Tres anécdotas de espanto y risa
José Flores Ventura.
Una aventura semanal en toda la extensión de la palabra se da con cada salida al campo que hacemos desde el propio viaje por carretera hasta los recorridos por lo agreste de la geografía y no se diga del contacto con la gente de las poblaciones. Haciendo alusión al recordatorio de los muertos y la adquirida celebración del terror y espanto hago una selección de tres anécdotas cortas que tienen que ver con estas fechas próximas.
La Palma Fantasmal
La noche era perfectamente oscura como ninguna en la espesura del Valle de Chupaderos, pero de madrugada la luna hace su aparición llenándolo todo con su tenuidad plateada. Todavía en el regocijo de mi segundo sueño escucho a Rufino hablarme para que contemplara algo que estaba sucediendo en el horizonte. Al levantarme señalaba una palma recortada en la lejanía que por alguna extraña razón parecía que resplandecía para luego apagarse y volver de nuevo a resplandecer. Al mirar alrededor ninguna otra palma resplandecía y el espectáculo era tan maravilloso como tenebroso, ya que la negrura del entorno hacia contrastar aquel resplandor fantasmal al tiempo que se formaba una gruesa niebla que bajaba de entre las cordilleras de la cuenca.
Luego de un silencio eterno con el corazón latiendo fuerte nos pusimos a buscar su posible significado, yo proponía un efecto fosforescente de materia en descomposición o de luciérnagas que volaban a su alrededor, pero al fin como buen explorador propuse que fuéramos a indagar con nuestros propios ojos este fenómeno aparentemente natural.
Luego de adecuarnos para ir, con los bastones bien sujetos caminamos hacia el resplandor que se hacía cada vez más claro, el miedo nos hacía abrir los ojos y asir bien los bastones hacia donde nos dirigíamos hasta la orilla de un arroyo donde Rufino atinó a gritar: “Macario, ¿eres tú?” a lo que una voz de entre la tierra nos dice “¡sí, soy yo!”, y el misterio de la palma fantasma quedó resuelto.
Resulta que Macario había ido muy temprano a buscarnos, pero para no despertarnos se tumbó en la orilla del arroyo a descansar prendiendo una fogata bajo de aquella palma para quitarse el frío, y esto era lo que a la distancia hacia que resplandeciera fantasmagóricamente. Macario se había ofrecido un día antes llevarnos a un lugar con petrograbados.
El día de mi mayor miedo
Llegué a acampar solo en la falda de un Cerro llamado El Panal entre General Cepeda y Ramos Arizpe, el día estaba nublado y presagiaba llovizna la cual apareció tenue y ocasional que me permitió vagar alrededor de lo que iba ser mi campamento. Luego de poner mi tienda y cenar con discreción unos frijoles con quesadillas de tortilla de harina, una jugosa carne asada a la parrilla con cerveza oscura y de postre la mitad de una sandía, me metí a dormir cobijado para el frío nocturno.
El cansancio por la caminata me hizo quedar como tapia, para ello puse mi antebrazo bajo mi cabeza a falta de almohada pasando así la noche hasta madrugada. Entre varios sueños plácidos me empieza a dar comezón la punta de la nariz y al no aguantarla me rasqué con la mano que había permanecido bajo mi cabeza por varias horas, la cual sentí tan fría que creí entre el sueño que no era mía, y en el mismo sueño veía que alguien hurgaba mi tienda queriendo meterse. Recuerdo bien que pegué tamaño grito que se ha de haber oído hasta el poblado más cercano, al tiempo que me levantaba exaltado pataleando por todos lados.
Ya calmado me vuelvo a tocar la nariz con la misma mano y me agarro a reír por lo sucedido, ese día fue el de mi mayor miedo que recuerdo y fue provocado por mí mismo, desde entonces procuro siempre llevar almohada a mis campamentos.
Los extraterrestres del Pelillal
Muchas lámparas hemos tenido para alumbrar las noches, ya para la hora de la cena o para caminar en la oscuridad antes de dormirnos. Una de esas lámparas se usa como armazón de anteojos lo cual permite tener manos libres al tiempo de que sus dos lamparillas de led dan luz distante a nuestros pasos. Un día de esos en pleno campamento descubrimos que no traíamos tortillas para la cena, así que decidimos ir al pueblo próximo a escaso 1 km atrás caminando con las lámparas tipo anteojos puestas.
Así íbamos llegando hasta que de repente detrás de un gran matorral nos asustó una señora con los chones abajo, que al vernos salió disparada hacia su casa gritando ¡extraterrestres¡ ¡extraterrestres¡ Al llegar al pueblo evitamos ir a pedir tortillas a la casa donde se metía la señora y escondimos las lámparas para no seguir asustando a la gente, pues en la completa oscuridad esas lámparas se ven como ojos brillosos que andan caminando.
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