Los deslindes de EPN y el nuevo PRI
Jorge Arturo Estrada García.
Los escenarios son volátiles. Enrique Peña Nieto, no aguantó más y se pronunció por la apertura de las cuentas de Humberto Moreira. Este caso en particular, ha calentado el ambiente político y electoral desde hace un año, y no ha perdido fuerza. Aunque el asunto de Tomás Yarrington ha sido la gota que derramó el vaso, se podría decir que la forma de gobernar de Humberto, fue la causa de que el mexiquense dictara su decálogo, y declarara su rompimiento con el “Viejo PRI” y quienes lo representan. Lo hace, obligado por las circunstancias. Pero, lo hace en el peor de los momentos, para él.
Las marchas de los jóvenes universitarios surgieron como un movimiento anti PRI, anti Peña y anti televisoras y medios, y son alimentadas con estos casos de corrupción. Los jóvenes lograron meter inquietud en el cuartel del mexiquense y calentaron la campaña.
Actualmente, Peña Nieto se deslinda de todo, y de todos. Es consciente de su caída en las encuestas, cuando falta casi un mes para la jornada electoral. Rompe públicamente con el pasado de su partido. Firma compromisos de combatir la opacidad y la impunidad entre la clase política de los tres órdenes de gobierno. Señala que los gobernadores y alcaldes del PRI, y sus cuentas, serán examinados con lupa. Requiere desmarcarse y legitimarse ante el electorado. Sin embargo para ganar, ya no le basta su popularidad. Requiere de la maquinaria de los gobernadores.
Y aun ganando, su gobierno requerirá legitimarse. Y tal vez, la mejor forma de hacerlo será encerrar a algunos priístas acusados de corruptos. Al menos, eso será lo que le exijan los grandes sectores de la población que no votarán por él.
La jornada electoral es un evento aparte. La maquinaria y la movilización son indispensables para que el PRI gane. Esa maquinaria se mueve con dinero. Con muchísimo dinero. El día de la elección se gastan muchos millones de pesos. Y esos, salen de partidas secretas de los gobiernos estatales.
De esta forma, al perder impulso, Peña Nieto va quedando -cada vez más- en manos de los gobernadores del PRI y sus ejércitos electorales. Y estos gobernadores, están en la disyuntiva de ayudarle a ganar para que se convierta en su jefe o dejarlo que pierda, como a Roberto Madrazo.
Peña Nieto, será un jefe que les acote su poder, que les escoja a su sucesor y a los candidatos a alcaldes y diputados. También, será el que vigile sus excesos y gastos y use la información para removerlos o para cortarles su carrera política.
Esto, le da mayor interés a la contienda. El escenario podría apretarse mucho. Incluso se podría ir a tercios. Habría que legitimarse, con mayor razón.
Humberto Moreira y su generación de gobernadores dejaron perder a Roberto Madrazo. Sin el poderío de las maquinarias, el tabasqueño cayó hasta el tercer lugar.
Moreira, usó al gobierno federal como excusa para intentar justificar todas sus fallas y problemas mal atendidos. Se caracterizó por ser un gobernador rijoso. Se confrontó directamente con Felipe Calderón. Se negó a sumarse al combate contra la delincuencia organizada. Y gobernó como señor feudal y sin contrapesos.
Humberto, derrochó los recursos de Coahuila para avanzar en su carrera política. Se volvió mecenas de los priístas en los estados sin gobernadores de este partido. Los ayudó a sobrevivir, a fortalecerse, e incluso a ganar elecciones.
El ex gobernador, apoyado en miles de millones de pesos y en su carisma, logró encumbrarse en la escena nacional. Con facilidad se apoderó de la Presidencia del PRI. E incluso, llegó a considerársele como el Plan B para la candidatura presidencial del tricolor.
También logró lo impensable, dejó como su sucesor a su hermano Rubén Moreira. Un evento impensable aún en el Viejo PRI, que gobernó México durante 70 años. Nadie de su partido protestó o se opuso, ni en Coahuila ni en el centro del país.
Este nivel de independencia, permitió a Humberto crear una nueva clase política, sin estorbos del centro. Así, aparecieron como alcaldes personajes sin talento ni capacidad, como Fernando de las Fuentes, Eduardo Olmos, Jericó Abramo y Ramón Oceguera.
Estos alcaldes, son considerados como daños colaterales del nefasto legado de Humberto. Ellos son incapaces de rendir cuentas claras y transparentar sus gastos. Nunca completan para proporcionar los servicios públicos. Son incapaces de hacer las obras que demandan las ciudades más importantes de la entidad. Gastan cientos de millones en impulsar sus carreras políticas, y presumen que ya cumplieron sus compromisos de campaña.
La delincuencia se apodera de las calles y colonias de las ciudades. No hay policías para que las vigilen. Ni siquiera pueden conseguir, nuevos agentes. Conservaron durante tres años a policías corruptos que abusaron de los ciudadanos y trabajaron para la delincuencia.
