Crónicas de un saltillense agringado
Héctor A. Calles.
A principios de los años 90, junto con mi esposa, visitaba continuamente la pulga Mitras, la que está a un lado del hospital de especialidades en Monterrey, Nuevo León. Sólo íbamos por diversión, a ver y a pasear, pero también a comprar un artículo que considerábamos muy apreciable, shampoo de marcas americanas. Creo que en ese entonces estábamos obsesionados con el feeling de su aroma. Quizá así es como empieza la famosa “visualización”, o el arte de convertir lo que uno sueña en algo tangible; se idealiza y se exalta el significado de aquello que se desea, convirtiendo esas pequeñeces en una herramienta de motivación.
Además, hay que añadir que es realmente divertido mantenerse en esa búsqueda constante de pequeños hallazgos mundanos, pero no menos valiosos en un nivel personal, como el shampoo americano. La cosa del shampoo fue sólo un aviso de lo que vendría en el futuro. Nunca nos habíamos planteado la posibilidad real de dejar México por otro país, ni mucho menos que nuestra afición por estar esculcando mercancía importada en las pulgas de Monterrey al final se convertiría en un cambio radical en nuestras existencias.
A la vuelta de varios años, ya en Estados Unidos, de pronto nos hallamos a nosotros mismos haciendo cosas, hasta ese entonces inimaginables, como nuestras continúas escapadas para hacer compras nocturnas a Walmart. Era un placer ir a caer en la fascinación visual con esos modernos electrodomésticos llenos de botones y lucecitas, artículos de decoración para el hogar, aromas, velas y un largo etcétera. Lo increíblemente ordinario de esa búsqueda que empezara en una pulga de Monterrey y acabara en otro país, en realidad nunca lo fue, pues de verdad no se le puede decir “¡Qué materialista!” a un artista visual.
Mi educación fue en la escuela de Artes Plásticas y hoy en día, como ilustrador, fotógrafo y editor de una revista, me sigo alimentando de imágenes, de diseño, de formas, de colores y conceptos. No vale la pena discutir hasta qué punto se es consumista o materialista. Creo que las actividades humanas que llevan a la perfección y refinamiento de la manufactura y el diseño de artículos de consumo son una forma de arte, pop culture, si se quiere, pero no menos susceptibles de ser admirados.
Por citar un ejemplo, Starbucks no tendría un logotipo tan rebuscado y unos locales tan bonitos para vender algo tan simple como una taza de café, si no fuera porque los elementos visuales y su ambientación funcionan de verdad. El significado lo hace legítimo, lo cool de ese lugar lo valida y por eso entramos ahí a pagar varios dólares por un café. Apologías y otras elucubraciones mercadotécnicas y filosóficas aparte, cuando mi búsqueda obsesiva del shampoo americano quedó en el pasado por la repentina superabundancia del producto.
Muy pronto mi atención se empezó a desviar hacia otras cosas más diversas, como cuando empecé a comprar CD’s de música en un club por correo de una disquera, en el cual cada mes debía comprar al menos cinco CD’s para conseguirlos a bajo precio. Luego fueron las revistas, una serie de subscripciones de todo tipo; llegué a recibir el Newsweek, Times, National Geographic, The New Yorker, Entertainment Weekly, Car and Driver y no sé cuántas otras.
Hoy en día, no miento, sólo estoy suscrito a dos revistas que me regalaron por ser socio de una compañía productora de medios. Una revista es la venerable Graphic Design USA. La otra es más modesta, pero no menos interesante y exclusiva para publicistas y editores. Pero eso de disminuir mis opciones, en lugar de aumentarlas, no es falta de interés hacia la multitud de cosas nuevas que podría abrazar y conocer, ni mucho menos, es más bien que la búsqueda personal se hizo más enfocada al perseguir temas muy definidos.
Hay múltiples detalles por aprender en mi disciplina de trabajo y solamente mantenerse actualizado es suficiente para ocuparse por mucho tiempo. Sin embargo, hay que anotar que definitivamente algo cambió entre el ayer y el hoy, y ha sido la dimensión de la búsqueda. Antes era la necesidad de darse un gusto al comprar un mínimo artículo de consumo para poseer “algo” no tan ordinario que indicara un estilo de vida diferente.
Hoy se trata más de las realizaciones, de alcanzar objetivos que pueden tardar años y esa mercancía ya no la puedo simplemente tomar de un estante, ahora mi deseo se enfoca en artículos más abstractos que sólo se hallan disponibles en pulgas mucho más finas. Los triunfos en producciones editoriales y otros medios son esas nuevas cosas y eso cuesta muchísimo más que una botella de shampoo americano, pero lo más interesante es que la pasión por la búsqueda -afortunadamente- parece seguir tan intacta como ayer.
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