Vestigios rupestres en el sureste coahuilense (II)
Rufino Rodríguez Garza.
Caminar por el desierto representa una experiencia que termina en todo un acontecimiento, porque el viajero se tropieza fácilmente con fogones o chimeneas en donde los nativos cocinaban sus alimentos. Éstos se reunían para hablar de la cacería o tratar temas de carácter ritual, familiar o casual. Los fogones los alumbraban y calentaban por las noches; quizá en el día los indígenas hacían señales para comunicarse con otros grupos. Un círculo de pequeñas rocas para proteger el fuego constituía una chimenea. Aún pueden observarse muchas de ellas, pero son destruidas al paso del hombre, al abrir terreno para el cultivo o los caminos. Se dice que, de acuerdo con el nmúmero de chimeneas, podría calcularse el tamaño del grupo.
También se pueden apreciar una especie de talleres, en los que se trabajaba la piedra con la que fabricaban herramientas, unas para alisar madera, otras para quitarle el pelo o la grasa a la carne. Los raspadores, abundantes en el territorio del actual Coahuila, se encuentran por millares. Es curioso que en Estados Unidos y en estados vecinos como Durango, Nuevo León o Chihuahua, les denominaron raspadores coahuilos. Paralelamente a la elaboración de esta importante herramienta, los cazadores hacían flechas o puntas de proyectil para la caza y la guerra. Éstas van desde minúsculos microlitos hasta puntas de lanza que sobrepasaban los diez centímetros de longitud.
Las flechas fueron variadas, tanto en el tamaño como en la forma, y su clasificación se hace tomando como principio su base hasta la punta. La base sirve para fijar la flecha y puede ser triangular, cóncava o convexa y, sobre todo, con muescas basales o laterales. Para nuestro Estado aún está pendiente un manual clasificador del material de piedra.
Otros artefactos usados cotidianamente fueron las gubias o talladores de lechuguilla, palma o maguey, de los que se extraían las fibras para cordelería, faldillas, cestos, bolsas, sandalias y tapetes. De todo ello dan cuenta los museos de este tipo en el Estado, en los que se exhiben objetos que muestran la maestría en la ejecución y la belleza de algunos diseños.
También se ha localizado arte movil ejecutado en piedra. Estas piezas son pequeñas lajas no mayores que la palma de la mano, grabadas por un lado en su mayoría, aunque a veces tienen marcas o dibujos en ambos lados.
Hasta donde sabemos son piedras rituales relacionadas con la fertilidad, el fuego o juegos diversos. Algunas de estas piezas se pueden admirar en el Museo Coahuila y Texas de Monclova, o en el Museo del Desierto en Saltillo.
Es frecuente observar alisadores, metates, manos de metate, hachas de mano y morteros. Estos últimos pueden ser fijos o móviles, y en ellos se molían granos y frutos naturales de la región para facilitar el consumo o la conservación de los mismos. Existen lugares con morteros fijos en diferentes sitios de Ramos Arizpe, General Cepeda y Saltillo.
Petroglifos
Grabar las rocas era una tradición de los grupos del norte. En Aridoamérica, como no hubo desarrollo agrícola, la gente del desierto se dedicó a dejar sus mensajes en las rocas. En el sureste de Coahuila existe una fabulosa cantidad de petroglifos. Hacia el norte del Estado abundan más las pinturas rupestres, en algunos casos comparables con las de Baja California por la precisión, el tamaño y su significado.
Los petroglifos se localizan en todos los municipios del sureste coahuilense, la roca llamada arenisca es suave y fácil de labrar. Para elaborar estos motivos, los nativos usaban una roca como cincel y otra como martillo. Hay grabados hechos con diferentes técnicas, unos cincelados, otros percutidos y, algunos, pulidos. Los hay superficiales y sencillos y, también, profundos y muy elaborados. Se han documentado lugares con un tipo de grabado que llamamos inciso. Muchos de éstos se han detectado en el Arenoso y La Jococa en San Pedro de las Colonias, en El Candillal en Parras, y no pocos en Ramos Arizpe.
Para su estudio podemos dividir los petroglifos en naturistas y abstractos. Entre los primeros pocemos fácilmente identificar el dibujo y relacionarlo con flora, fauna, astros, herramientas o figuras humanas.
En cuanto a los abstractos, la gran mayoria podemos dividirla en ondulados, geométricos y astronómicos, pero predominan los que aún no podemos identificar con un mensaje o símbolo. Vale la pena destacar que no todos los miembros de una tribu tallaban los indescifrables petroglifos, hasta donde sabemos, eran labrados por los jefes, los brujos y los chamanes.
Al explorar las sierras y los cañones hemos podido comprobar que las manifestaciones gráficas fueron realizadas en lugares visibles cercanos a los caminos o aguajes, pero algunos pocos se encuentran en sitios de difícil acceso, es decir, lugares para rituales, sitios sagrados para ceremonias de iniciación, de tránsito a la edad adulta, fertilidad u otros.
Pero, ¿qué podemos observar en estos sitios con grabados? Motivos reconocibles, como huellas de mamíferos. Las hay de venados, borregos, pumas y osos, aunque no siempre se trata de huellas, sino de algunas partes del animal que lo identificaba, por ejemplo, las astas o cornamentas. Para un buen observador es fácil identificar una huella de oso, venado o bisonte, o reconocer la diferencia en las astas de un venados cola blanca, un venado bura, un borrego cimarrón o un berrendo. En algunos casos es posible delimitar si se trata de un animal solitario o en manada. |