El imperio de la ley
José María Mena Rentería.
Considerar inexistente el imperio de la Ley en México es equivocarse. La Ley va vigente y castigo, sin distingos, hay para aquellos que la transgreden.
Todo su peso y severidad, por ejemplo, cae sobre aquel que haya osado robar una gallina o un cilindro para gas. Tal delito acaba por pagar con años de cárcel aquel o aquella que lo hayan cometido.
También delincuentes de “alta peligrosidad” son considerados invariablemente los que en el interior de tiendas de autoservicio y comercios llegan a ser sorprendidos en el intento de llevarse, sin pagar, una lata de leche para bebé o algún medicamento.
Si bien nada justifica apropiarse de lo ajeno, tal práctica se ha tornado “cotidiana”. Sobre todo entre madres de familia como las que con los suyos sobreviven de alguna manera en sectores urbanos marginados; “ghettos”, donde se hacinan, según los que saben de estas cosas, los que desconocen si van a amanecer al día siguiente después de que el anterior fue un espacio más de penuria y de carencias de esas que llevan, a la desesperación.
En plano similar están los que enfrentan todo el peso de la Ley encarcelados por años. Suelen ser aquellos que sin deberla ni temerla acabaron señalados “por incurrir en intento de homicidio” en medio de pachangas o bailongos donde los verdaderos culpables no fueron tocados “ni con el pétalo de una rosa”.
La Ley, así lo parece, es que “paguen justos por pecadores”. En tales casos suelen dictarse penas de años de cárcel en este país, donde ni por asomo se castiga a delincuentes de “cuello blanco” como los que desde su cargo en puestos de gobierno han robado y roban, una y otra vez, miles de millones de pesos mientras los procesos judiciales que llegan a entablárseles -si así llega a ser- suelen demorar años en ser resueltos, casi siempre, con una pena mínima acompañada del beneficio de la libertad bajo fianza.
Conclusión: ¡Ay! de aquel que -por hambre- robe una bolsa de arroz. Sobre él caerá todo el peso y rigor de la Ley. No así, para los amantes de “resolver” su economía con dinero público hasta la tercera o cuarta generación. Tristemente, ejemplos pueden citarse, sin límite, en este México, del “imperio de la Ley”. |