Jericó se la pasa presumiendo banquetas, plazas y un parque. Olmos no puede terminar las obras que empezaron hace más de dos años en el centro de Torreón, se gastó el dinero del fondo de pensiones de los burócratas y tiene que pedir prestado, no completa para reponer luminarias, ni para la gasolina. Ramón Oceguera ni banquetas, ni obras, ni agua, sólo ha puesto unos metros cuadrados de césped en plazas, se compró una camioneta blindada y remodeló sus oficinas.
Fernando de las Fuentes e Hilda Flores han sido cuadros muy favorecidos por el moreirismo. Ellos, encabezaron al rebaño de diputados que cambió las leyes y encubrió la megadeuda, contratada ilícitamente por el gobierno de Humberto. De sus cerebros nunca han salidos proyectos brillantes que justifiquen las decenas de millones que se han llevado a sus bolsillos. Tampoco se han caracterizado por ser muy trabajadores y entregar buenos resultados a los coahuilenses. Su servilismo es lo ha impulsado sus carreras.
Javier Villarreal y los hermanos Torres Charles, se encargaron de hundir a Coahuila. En la nariz de Humberto Moreira, se contrataron 36 mil millones de pesos, que nadie ha podido justificar y también se creó una red de protección que entregó a Coahuila a la delincuencia organizada. Ellos, gozaron de poder y recursos ilimitados, se enriquecieron desmedidamente, y viven como millonarios en dólares y están prófugos de la justicia federal, que parece ser la única interesada en hacerlos pagar por sus delitos.
Ismael Ramos y Jesús Ochoa, son personajes que construyeron sus carreras con base en trabajo y resultados. Lograron un gran prestigio como expertos en finanzas públicas, sin embargo, el Huracán Humberto los envolvió, se los llevó al baile, y ahora no pueden explicar a dónde fueron a parar 36 mil millones de pesos. Lo único que aseguran y reiteran, es que el dinero sí entró a las arcas estatales, y que ya se gastó. Ah, y también que hay que pagarlo, con altos intereses y a 20 años.
Ambos funcionarios eran los encargados de cuidarle las manos a Javier Villarreal y fallaron. Los detalles de las malversaciones sólo los conoce el actual gobernador.
Oscar Pimentel y Javier Guerrero, son políticos de amplia trayectoria y experiencia, su regreso a Coahuila para integrarse al gabinete de Rubén Moreira, indicaría la intención de reforzar al gobierno de Rubén. Llegaron como compromisos de campaña, ambos tienen capacidad para ser gobernadores.
Sin embargo, su desempeño actual es más que gris. Parece que sólo se dedican a obedecer órdenes, sin aportar ideas y proyectos a la altura de los retos de Coahuila del siglo 21.
Homero Ramos y Miguel Riquelme ni siquiera se han certificado en Control y Confianza. El secretario de gobierno tiene 6 meses sin hacerlo. Su discurso bravucón está fuera de contexto y sólo daña los intentos del gobernador por recuperar la confianza. El lagunero asume papel de porro y no de conciliador. Homero, no puede controlar el monstruo que le heredó Jesús Torres Charles.
Ismael Ramos y Jesús Ochoa, ya no pudieron convencer a muchos aguerridos miembros de la iniciativa privada en diversas reuniones. En algunas regiones de la entidad fueron vapuleados verbalmente por el malestar de comerciantes y empresarios. Sólo las tablas de Pimentel y Guerrero salvaron el momento y algunos acuerdos.
El discurso cínico y agresivo que caracterizó al Gobierno de la Gente, ya no funciona. Aún persiste la impunidad y la opacidad, pero el malestar de los ciudadanos es mayor cada día. Todavía se gobierna sin contrapesos y las leyes se modifican al menor pretexto, pero la clase política coahuilense está ya muy desprestigiada. El terreno aún no está fértil para pactos de unidad. Aún no hay confianza.
Coahuila vive los perores momentos de su historia reciente. La corrupción y la violencia la carcomen.
El primer domingo de julio las decisiones de los gobernadores priístas serán un factor decisivo para el resultado electoral. Ellos, tienen en sus manos millones de votos.
Enrique Peña Nieto ya mostró de lo que es capaz con tal de salvar sus aspiraciones. Primero, le cortó la cabeza a Humberto Moreira, aquí en Coahuila y durante el evento de toma de posesión de Rubén. Y luego, en fast track, expulsó del PRI a Tomás Yarrington y firmó un compromiso para romper con el “PRI del pasado” y meter en cintura a los gobernadores y alcaldes de su partido, si llega a la Presidencia.
Los excesos del gobierno de Humberto inspiraron el decálogo de Peña Nieto. El mexiquense está atrapado, por un país que se polariza en su contra y en lo que él representa. Su discurso se endurece hacia el interior de su partido: “No solaparé delitos. Habrá que dar cuentas. Somos compañeros de partido, no somos cómplices. Eso es totalmente inaceptable.”
¿Estaremos presenciando el final de la era de los virreyes estatales. Y de los gobernadores todo poderosos?
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