De bisquets y añoranzas
Arcelia Ayup Silveti.
“Los bisquets eran del doble de tamaño y sabían más a mantequilla. El café lo servían a la vez de dos vasijas, que contenían por separado una café negro y otra leche entera caliente.” Afirmó Procorito Castañeda el pasado domingo en el Restaurante Cantón en Torreón, Coahuila. Fuimos a desayunar Blanquita la esposa de Procorito, Jaime de la Fuente y mi marido Salvador. Es contagiosa la manera tan positiva y amorosa en que este matrimonio lleva la vida. Él tiene 90 años y ella 88. Siempre sonríen y están llenos de recuerdos.
Procorito dijo que esa cafetería ha visto muchas generaciones. Lo recuerda desde que era joven, comentó que está casi como entonces, a un costado de la iglesia del Perpetuo Socorro, sobre la calle Juárez. Que siempre ha tenido éxito, con los altibajos de cualquier negocio. A los chavos de mi época nos gustaba venir aquí, y al restaurant El Globo. Invitábamos a las muchachas y nos podíamos pasar varias horas platicando, a veces “mareando” el café para que alcanzara el dinero.
Esa mañana, vimos de nueva cuenta la gran cantidad de personas tan disímbolas que acuden. Observamos gente de todas las edades, colores y condiciones sociales. Algunas de ellas, estilan ir después de ejercitarse, otros, al parecer van directo de la cama. Nosotros iniciamos el desayuno con los típicos bisquets y un café proveniente de un enorme artefacto que otorga de manera individual el café y la leche, de manera que pasan la taza por cada uno de ellos, para dejar en la mesa el café con leche ya listo.
Luego seguimos con unos huevos con chorizo, frijoles refritos machacadísimos y tortillas. Rematamos con un rico pan dulce, similar a un polvorón con un agradable sabor a mantequilla. Nos llamó la atención que cuando pedíamos más café nos lo servían en otra taza, concluimos que es una manera muy fácil de llevar la cuenta y evitar que algunos comensales se pasen de listos. Algunas de las personas tomaban sólo café acompañado de bisquets o pan. Otras piden para llevar. Vimos también a señoras jóvenes que llevaban en bolsas de papel lo propio.
Una amiga me comentó que hay algunos “abonados” que comen ahí desde hace más de dos décadas, sin fallar ni un solo día. Pagan con anticipación las comidas y llegan puntuales cada día a sentarse a la misma mesa de siempre. ¿Cuántas historias habrá en cada uno de ellos?
No pudimos evitar la risa cuando escuchamos al cajero con rasgos orientales ordenar unos huevos rancheros para llevar. Salvador hizo alusión a eso como el colmo de la flojera. Todos asentimos y yo además pensé que seguro los huevos llegarían tibios y no le sabrían bien a quien los pidió. Una de mis reglas apiladas en mi paranoia gastronómica, es que cuando se trata de comer huevos en mi casa, deben ser preparados al momento: del sartén al plato.
Blanquita comentó que ahora a las mujeres ya no les gusta la cocina, y que si además trabajan, menos. Que por eso la comida chatarra siempre tiene gente, pero que es una lástima que se pierda esa buena costumbre de sentarse a la mesa a comer lo que prepara la señora de la casa. Nos platicó cuando cumplió un mes de casada, la felicidad completa era para sí misma. Su mirada se ilumina cuando nos cuenta que estaba en su recámara, se miró al espejo frente al tocador, se vio enamorada y feliz. Esperaba que Procorito regresara del trabajo. Se sentía una mujer afortunada con un hombre bueno a su lado en cuerpo y alma. Se preguntaba cuando ya cumpla un año, y dos, y tres… que si lo verían sus ojos. De eso hace ya 68 años. Blanquita tiene el mismo amor para su esposo, ahora compartido con sus nietos, biznietos y tataranietos. ¿Se habrán preguntado los iniciadores del Restaurante Cantón lo mismo que Blanquita?
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