Una sociedad sumisa e indiferente
Fidencio Treviño Maldonado.
Desde el movimiento de 1968 llevado a cabo no sólo por estudiantes, sino por grupos de la sociedad civil y tal vez la Liga 23 de Septiembre y Lucio Cabañas entre otros que iniciaron guerrillas urbanas y rurales, no hay ya movimientos en que las estructuras del sistema cuando menos pongan oídos, los líderes verdaderos quedaron sepultados en el materialismo y en la doctrina de posmodernismo galopante. Formamos endebles ladrillos en la pared nacional y sólo la pared de enfrente podemos ver.
Aceptamos a quien nos imponga cualquier administración nacional, estatal o municipal, no hay objeción menos oposición, es más ni derecho a réplica en las aseveraciones que la casta divina lleva a cabo.
Aceptamos que los diferentes bancos como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial de Desarrollo presten dinero al país y nadie sabe el destino de ese dinero o al menos en el país nunca se hace notorio, sólo la deuda es constante, permanente y perversa que hay que pagar.
Aceptamos que los miles o millones de niños a esta altura de la administración del empleo, trabajen en ingratas labores agrícolas e inclusive sean usados como objetos sexuales, y su explotación es ya para la sociedad una costumbre y sólo signifiquen cifras y no una vergüenza social y el tangible fracaso de la política gobernante en turno del país.
Aceptamos en México que los grandes laboratorios médicos y agro alimenticios tengan un paraíso en el país para sus productos, que sean usados para producir carne, leche, granos, que los animales sean prolíficos, precoces, etc. Insecticidas y foliares regados en el subsuelo o pesticidas esparcidos en el aire sin ninguna protesta, mucho menos resistencia de la sociedad. Sería tonto esperar que las autoridades hagan algo, es muy difícil ya que los mismos laboratorios los embarran con cifras de varios ceros en billetes verdes, en el glamoroso carrusel de la corrupción.
Somos una sociedad sumisa e indiferente ante las injusticias de la “justicia”, los atropellos contra personas que incluso por no pensar o no tener la misma ideología son perseguidas, y en casos extremos encarcelados casi con juicio sumario por no hablar el español, caso concreto los más de dos mil indígenas encarcelados porque no hablan el español. ¡Y criticamos por qué con el cuento de la influenza algunos países nos discriminaron..!
Aceptamos callados la tala sin control de los pocos bosques, los escasos lagos son contaminados, los ríos o lo que queda de ellos son utilizados como cloacas y lo peor, los mantos freáticos agotados, no somos capaces de mover la lengua mucho menos un dedo en su defensa. Nuestra sociedad -dicho sea de paso- no está hecha para defender a los animales en vida salvaje o los peces de los ríos y presas. Lo que a la tierra y la naturaleza le costó millones de años formar, lo estamos destruyendo en unos cuantos años, esto lo hacemos sin recato y olímpicamente. Preferimos recoger la basura en lugar de adoptar la cultura de no arrojarla en cualquier parte.
Aceptamos disciplinados considerar el pasado o la historia del país como una celebración de discursos políticos y con la publicidad mercenaria de la orientación mediática, es decir escupimos sobre la tumba de nuestros héroes, incluso festejamos con una risa irónica la burla y escarnio que se hace de ellos.
Aceptamos se cumpla la frenética búsqueda del beneficio propio como un fin superior y la ambición de la riqueza como la máxima realización de toda la vida humana.
Aceptamos la utilización de toda clase de aditivos, químicos artificiales en las máquinas, en la tierra y la alimentación, todo imbuido y promovido por la publicidad y la mercadotecnia.
Aceptamos ser partícipes en la guerra económica, aunque en ello nos esté de por medio la libertad y sea una catástrofe sin precedentes.
Aceptamos el sistema actual, porque suponemos y creemos que nada se puede hacer para cambiarlo. El sistema está bien dicen los jilgueros y cerramos los ojos a estas bonitas palabras, y no formamos ninguna oposición por el hecho de aceptar la subsistencia que para nuestra comodidad está bien.
Aceptamos ser tratados como manso ganado, con un conductismo que asusta, los gobiernos nos indican el dónde, el por qué, el cuándo y el cómo de todas nuestras actividades. El dormir y despertar sin hacer nada, ver todo con indiferencia, sumisión y ceguera que se refleja en la estupidez e idiotez.
Estamos vacunados contra la despiadada competitividad, basada en nuestro caduco sistema, aunque a terceras personas les cause dolor.
Aceptamos que nuestros gobernantes nos humillen y soslayen cada segundo de la vida nacional con sus miasmas, con sus usufructos y su desmedida ambición por el poder.
Somos el país con los miles de gobernantes y funcionarios más corruptos y como una inverosímil paradoja surrealista y perversa, aun estos personajes persisten mandando en el país y ante esto somos pasivos, mansos y hasta lacayos. Tan inocentes somos que pensamos, creemos y hasta imaginamos que cuanto más se gaste en anuncios sobre la democracia, el país cambiará.
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