Vuelta a la presidencia imperial
Por Renato Consuegra (*)
Cien días para darle rumbo a un nuevo gobierno no sólo son pocos, sino también lo son para poner las bases de una nueva forma de gobernar. De hecho, lo que hemos visto a partir del primero de diciembre del año pasado es una restauración del pasado con visos de modernidad. Es volver a colocar el presidencialismo en su máxima dimensión de utilización del poder, vamos, la vuelta a la Presidencia Imperial, pero con los mismos vicios del pasado: grandes efectos mediáticos, simulación, besamanos, pero poca sustancia.
El manotazo a Elba Esther Gordillo fue sólo eso, una venganza política cobrada por el equipo cercano de Enrique Peña Nieto: Luis Videgaray y Alberto Bazbaz Sacal en Hacienda y Navarrete Prida desde la Secretaría del Trabajo. “La Maestra” quiso descarrilar la candidatura presidencial del hoy presidente en 2009-2010 y hoy sufre las consecuencias de su locura política.
Porque la reforma educativa no sólo necesita haberse promulgado, sino que sus acciones verdaderamente se lleven a efecto y no haya sido sólo una mascarada, como excusa para haber llevado a Gordillo a la cárcel con grandes efectos mediáticos para sentar que, ahora sí, se ejerce el poder.
Quizá el único acierto hasta este momento es haber podido sentar a los otros dos partidos mayoritarios en un pacto para discutir y, tal vez, más adelante aprobar las reformas estructurales puestas en la mesa hasta el momento, como son la hacendaria, la energética y la de telecomunicaciones.
Esta acción tiene que ver con los grupos de poder detrás de las vertientes partidistas que aceptaron sentarse. Y haberlo logrado es un buen paso, pero también la factura debió ser muy cara, como también lo será si, en su momento, aceptan modificaciones sustanciales. Así que todavía no hay nada dicho sobre la aprobación de las reformas.
Uno de los grandes desafíos de los albores de este gobierno será la reforma de las telecomunicaciones, donde los caminos están para convertir a México en un país moderno y con expectativas claras a convertirse en la gran potencia del futuro, capaz de que nos lo creamos todos los mexicanos como dice Andrés Hoppenheimer, o resultar un verdadero fiasco, donde el gatopartismo sea la divisa como ocurre generalmente en nuestro país, pues se generan grandes cambios que provocan enormes expectativas pero, al final, todo sigue igual, convirtiendo todo en una gran simulación.
En el tema de la seguridad, por ejemplo, no sólo no hay cambios dramáticos en su manejo, sino que algunos recuentos afirman que la inseguridad se ha incrementado, así como el número de muertos por la delincuencia organizada. La diferencia: en los grandes medios masivos, principalmente los electrónicos donde anteriormente se extrapolaban, los constantes reportes desde las “zonas de guerra”, éstos dejaron de existir.
En tanto, mientras el Ejército y la Marina continúan con su labor de combate a la delincuencia organizada, en las oficinas del Gobierno Federal siguen sin ponerse de acuerdo en qué, quién y cómo, para dar el paso hacia la Gendarmería Nacional.
En el ámbito del Desarrollo Social, la Cruzada Nacional Contra el Hambre se plantea con una estrategia muy cercana en la forma pero sin ir al fondo de lo que en su momento fue el programa Solidaridad de Carlos Salinas de Gortari. Difícil es hacer llegar al campo de lo social un cambio de fondo, mientras la estructura política del país no se transforme.
Por lo demás, los mexicanos no queremos un gobierno de cien días. Mucho menos una presidencia imperial como la del Siglo pasado. Lo que deseamos es un gobierno que ejerza el poder de manera democrática pero, por sobre todo, que los cambios estructurales realmente permitan tener una Nación que viva con la mira puesta en trabajar todos los días para mejorar su forma de vida de una manera sana, con armonía y la mira puesta en un futuro como el que los expertos miran para México desde fuera.
(*) Renato Consuegra es periodista, Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí y director de Difunet y Campus México.
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