Líbano, los libaneses y sus hijos
Líbano, los libaneses, sus hijos y sus motivos de incursión en los medios políticos nacionales. *Emilio Chuayffet Chemor, Jesús Murillo Karam y Pedro Joaquín Coldwell, tres botones de muestra que encontré.
Augusto Hugo Peña Delgadillo.
Líbano es un país muy pequeño y muy hermoso; es una nación inventada por los franceses hace 70 años para preservar sus intereses en el Medio Oriente; dijeron los galos que su creación serviría de valladar de la civilización Occidental ante la barbarie musulmana; lo mismo pasó con Palestina, creación inglesa aunque el pretexto de crear a Israel en Palestina se dijo. Fue para crear un hogar nacional judío debido a la discriminación que sufrían en Europa. Daga de doble filo por el régimen de Hitler hacia la judería y la procaz acción de judíos contra Palestinos. Líbano, decía, es hermoso, sus habitantes son gente con una historia milenaria forjada por las invasiones extranjeras; primero los egipcios, luego hititas, babilonios, persas, griegos, romanos, árabes, kurdos, y cruzados de múltiples naciones europeas; sus últimos 400 años –antes de la 1ª Guerra Mundial- quedó bajo el mandato turco; Francia lo inventó y Estados Unidos lo destrozó hasta convertirlo en lo que hoy es, un pandemónium al servicio de Occidente y de la inútil judería militarizada de Israel.
Los libaneses en el último cuarto del siglo XIX tuvieron que emigrar a donde pudieron; las cosas no eran para menos, las circunstancias ahí, producto de las pugnas hegemónica de Occidente contra Turquía por arrebatarle sus posesiones hartas en petróleo, y por el punto geográfico excelente que ocupa en cuanto a los cotos hegemónicos globales, hicieron de sus vidas algo imposible, creando desolación, hambruna e incertidumbre, salieron de Líbano cientos de miles de personas huyendo del caos. A México vinieron cosa de 20 mil entre los años 80s del siglo XIX hasta los años 20s del siglo XX, y aquí encontraron su nueva patria; debido a su cultura milenaria sobre el comercio, y por el inmenso empuje que generan hacia el progreso y desarrollo familiar –esa es su mayor fortaleza- lograron encumbrarse en las élites de los negocios; tienen un acendrado espíritu familiar cuasi tribal que los hace únicos. Por esas, sus facultades, y por aquellas sus circunstancias en las que por milenios se han desarrollado, están en México, al igual que en todas partes del planeta, en unas condiciones socioeconómicas de privilegio, gracias a su tesón, esfuerzo y amor por el trabajo.
Los hijos de libaneses nacidos en México y por ende mexicanos, hallaron, gracias al esfuerzo de sus padres, prácticamente la mesa puesta; muchos fueron a universidades y continuaron con el progreso y desarrollo que les marcaron sus ancestros; se hicieron fuertes, muchos de ellos se han enriquecido, algunos lo han logrado de manera espectacular, cuestión absolutamente plausible; aprendieron en México y de los mexicanos todo lo que tenían que aprender para seguir por la vía del progreso; la tercera y cuarta generación de libaneses en nuestro país, se han convertido en personas destacadas en el arte, la cultura, el comercio y la industria, pero algunos, no pocos, se percataron que la política era otro rubro al que por su condición de mexicanos, les era dable incursionar; ahí, para mí, retrocedieron en su devenir histórico, porque los hizo retornar –a esos cuantos- a los orígenes de los problemas de sus ancestros en la patria de sus padres, en ese Líbano hermoso y desangrado, en el que todo se mueve según la porción del Líbano en que habitan.
Todo lo anterior viene a cuento porque hace treinta años, un secretario del alcalde Braulio Fernández Aguirre hijo, vino a cuestionarme sobre el por qué los árabes en México, teniendo negocios prósperos incursionaban en la política, y le respondí a botepronto porque el tema me era familiar. Escucha, le dije, los árabes de los que me hablas son mexicanos de origen árabe, y amén de ser duchos en la cosa del dinero, son trabajadores y sobre todo observadores de su entorno; ven a los políticos que no hacen nada como no sea mentir, prometer, incumplir y pavonearse y, a pesar de ello, se hinchan de ganar dinero, y por supuesto mal habido y por medio de triquiñuelas y las malas artes, entonces se preguntan… ¿por qué yo no habría de hacer lo mismo?... el secretario de Braulio rio y me invitó a cenar con su jefe a un restaurante cercano a mi casa.
Hoy reflexiono al respecto y veo en el gabinete de Peña Nieto a muchos árabes; una sarta de inútiles -políticamente hablando- como Jesús Murillo Karam que hundió en la miseria al estado del que fue gobernador; a Pedro Joaquín Coldwell, quien siendo el hijo del árabe más rico de Quintana Roo incursionó en la política y multiplicó por 30 su capital; a Emilio Chuayffet Chemor, un soberano falsario tramposo que ha hecho en la política un capital pecuniario inconmensurable; estos tres y muchos otros, han sabido aprovechar las miserias humanas de la clase política nacional, y se han enriquecido hasta el infinito a costa de la gente más pobre, de la clase jodida. Ninguno de ellos ni de los no, de origen árabe, tienen vocación política viéndola como ciencia y arte, no tienen ninguna intención de ayudar a la gente sino a ellos mismos, al igual que los politicastros autóctonos, suerte de vividores que viven de joder al jodido. O ¿usted cree apreciable lector, que estos y los otros tienen siquiera una pizca de intención de ayudar a los mexicanos a salir de la miseria?... ¡Claro que no! Porque han adquirido el plus que da la pérdida de escrúpulos, han perdido la vergüenza y olvidado el por qué sus ancestros llegaron a México.
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