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Marzo 2013
Edición No. 289
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enrique peña nietoMilagro económico a la vista,
¡Sálvese quien pueda!

Carlos Alfredo Dávila Aguilar.

México se pone de moda, el pasado 23 de febrero, el derechista columnista del New York Times, Thomas L. Friedman, escribe un artículo en el que asegura que la siguiente potencia económica del siglo XXI no será ni India ni China, sino México. Más allá del evidentemente estúpido término la potencia económica del siglo XXI , lo triste es que algo en el pronóstico de Friedman es cierto; se aproxima, por una serie de factores que se enumeran a continuación, una época (muchísimo menos a un siglo) de explosivo crecimiento económico en el país que lejos de traducirse en un aumento generalizado en el nivel de bienestar de la población, acrecentará las brechas entre ricos y pobres, mantendrá el elevadísimo porcentaje de economía informal que existe actualmente, y seguramente aumentará los niveles de pobreza y exclusión social del país.

¿Cómo, crecimiento económico y aumento de la pobreza? Sí, ¿Cómo es esto posible? Todo depende de los factores que detonarán este crecimiento y de qué tipo de crecimiento hablan los analistas del corte de Friedman. Comencemos por los factores que alientan esta prospectiva económica aparentemente positiva para México, en breve: las reformas neoliberales ya aprobadas (como la laboral), y las que están por aprobarse (energética y fiscal), la altísima cantidad de tratados de libre comercio firmados en las últimas dos décadas (México tiene relaciones de libre comercio con 44 países, más que cualquier otro país del mundo), grandes cantidades y variedad de recursos naturales listos para ser explotados bajo condiciones de baja regulación y complicidad de los funcionarios del Estado, y un mercado laboral con abundante mano de obra barata y técnicamente calificada.

Todo lo anterior en conjunto, suena a paraíso para el capital internacional, por lo cual no es necesario ser un genio para pronosticar que la inversión extranjera en México se disparará por lo menos durante el incipiente sexenio de Peña Nieto. ¿Qué tiene esto de malo? Que el crecimiento que se dará bajo estas condiciones es el mismo tipo de crecimiento que ya hemos tenido (aunque en menor escala) durante los últimos años, es decir, un crecimiento excluyente, un crecimiento en los alegres indicadores macroeconómicos como el PIB, que no reflejan la situación de precariedad de las familias mexicanas en su mayoría pobres. Para ponerlo más claro, este tipo de indicadores macroeconómicos, por ejemplo, cuentan como exportaciones a las mercancías que llegan a México para hacer aquí alguna parte del proceso de fabricación en las maquiladoras, y luego son re-enviadas a la división de la misma empresa en algún otro país para seguir el proceso. Esto no es evidentemente comercio de verdad, como dice Noam Chomsky, esto no significa más comercio que si General Motors mueve alguna mercancía de Indiana a Illinois. ¿Qué gana el país con este aumento en las exportaciones? Nada.


¡Pero la inversión extranjera genera empleos!

Dirán algunos haciendo eco de la propaganda gubernamental. Claro, el problema está en qué tipo de empleos. Aquí debe tomarse en cuenta la sobre-oferta de trabajo calificado que significan los miles y miles de jóvenes que salen cada año de las universidades técnicas del país, más los miles y miles de trabajadores capacitados. Esta sobre-oferta, mantiene una presión en el mercado laboral que mantiene los salarios bajos. Pues por cada trabajador empleado, hay tantos otros desempleados deseosos incorporarse a las actividades productivas, con lo cual el trabajador no tiene posibilidad de exigir una mejor remuneración por su esfuerzo o mejores condiciones laborales en general.

¿Qué dejan para el país estas empresas que vienen y levantan los indicadores de la economía nacional? Poco, sólo los precarios salarios de los trabajadores. La mayoría de las grandes empresas ni siquiera paga impuestos en México, pues en la dinámica económica mundial, otorgar exenciones fiscales y demás beneficios a las empresas es lo que se ha dado en llamar competitividad.

Esto es lo que los gobiernos presumen como si significara un beneficio para la población. Competitividad es: no cobrar impuestos, bajar las regulaciones laborales (es decir, menos prestaciones) y ambientales, y en general garantizar al capital internacional una serie de condiciones que a su vez garantizan el crecimiento de los problemas sociales del país. Ni siquiera las mal llamadas importaciones y exportaciones dejan nada en el país, pues con la firma de los tratados de libre comercio, el gobierno mexicano no se beneficia de los cobros de aranceles que podrían hacerse de estos movimientos.

La prueba más clara de todo lo anterior, ha sido el aumento explosivo de la economía informal que se ha sostenido desde principios de los 80’s, paralelo a la liberalización de la economía mexicana. Desde que el Presidente De la Madrid comenzó con las primeras medidas neoliberales hasta la fecha, y a lo largo de toda la serie de gobiernos posteriores que han seguido la misma línea, el sector informal ha crecido hasta llegar al escandaloso 60.1% del total de trabajadores activos (diciembre 2012 INEGI).

Así pues, con la apertura de nuevos y enormes mercados para los inversionistas que significarán la mercantilización de los servicios básicos (salud, educación, seguridad, etc.) y las privatizaciones que se impulsarán a través de las reformas, sólo queda advertir la llegada del próximo milagro económico, ¡sálvese quien pueda!

 

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