La vida en México independiente
Salvador Hernández Vélez.
En el marco de la Feria Internacional del Libro Saltillo 2011 por invitación de More Barret participé en la presentación del libro
Fanny Calderón de la Barca. La Vida en México Independiente
que contiene fragmentos de las cartas de Fanny dirigidas a su familia seleccionadas por Jennifer Clement y Susan Chapman. Fanny era escocesa, su nombre verdadero era Frances Ersinke Inglis, nació casi seis años antes de que se iniciará la lucha de los novohispanos (fuimos mexicanos hasta 1821 cuando se reconoció con la independencia la formación de una nueva patria, México) por la independencia del dominio español, el 23 de diciembre de 1804 en Edimburgo, Escocia. El libro es un documento muy importante pues deja constancia de una forma muy lúcida y amena, casi poética de la vida cotidiana en el México que apenas se estaba formando.
El libro retrata muy bien la influencia que otras culturas dejaron en nuestro país, pero particularmente deja constancia de la dominación española al grado que esta señora escocesa se asombra de que a pesar de la independencia México siguió siendo de habla española y católico. Situación que no sucedió con España, cuando los españoles se independizaron de los moros de ninguna manera se quedaron con la lengua de ellos ni con su religión. Por tanto, de este cuestionamiento de la esposa del primer embajador español en México, se desprende que ella concluía que nosotros no habíamos llevado a cabo una verdadera independencia.
Sin embargo hay que reconocer que los propios españoles no pudieron despojarse de las culturas árabe y judía totalmente pues hasta la actualidad conservan una gran parte de su vocabulario, topónimos, arquitectura, filosofía, poesía lírica, música, conocimientos médicos y el juego del ajedrez. Y es precisamente en los fragmentos de las diferentes cartas de Fanny Calderón de la Barca (esposa de Ángel Calderón de la Barca embajador de España en México de finales 1839 a principios de 1842) que describe la vida de esta etapa del inicipiente México de una manera impresionante. En sus cartas nos deja día a día testimonio de cómo era nuestro país en sus inicios. Por la forma como lo plasmó se nota que era una estudiosa de las costumbres y de la forma de vivir en esa época. Describe el carácter de los nuevos mexicanos.
La primera carta narra su salida de New York el 27 de octubre de 1839, en esa misiva nos comparte su despedida hacía una tierra desconocida de la siguiente manera:
... pero nada más triste que ver un paisaje que se va perdiendo de vista; es como si la moción del tiempo se hiciera visible..., todo desvaneciéndose poco a poco a manera de un sueño, hasta desaparecer por completo.
Sus cartas denotan que antes de partir hacía la nueva nación, México, leyó todo lo que tuvo en sus manos sobre la tierra que la recibiría. Nos habla del Pico de Orizaba, del nombre que le dan los mexicanos, Citlatépetl, de su altura, del fuego que exhalaba. Le impresionó su llegada al Puerto de Veracruz, procedente de Cuba donde se impactó por la forma como curaron a un hombre que le cayó un rayo. Desde alta mar aquel 18 de diciembre de 1839 contempló San Juan de Ulúa, se maravilló con las formas de vestir de los veracruzanos.
Ya en camino hacía México tuvieron un encuentro con Santa Anna y nos dice que a pesar de que sus modales revelaban calma y caballerosidad sin embargo “... se le notaba a veces una expresión de angustia en la mirada. Y una semana después llegaron al valle donde se levantó la ciudad favorita de Moctezuma. Recuerda las narraciones de Hernán Cortés. El Castillo de Chapultepec lo describe y narra lo que le rodea y lo que se veía desde ahí. En una de sus cartas habla de Juan Diego.
De forma casi poética describe el maguey y los derivados de esta planta mágica, el aguamiel y el pulque, lo hace de la siguiente manera:
No es frecuente que podamos ver la soberbia flor del maguey con su tallo colosal, pues la planta que florece es de una belleza inútil, pues para sacar el aguamiel hay que cortar el tallo de ésta agavácea. Lo mismo nos deleita con la descripción que hace del Paseo de Bucareli, como nos comparte su visita a la casa de una señora rica donde había
un luto familiar
que la invadió de miedo. También nos comenta del Domingo de Ramos, de las multitudes en la festividades religiosas, de su impresiones en su visita a un convento y de las forma como vivían las novicias. Se deleitaba con los platillos mexicanos: el mole, los nopales, los frijoles, las tortillas, el puchero, las frutas.
En otra carta nos habla de su recorrido por Real del Monte y las minas del Conde de Regla. De su fracaso cuando intentó educar a una trabajadora doméstica. Sus comentarios de las peleas de gallos también se deslizan en sus misivas. De las mujeres mexicanas hace una exaltación:
No hay mujeres más afectuosas que las mexicanas. Nos comparte el levantamiento de Don Agustín Gómez Farías y adelantándose a las circunstancias de violencia que ahora nos toca vivir, nos narra los combates en plena ciudad de México en julio de 1840.
Lo mismo analiza la frase:
Está a disposición de usted, que comenta el día de muertos, su experiencia con un temblor, las posadas en Navidad, las velas, las procesiones, las letanías, los animales ponzoñosos, Cuernavaca, las barrancas, Atlacomulco, las grutas, Puebla, las nodrizas, y finalmente el regreso el 15 de enero de 1842 para llegar a New York el 29 de abril del mismo año. |