Del Arte de Marialva a
Rodolfo Gaona
Alberto Santos Flores.
En las entregas anteriores tratamos de darle un seguimiento evolutivo al origen del toreo tal y como se estila hoy, y vimos como en la España invadida por los moros en año el 711 con el general Tarik (Dio su nombre a Gibraltar: Gebel Tarik, montaña de Tarik) al frente del ejército invasor vence al Rey don Rodrigo, último monarca visigodo, en la batalla de Guadalete. Aunque pocos años después (718) Don Pelayo los derrota en la histórica batalla de la Covadonga. Los árabes siguen su marcha hacia el norte (ya que su meta no era España, era Europa, era el mundo dicen los historiadores), pero el Rey francés Carlos Martell los detiene en la batalla de Poitiers, en el año 732, conocida como la batalla Tours, (para no confundirla con la batalla Poitiers en 1356 durante la guerra de los cien años entre Francia e Inglaterra.)
Los árabes detenidos pero no vencidos se quedan en España, nada más hasta el año 1492. Cuyo episodio final fue la entrega de las llaves de la ciudad de Granada por el Rey Chico a los Reyes Católicos, y según la leyenda al salir a su exilio y cuándo estaba en lo más alto de un collado volvió la cabeza para ver su ciudad por última vez y lloró, debido a eso desde entonces ese monte se llama “El Suspiro del moro” y fue cuando su madre le espeta con la célebre frase: Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre.
Dice José Alameda; Aquí llegamos al punto clave. Esta guerra de ocho siglos, larguísima guerra, tiene también grandes treguas. Y durante las treguas los guerreros de ambos bandos se entretenían en grandes torneos de a caballo, a veces incluso confraternizando provisionalmente para matarse mejor después. La caballería es el arma fundamental que hay que mantener a punto, “en condición” como decimos hoy. Y para que el entretenimiento sea más eficaz, para que se asemeje a la guerra, allí está el toro, nacen así, por el espíritu y las necesidades de la guerra, los grandes torneos de alanceamiento de toros.
El toreo es español porque nace en España, pero nace del hecho de la guerra y el instrumento principal es la lanza. Con esto el escritor José Alameda quiere asentar y aclarar el verdadero origen del toreo. Desmintiendo el viciado concepto histórico de la fiesta de los toros en la falsa creencia, aceptada durante mucho tiempo, de que el toreo es árabe, continúa diciendo el maestro Alameda; aunque la tesis del origen musulmán del toreo está muy desacreditada, permanece latente en amplias capas populares, sin embargo basta considerar que los árabes no habían toreado antes de la conquista de España, ni torearon después de salir de tierra española. Por otra parte los musulmanes no sólo estaban en España, sino en una enorme extensión geográfica de África y Asia. Y en ninguna de aquellas tierras practicaron el toreo. Sólo en España. Por eso el toreo es arte católico y no de la media luna.
Por la presencia constante de los árabes que sin haber logrado dominar la ribera norte del Mediterráneo, él cual se ve amenazado por éstos. Amenaza que duró varios siglos por lo que se enrarece el comercio y como consecuencia directa se repliega la economía y se reduce a la agricultura surgiendo así el feudalismo, cuyo régimen no alcanzó en España el sedentarismo que tuvo en otras regiones de Europa. Porque España vivía en guerra y ésta le daba dinamismo a su economía, el toro empieza a criarse organizadamente, ya no se emprende su caza, se organiza su crianza, se necesitan los toros para la guerra, sin embargo los árabes son expulsados de España después de ocho siglos, y sigue el toreo a caballo aunque su práctica ya es sin fines bélicos donde se forjaban los caballeros durante las forzadas treguas en que luchaban con toros bravos como entrenamiento de corceles y de jóvenes caudillos. Al mismo tiempo que eso acontecía en España el toro iba desapareciendo de Europa.
Hasta ahí el protagonista principal era el caballero extraído de la nobleza, que hacia finales del siglo XV había cambiado la lanza por el rejón, pieza que se quiebra dándole más lucidez al toreo a caballo que ya no tenía pretensiones bélicas, utilizando por primera vez un instrumento taurino: El Rejón.
De esa época destaca por su importancia el caballero portugués don Pedro de Alcántara (1713-1799), quien alcanzara en vida el título de Marqués de Marialva, alcanzando su fama torera cuando su hijo es muerto por un toro que lo desmonta, y ante la presencia del público asistente es rematado en certera forma. El marqués, espada en mano, salta a la arena y ultima al toro que antes cegara la vida del hijo. En memoria al marqués y en homenaje a su heroísmo, al rejoneo se le conoce como el arte de Marialva. También publica el más completo de los libros que sobre montería se haya jamás publicado.
