Tradiciones mexicanas, reminiscencias
de un violento y brutal encuentro
José Luis Carrillo Hernández.
Somos una pueblo que pasó de una larga tradición cultural y alimenticia, heredada de nuestro ancestros a la obesidad desnutrida de la cultura del snack, del bocadillo de carbohidratos y almidón con azúcar o sal, saborizante artificial, de la comida rápida y chatarra. Proceso de transculturización iniciado hace más de 500 años tras el apocalíptico genocidio cometido en nuestro continente por españoles, sefarditas, ingleses y portugueses que desde entonces nos convirtieron en vasallos de su imperialismo territorial y económico.
En el norte los luteranos que comulgaban con Jehová, se encargaban de asesinar a los pueblos que les daban la bienvenida y los salvaban de morir de frio, mientras que en el resto del continente los portugueses, españoles y sefarditas, violaban, esclavizaban y exterminaban a los abuelos y abuelas, todo en nombre de Dios, los reyes y la Santa Iglesia Apostólica y Romana.
Hoy los españoles y portugueses son países vasallos, no supieron aprovechar como sus contrapartes inglesa y holandesa las grandes riquezas que provenían del saqueo y la explotación del nuevo mundo, desarrollando con ello las técnicas de producción artesanal que pasaron a un sistema de producción en serie de herramientas, armas, enseres domésticos y suntuosos, telas y vinos que eran exportados a España y Portugal, al Nuevo Mundo y a todos los mercados, como el intercambio no muy cristiano que Inglaterra y Holanda sostenían con las tribus africanas que a cambio de prisioneros de otras tribus les entregaban, telas, vinos y cuchillos.
Estos prisioneros eran vendidos como esclavos en América a cambio de oro y plata pues ya habían acabado con la mayor parte de la población original. Eduardo Galeano nos da cuenta de ésto y muchas atrocidades más en su libro Las venas abiertas de América.
Derribados los dioses de los abuelos cubiertos con su sangre son obligados a ser bautizados e hincarse frente a la cruz de la religión judeo-cristiana y su panteón de santos, hoy la gente ha olvidado el origen de su cristiandad, no hablamos náhuatl u otra lengua prehispánica, pues los pueblos fueron disueltos, esclavizado o extintos, además que fueron incinerados y destruidos todos documentos que tuvieron que ver con la religión, ciencia, costumbres y cultura de nuestro ancestros.
Desposeídos, desnudos de cuerpo y alma, fueron obligados a adoptar su cultura basura, sus vicios, su hipócrita religión, sus leyes injustas; eso, se llama transculturización. No sólo saquearon las riquezas, también nuestra cultura madre, dejando sobrevivir algunas reminiscencias resultando de aquel desigual y brutal encuentro, las llamadas tradiciones mexicanas, de una riqueza extraordinaria no sólo en símbolos y colorido sino también en aromas y sabores.
A partir de los ochentas mucho se habla del rescate de nuestras tradiciones como un muro de contención frente al avasallante consumismo que trajo consigo el liberalismo económico y la globalización de los mercados, elementos fundamentales de las trasnacionales y los organismos controladores de los gobiernos y las finanzas internacionales, mismos que tuvieron su origen en las ganancias del expansionismo, la piratería, la esclavitud, la guerra y el exterminio de los grupos y pueblos más débiles, como lo documenta Eduardo Galeano.
Para finales de la edad media, a principios del renacimiento, ya funcionaba la incipiente bolsa de valores, Holanda e Inglaterra eran reinos y refugio para las familias de la naciente burguesía y los grandes capitales judíos que encontraron en estas tierras la oportunidad de asociarse, expandirse y dominar por el mundo. Hoy de esa cepa surgen las grandes trasnacionales productoras de bebidas azucaradas y comidas chatarra que son responsables de los graves problemas de obesidad, hipertensión, diabetes, colesterol, cáncer, enfermedades o padecimiento graves que están matando a los mexicanos, pues somos el país más obeso en el mundo.
Pero ¿qué tiene que ver esto con las tradiciones mexicanas? Ellas nos permiten asomarnos un poco a la cosmovisión, espiritualidad y costumbres de los ancestros, nos hablan de su sentido de religiosidad que involucra un culto a la vida por su veneración a la tierra como madre, y a la muerte como un proceso de continuación de la vida en un plano donde habitan los dioses formadores, los primeros abuelos que fueron divinizados.
Igual que Horus en Egipto y su copia judía, Jesús, nuestros ancestros recibieron las enseñanza de un hijo del sol, Quetzalcóatl, que en principio se sacrificó para hacerse sol y darnos la vida junto con su pareja consorte Coatlicue, la madre tierra, hoy simbolizada por Tonanzin-Guadalupe copia al parecer de las vírgenes negras de Extremadura, España, sin duda un consuelo para aquella masa desposeída, caída y esclavizada tras la genocida conquista, desde entonces sólo quedan ruinas, reminiscencias.
