Discurso del hombre que encontró
Al dios de los creyentes
Oliverio Ascascius
Los hombres hablaban sobre las cosas divinas.
Unos decía que Dios estaba en el cielo.
Los otros sólo escuchaban.
Entonces el desconocido dijo así:
“Siento desilusionarlos,
pero Dios no se encuentra en ningún templo
ni jamás lo hallaréis allí.
No se encuentra en los rezos monótonos
y anquilosados de los curas y las viejecitas ciegas.
Y ni de broma se encuentra en el Vaticano
junto al Papa y sus Cardenales.
Tampoco se encuentra en ningún monasterio
o religión alguna.
Ni está en el cielo al lado de los ángeles
ni en mitologías bíblicas o Thora milenarias.
Dios está en las calles, en los centros de trabajo
donde el obrero deja su vida por unos pesos.
Está en las zonas rurales,
al lado de los que tienen hambre,
de los que beben el agua sucia de los estanques.
Dios está en la ayuda que nunca has dado,
en las injusticias que has cometido
con tus hermanos humanos…
Está en la frase cariñosa que nunca has dicho,
está en el miserable que has pisoteado,
en el niño que no has sabido educar,
en la mujer que no has sabido amar,
en el trabajador que has explotado.
Está en el hombre que heriste
abusando de tu fuerza o tu poder.
Está en el vagabundo que echaste a la calle,
en el hombre que privaste de su libertad injustamente,
en aquel que mandaste matar
para seguir conservándote en el poder.
Está en el que engañaste con tus falsas oraciones
y alabanzas a un “dios” transfigurado, mitificado.
Está en el perro pulgoso al que no diste de comer.
En el que creía en ti y lo engañaste,
en los seres que has traicionado,
a los que has robado impunemente
los ahorros de toda su vida.
Está con los que fuiste pedante, solemne o indiferente.
Dios está en ti y no te has dado cuenta.
Está en lo profundo de ti
pero jamás llegarás a sentirlo ni a conocerlo
porque tu egoísmo y tu ceguera te lo impiden.
Tu rapacidad y tu hipocresía
levantan un muro infranqueable que te separa de él.
Por eso estás solo y vacío, sin Dios y su gloria,
venerando imágenes falsas, ilusiones inventadas,
creencias malsanas, huecas como tu alma.
Así dijo el hombre del discurso
y se alejó lentamente de ahí.
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