lo nubló.
No había necesidad del engaño. La mayoría de los coahuilenses habría visto como algo normal contratar deuda. Los dóciles diputados de Coahuila, habrían aprobado cada solicitud de nuevos créditos. Humberto se derrotó solo, nadie lo venció.
En este momento la deuda pública es injustificable. Ya nadie cree las cifras oficiales. La retórica y la propaganda gubernamental están desgastadas. Las mentiras se enredan más, la trama se hace más densa.
Las cifras ya nadie las cree. Las obras no costaron eso. Los avances en los temas sustanciales no existen o son magros. Mucho maquillaje.
Hoy Coahuila es otro: es una entidad sumamente dividida y polarizada; con una clase política desprestigiada como nunca; con una competitividad estancada; con la delincuencia apoderada de las calles y colonias, con alto desempleo y con mucho miedo; con un sistema educativo en los últimos lugares del país; con una enorme deuda pública que limita la realización de mega proyectos estratégicos indispensables para ser viables en la economía globalizada del Siglo 21. Y además, con dos de sus gobernadores involucrados en problemas judiciales por largo tiempo. No cabe duda, hoy Coahuila es otro.
Es momento de desmarcarse. Para Rubén Moreira ha llegado el momento de asumir su nuevo rol. Él es el nuevo gobernador de Coahuila. Es el gobernador de todos los coahuilenses. No sólo de los moreiristas o de los priístas, es el gobernador de todos.
Los coahuilenses lo contrataron como su gobernador, para que sea quien impulse el crecimiento y la prosperidad de su estado. No para que participe en guerras electorales o en disputas políticas. Tampoco para que encubra ilícitos.
Rubén, debe despojarse de su camisa roja de jefe del PRI y borrarse la pintura de guerra. Deberá guardar el discurso beligerante para los eventos de partido, y no cuando está trabajando como cabeza de los coahuilenses. Ya no es el presidente del PRI, ni un candidato más.
Los personajes se conocen por lo que dicen y por lo que hacen, por las posiciones que adoptan ante los temas que les importan a los ciudadanos. Así, se construye el posicionamiento. Así se conquista el lugar, que ocupan en la mente de los ciudadanos.
La entidad está polarizada como nunca. Hay desengaño y desánimo. Hay rencores y cuentas por saldar. Se requiere un líder que trabaje en restañar las heridas y en recuperar los sueños. Un personaje que muestre firmeza y decisión para enfrentar los graves problemas que nos agobian. Y que nos una en pos de un objetivo.
Es muy difícil recuperar la confianza, tras el engaño. El primer paso, es reconocer la magnitud de los problemas que se enfrentan, y no minimizarlos. Rubén no tendría que estar a la defensiva, ni ser agresivo. Él no tiene que continuar una partida de ajedrez ya empezada, y casi perdida. Él empieza un juego nuevo, con tablero limpio y piezas completas.
Estamos en medio de una guerra política. La batalla por la gubernatura de Coahuila ya quedó atrás. Sin embargo, viene lo más fuerte de la contienda presidencial. Los hermanos Moreira quedarán atrapados en medio del vendaval. También, una nueva recesión económica global nubla el horizonte. De la inteligencia de sus movimientos dependerá su destino y el Coahuila.
El reto principal de Rubén es que los coahuilenses crean en él, que lo sigan y lo apoyen. Su reto principal es convertirse en el líder que Coahuila requiere. El que brinde certidumbre ante los momentos difíciles que se avecinan. El que inserte a la entidad con éxito en la economía del Siglo 21. El que genere prosperidad y seguridad para las familias. El que recupere la confianza y que no engañe.
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