Sin duda, una de esas tradiciones de mayor riqueza antropológica es la de los altares de muertos, herencia sincretista de aquella fusión obligada y violenta que llega a nuestros días para darnos fe de la profunda veneración que los mexicanos tenemos -desde épocas inmemorables-de rendirle culto a nuestros muertos, que en nuestro imaginario colectivo regresan de la región del Mictlán para estar presentes, comer y convivir con su familia, convirtiendo aquel momento en una gran fiesta espiritual y colorida, donde el espíritu del difunto disfruta los ricos platillos y aperitivos que en vida prefería.
Antes de la llegada de los españoles, se ofrendaba la primera porción a la madre tierra depositándola simbólicamente en la milpa y la segunda porción al abuelo fuego, de los dioses formadores, el cual siempre estaba encendido por 52 años. Así los tamales, el atol o atole de maíz o cacao, el frijol, las frutas amarillas, el amaranto, entre otros platillos, frutos y verduras estaban presentes desde antes de la hispanidad, y religiosamente se preparaban en las celebraciones fúnebres para acompañar al difunto en su viaje al Mictlán, tal y como se hace hoy, con copal es recibido y despedido, su foto, sus pertenencias, sus platillos favoritos, imágenes religiosas del Cristo crucificado y la virgen de Guadalupe sustituyen las de Quetzalcóatl y las de la Cuatlicue. Un arreglo piramidal representa el templo mayor o bien la montaña sagrada chichimeca que en su interior guardaba los restos de sus muertos.
La tradición mexicana del culto a los muertos nada tiene que ver con la tradición cristiana traída de Europa de origen Celta que llega a nosotros como Halloween, llena de terror; y el culto pagano a la Santísima Muerte que está lleno de dolor, alimentado en la edad media a causa de las grandes epidemias y pestes que padecieron en el viejo continente y que fue importado por los españoles a México con todas esas pestes. Estas imagenes no corresponden a los símbolos de la divinidad que se ofrendan en los altares, las calaveritas de azúcar y de amaranto representan la vida, a Quetzalcóatl, Kukulkan, Cocijo, el dios de los abuelos, la imagen símbolo que liga al hombre aquí por hoy con el allá y para siempre.
Esto además de la cruz de los 4 rumbos del universo, el perro, el agua, el pan de muerto, el cual estaba antiguamente realizado con amaranto y sangre del sacrificado y del cual todos comulgaban como los cristianos comiendo una pequeña porción cual si fuera ostia, pues representaba a su Dios, por tal motivo el uso y cultivo del amaranto fue prohibido por los españoles.
El huazontle o amaranto junto con la chía, el maíz, el frijol, entre otros granos y cereales, además de una gran variedad de verduras y frutos eran la dieta fundamental de los antiguos mexicanos y sólo entre el 10 y el 15% de su dieta era el consumo de carne proveniente de especies menores, lo que habla de una dieta bastante bien nutrida y muy bien equilibrada por lo tanto era delgados, fuertes y sanos, pues basta decir que el amaranto tiene más del 90% de todos los elementos y nutrientes que requiere el cuerpo, mientras que la chia tiene el 100% de todos los elementos y nutrientes requeridos, no existe en el mundo un alimento igual.
A diferencia del arroz, papa, trigo que no nutren pero engordan y enferman, productos europeos que adoptamos y que hoy forman parte de nuestra dieta junto con la variedad de chatarra venenosa, salada o endulzada, embasada, embutida, enlatada y embolsada que procesan y distribuyen globalmente las grandes trasnacionales, que también acaparan la producción y distribución agropecuaria del país a través de sus filiales. Las trasnacionales dominan el mercado de las comidas rápidas y productos chatarras, son las beneficiarias del abandono de las políticas públicas agropecuarias como falanges del desarrollo y la autosuficiencia alimentaria.
Los políticos y muchos empresarios mexicanos se han convertido en sus socios o meros empleados y facilitadores$$$ de las necesidades de estas trasnacionales. Para ellos todo el mercado, todos los recursos que da la tierra, todas las ganancias, que poco son para su rapaz avaricia, nada los detiene, ni un peso más de impuesto al litro de refresco o el 5 o 10% a las frituras y golosinas mucho menos un “Actívate, Nútrete, Mídete”, finalmente son productos de bajísima calidad, seguro le seguirán bajando a la misma en beneficio de sus ganancias, tienen un mercado cautivo y unas ganancias comprobadas que no están dispuestos a dejar pese a que esto enferme y mate a la sociedad. Así que no estaría mal revisar nuestra dieta y confrontarla con la del difunto que estuvo en el altar, tal vez la adoptemos y la rescatemos.
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