Bancomer, un banco ingrato
Manuel Padilla Muñoz.
Es la historia como la de miles de mexicanos que emigran a los Estados Unidos en busca del mal llamado “sueño americano”, que abandonan a sus familias, se enfrentan a vicisitudes que parecen fuera de la realidad y donde algunos logran sobrevivir y otros caen en el intento. La ilusión: mejores oportunidades de vida, formar una familia, hacerse de un patrimonio y, si es posible, ayudar a los suyos que abandonaron en tierras aztecas. Esta historia es patética., dolorosa.
Hace 58 años, la tía Dolores, recién casada con su esposo Alejandro, emigró a los Estados Unidos. Con muchas dificultades llegaron a radicar a la ciudad de Alburquerque, Nuevo México, a tres horas de El Paso, Texas. No tenían dinero, apenas para comer algunos días algo frugal. Buscaron a algunas familias mexicanas para pedirles ayuda; así, durante largo tiempo, vivieron de la ayuda humanitaria de otros mexicanos radicados allá y cuyas historias son similares.
Por un largo tiempo sobrevivieron con el producto de labores eventuales hasta que el tío Ale logró conseguir un trabajo en el gobierno del condado pintando las escuelas del municipio. Nunca tuvieron hijos así que en México quedamos sus únicos parientes.
Con el paso de los años, con muchos sacrificios, los tíos lograron adquirir una casa que constaba de la de su estancia, donde vivían ellos, más dos apartamentos que rentaban. Por fin, ya tenían un patrimonio, pero no una familia. Previsores que eran, lograron reunir, producto de su arduo trabajo, un patrimonio económico para su vejez. De vez en cuando venían a visitarnos a Torreón y para nosotros, chiquillos huérfanos, era una fiesta su estancia entre nosotros. Mi madre había muerto cuando yo apenas llegaba a los 8 años; veía a la tía Lola como una segunda madre. Pero siempre regresaban a la tierra que los acogió. Sin embargo, su cordón umbilical quedó enterrado en Torreón.
El tío Ale murió hace 10 años; la vida no fue igual para la tía Lola. Solitaria en aquella casona de madera de la avenida Broadway convivía apenas con algunas amistades que se convirtieron en entrañables y que, de hecho, eran “su familia”, o más que eso.
Hace 4 años, en su última visita a Torreón después de sepultar a un primo, me hizo saber que, aunque en Estados Unidos la habían tratado bien y tenía amistades, su única familia estaba aquí. Me hizo prometerle que, en caso de que muriera allá, la sepultaría junto a su mamà, a quien amó entrañablemente y que solamente esperaba vender sus propiedades en Alburquerque para pasar sus últimos años con nosotros. Le hice la promesa.
En los primeros días de marzo, su sobrina, la doctora María de Jesús Padilla, llegó a su casa. La hizo creer que iba a nombre de todos los hermanos para que, rápidamente, vendiera sus propiedades y regresara a Torreón. La tía Lola le creyó que ella la cuidaría y le brindaría alojamiento como le aseguraba. No quiere estar en un asilo para ancianos ni allá ni aquí, le dijo.
La realidad era muy distinta: En la mente de su sobrina bullía un plan perverso, cruel, inhumano, que puede llegar a la fatalidad.
Vendió su casa y, junto al dinero que había juntado para su vejez, su sobrina lo trasladó a México. Había necesidad de abrir una cuenta bancaria para el traslado. La tía Lola no tenía los documentos indispensables para ello: pasaporte mexicano actualizado -el suyo estaba vencido desde 1987 y no tenía credencial del IFE-. La perversidad y la avaricia desmedida es caldo de cultivo para las mentes desquiciadas.
La doctora María de Jesús Padilla aprovechó la amistad que tiene con la licenciada Patricia Viera Urbina, gerente de la sucursal Rodríguez Triana de Bancomer. Como era indispensable identificaciones de la tía Lola para la apertura de cuenta, en el contrato respectivo de la transacción -cuya copia tengo en mi poder-, asientan que la tía Lola es de ciudadanía norteamericana y que se identificó con la FM2 008989616 01-es una forma solamente para inmigrantes, es decir extranjeros que vienen a México a realizar negocios-, lo cual es una vil mentira pues la señora Dolores Morales NUNCA ha dejado de tener la ciudadanía mexicana. Además, consultado en el Instituto Nacional de Migración -cuya respuesta también tengo en mi poder-, esa FM2 NO EXISTE. Es decir, hubo contubernio entre la doctora Padilla, la Lic. Viera y Bancomer para violar las normas bancarias de apertura de una cuenta. No se entiende de otra manera pues el jurídico de Bancomer se ha negado sistemáticamente a entregarnos copias de los documentos a pesar de que se les han solicitado.
Después de la apertura de cuenta en la cual aparecía la señora Dolores Morales como titular, el 2 de abril pasado, se presenta la doctora Padilla en Bancomer y, contando con la complicidad de su amiga Patricia Viera, hacen una modificación al contrato y queda la doctora como cotitular, apoderándose del contrato y la tarjeta bancaria. Designando, además, a su hijo, el doctor Horacio Ambriz, jefe de servicios médicos de la Cruz Roja, como beneficiario. Que bien, todo queda en familia, ¿no?
Durante los dos meses siguientes, la doctora Padilla hace retiros en efectivo en ventanilla y cajeros automáticos así como traslados a otras cuentas de ella y de sus hijos, hasta SAQUEAR toda la cuenta de la tía.
Hecho lo anterior, la susodicha pediatra, “corre” de su casa a la tía Lola y la avienta en mi domicilio con apenas dos maletas de ropa, de las 10 que traía de Estados Unidos, y 100 pesos mexicanos como capital.
Se consuma así una de las mayores injusticias de que tenga memoria en tiempos recientes planeada y ejecutada por una mente desquiciada que solamente espera el deceso de la tía para quedarse con el dinero ajeno.
A veces, en la oscuridad de la noche, desde el interior de su recámara escucho la voz de la tía Lola dirigiéndose a su madre muerta: “Tú que estás con Dios, ¿por qué permitiste que me hicieran esto? Llévame contigo, ya no quiero estar aquí…. Malditas, malditas, mil veces malditas” (se refiere a María de Jesús Padilla, a Patricia Viera y a Bancomer).
La tía Lola, a sus 89 años de vida, camina con pasos temblorosos trashumante y silenciosa por todos los rincones de la casa, maldiciendo a quienes la despojaron de su patrimonio; su cuerpo, encorvado ya por el peso de los años pero con una memoria lúcida que muchos de nosotros envidiamos, sólo espera que su madre, mi abuela, le acepte su petición para que se cumpla el deseo de su sobrina, “La Nena”, de verla muerta.
Es penosa la situación pero es una realidad incontrovertible. La mano tiene cinco dedos y ninguno es igual; así los hermanos. ¿Habrá justicia en este mundo o hay que esperar la divina? Un daño de esta naturaleza no se lo deseo ni a mi peor enemigo. |