Para el año de 1700, arriba a España como monarca Felipe V de la casa de Borbón, de afrancesadas costumbres y de pensamiento ilustrado, motivo por el cual no le puso interés a toreó a la jineta y desvió a la nobleza a la vida de corte, e incorpora la monta a la estradiota con estribo largo el cual no permite al jinete la acción de las rodillas, dificultando con esta modalidad esquivar las envestidas de los toros. Pronto la tauromaquia se adapta. El caballero se retira dándole paso obligado a los que algún día fueron sus ayudantes de a pie.
El pueblo no se resigna a dejar de presenciar festejos taurinos y pronto también se adapta y entonces entroniza a estos anónimos toreadores y los hace ídolos por valientes y cercanos a su clase social, poco a poco cobran resonancia en todo el territorio español nombres de toreros, destacando el de Francisco Romero, fundador de una célebre dinastía de toreros rondeños, inventa la muleta y le da orden a la lidia, impone los tres tercios.
Joaquín Rodríguez Costillares (hijo de Juan Rodríguez a quien subvencionó el propio Felipe V después de que lo vio torear) inventa el volapié, una forma de matar toros parados, y crea una escuela Sevillana del toreo que desde entonces se distingue de la rondeña de los Romero, estos serios trágicos, los otros alegres lúdicos. Se construyen las primeras plazas de toros permanentes en Madrid y Sevilla (1743 y 1740), en esas fechas se construye la plaza de Acho en Lima, Perú. Se editan las primeras revistas taurinas.
La fiesta empieza a cobrar víctimas notables como José Cándido, cuya muerte produjo una gran pena, pues el pueblo se conmovió tanto que lo hizo mártir y lo colocó en la leyenda a través de canciones y coplas populares, la fiesta sigue cobrando auge y víctimas; el 11 de mayo de 1801 muere en las astas de un toro el torero José Delgado Guerra el famoso “Pepe Hillo”, que escribió el libro La Tauromaquia o El Arte de Torear 1796 y que a la fecha tiene vigencia.
En 1818 nace Francisco Arjona Herrera “Cúchares”, quien le dio un gran lustre a la tauromaquia por conocer todos los secretos de la lidia, pero fundamentalmente por utilizar la muleta con la mano derecha y convertirla en la protagonista del último tercio dejando de ser simplemente la embajadora de la espada. Muere en la Habana, Cuba. En la víspera de su presentación víctima del vómito negro.
En forma paralela se da la evolución del toreo en América y principalmente en México, desde la conquista hasta la llegada de los Borbones al trono español que su ilustración no les permitía entender este bárbaro espectáculo, pero en forma paradójica los representantes de los Reyes vieron la posibilidad de obtener dinero para efectuar las reformas al Reino en su obra modernizadora, explotaron las expresiones más características del casticismo, o sea que el éxito popular de esta nueva forma de lidia fue aprovechado para la real hacienda de España, realizando infinidad de corridas con el único propósito de obtener dinero.
A fines de la colonia, los actores principales de la independencia, no sólo nos revelan el carácter de líderes sociales, sino que a través de sus actos se nos muestran estos personajes en su más terrena humanidad: Hidalgo, Allende y Aldama, eran infatigables aficionados, ganaderos, que gustaban de echar la capa, empresarios taurinos que organizaban corridas en las poblaciones por donde tenían sus andanzas. Quizás esta afición fue la causa que conociera a los toreros Luna y Marroquín, este último asesinó a más de setecientas personas entre españoles y criollos en la barranca de oblatos en Guadalajara, que se convertiría en una negra mancha para el cura Hidalgo. Que éste lo siguió hacia el norte y fue capturado y fusilado junto con el caudillo, hay que mencionar que la última corrida de toros que vieron, cuando menos Hidalgo, fue en Saltillo, en el festejo de proclamación de independencia, antes de su captura en Acatita de Baján en Castaños, Coahuila. Respecto al torero Luna poco se sabe.
Por el año de 1829 llega de España el torero Bernardo Gaviño, su estancia en nuestro país es de la mayor importancia, ya que el desarrollo de las corridas era caótico, ejercían la profesión aborígenes, mestizos, autóctonos, enseñados por españoles que únicamente contaban con valor, Gaviño esparció sus conocimientos entre nuestros toreros y les trasmitió la técnica para desarrollarlo. Fundamentalmente, el conocimiento de las condiciones de los toros, los terrenos de la lidia, el repertorio de suertes y la manera de vestir, a Bernardo lo mata un toro en la plaza de Texcoco a la avanzada edad de 75 años.
Pero su semilla ya había dado fruto en la persona de Ponciano Díaz Salinas, primer torero mexicano que recibió la alternativa en Madrid, y fundador del deporte nacional la charrería. Ponciano abre las puertas de la península a los toreros aztecas, tales como Vicente Segura, Juan Silveti, Luis y Miguel Freg, y principalmente a Rodolfo Gaona que sin ser español gozó de un cariño del público peninsular igual al que le prodigaban a sus toreros, figuras de época como Belmonte y Los Gallos, con los que alternó infinidad de veces, y se habló de tú con ellos, la independencia estaba consumada.
|