Rodolfo Gaona Jiménez, consumador
de la independencia taurina en México
Alberto Santos Flores
En la entrega anterior escribimos que Ponciano Díaz fue el primer torero azteca que piso suelo español, y el primero en recibir la alternativa en la mismísima plaza de Madrid de manos de Salvador Sánchez Frascuelo, causando un verdadero alboroto que precedido de sus clamorosos triunfos en la República Mexicana, abre a la vez las puertas de España y una época nueva para el toreo mexicano.
Marte R .Gómez dijo alguna vez una frase muy expresiva que cobró fama en toda la republica, decía que México había producido tres celebridades que estaban fuera de toda discusión: la virgen de Guadalupe, Rodolfo Gaona y Francisco Villa. Y al parecer no erraba. Rodolfo Gaona que en su momento fue llamado el sumo Pontífice de la torería. Nace en León de los Aldama, Guanajuato un 22 de enero de 1988.
Proveniente de una familia humilde, al terminar la escuela primaria se hizo aprendiz de zapatero en una fábrica de la localidad, se cuenta que aun siendo un niño -allá por el año de 1997- asistió a una corrida de toros en la ciudad de León. Dentro de la cuadrillas de los toreros que actuaban esa tarde figuraban Santiago Gil “Pimienta’’, y entre los banderilleros “Reverte Mexicano’’ que luego de poner un par de banderillas recibe una cornada que le puso al borde de la muerte.
No obstante de la tragedia y de la impresión tan fuerte, la fiesta brava lo cautivó de tal forma que decidió estar en ella y ser protagonista de ella. Junto a varios jóvenes de su edad emprendió el duro camino que tienen que recorrer estos torerillos que van en busca del dinero y la fama. Un escritor los calificó como los “héroes del hambre y del miedo que en la lucha por hacerse toreros de renombre muchos de ellos dejan su vida en el camino pero todos su juventud’’.
Recorrieron la legua toreando reses que pastaban a campo abierto para aprender los secretos de la lidia y aplicarlos en todas las ferias de las pequeñas poblaciones, muy pronto asimiló las duras y dolorosas lecciones y se volvió jefe de aquel grupo de novatos que propagan los méritos en los billares Montecarlo de León, Guanajuato, a donde iban, cuyo propietario era don Timoteo Carpio quien fue el que presentó a Gaona con Saturnino Frutos apodado “Ojitos’’, quien había llegado a México a comprar reses de lidia para formar una ganadería en cuba, que por asuntos ligados con la independencia de la isla, hubo de quedarse en México donde fundó una escuela donde enseñaba el arte de la tauromaquia a los jóvenes mexicanos que querían abrazar esa profesión. Por el año 1904 llegó a León en busca de prospectos donde indagó a que jóvenes les atraía vestir el traje de luces y fue al billar de don Timoteo donde conoció al torero que se distinguía del grupo de maletillas por su personalidad. Muy pronto habló con su madre y obtuvo el permiso para que el muchacho entrara a la escuela, condición indispensable sin la cual ningún solicitante podía ser admitido en dicha escuela.
Durante año y medio impartió conocimientos básicos a varios muchachos indígenas de humildes antecedentes pero con mucho valor. Formaron la cuadrilla juvenil antecedente da la primera escuela taurina de México. En la que descollaron Gaona y Fidel Díaz. Los conocimientos prácticos los tuvieron con becerros de la Hacienda de Santa Rosa. Según el propio Gaona en los corrales donde les soltaban las vaquillas para que aplicaran sus enseñanzas no tenían barreras para resguardarse de las envestidas de los bravos animales, y por si esto fuera poco las bardas de los corrales que fueran susceptibles de ser brincadas por los asustados aprendices, contaban un remate formado por ramazones, llenos de espinas y pencas de nopal, por lo que no tenían más camino que ir al toro.
Torearon las primeras novilladas en la misma ciudad de León así como en las plazas del bajío, Puebla y la ciudad de México, el primero de octubre de 1905 en la plaza del mismo nombre. Dos años después, el 22 de septiembre de 1907, se inaugura en los terrenos de la condesa la plaza El Toreo. Se decía en esa época que era la más grande del mundo pues tenía capacidad para veinte mil espectadores, cuyo propietario era Ignacio de la Torre, yerno de Porfirio Díaz.
Antes de partir a la península, la empresa de la plaza de El Toreo ofreció a Gaona la alternativa con condiciones difíciles de rechazar: ocho mil pesos de aquel entonces que ni los toreros encumbrados como el mismísimo Antonio Fuentes podían cobrar, además de escoger ganadería, y por si fuera poco él escogería sus toros, esto da cuenta de lo que ya representaba Gaona como novillero en México, por increíble que parezca, discípulo y maestro rechazaron la oferta y se embarcaron para recibir la alternativa en la meca del toreo. Considerando que ese era el camino más adecuado para convertirse en una gran figura.
Pero ni el propio Saturnino siendo español, tenía idea del ambiente hostil con que las empresas veían a los coletas mexicanos, sería por el ambiente nada favorable de los antecesores de Rodolfo que pisaron tierra hispana excepto Ponciano Díaz, o por la propia animadversión de los empresarios, críticos y apoderados, que sometían a todos lo que no fueran españoles. Las puertas que abrió Ponciano ahora se mostraban reforzadas para no permitir la entrada de ningún intruso que les pudiera hacer sombra en un arte el de cúchares cuyo patrimonio era exclusivo de los peninsulares.
Llegada a Madrid.- Rodolfo Gaona arriba a Madrid un gélido día del mes de febrero de 1908 impulsado por el anhelo legítimo de todo torero, no solo de pisar la plaza más importante del mundo de los toros, sino de triunfar en ella y abrir las puertas a la torería azteca de todos los cosos de España.
Acompañaba al diestro su apoderado y maestro “Ojitos’’, los fueron a recibir para llevarlos a vivir al barrio de Chamberí uno de los más clásicos de la calle de Jordán número uno, aun no se quitaba el polvo del camino y ya se había lanzado a la calle para saludar a sus viejos amigos, y llevando consigo a Gaona presentárselos, una vez que hubo cumplido con sus amigos, Saturnino y Rodolfo se encaminaron a las oficinas de la empresa madrileña. El empresario era don Indalecio Mosquera a quien apodaban el hombre de las gafas de oro. Saturnino pidió a don Indalecio una corrida en la que su discípulo tomara la alternativa. ¿Y quién es su discípulo inquirió Mosqueda?
-El mexicano Rodolfo Gaona, contestó con aplomo Saturnino Frutos.
¿Rodolfo qué… yo no lo he oído mentar nunca, dijo el empresario.
Aquí empieza la batalla dura y sin cuartel dentro del ruedo y fuera de él. continuará...
“Pobre mestizo sin valor sin alma y sin leyenda… vuélvete a América… si te quieren’’. “Hijo de una india no puede ser figura”
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