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el periodico de saltillo
Agosto 2014, ed. #306



¿Plan maestro ó simples ñáñaras?

 

Armando Moncada Díaz de León.

México es ya, no cabe duda, un estado fallido en proceso de total descomposición. La traición y la irresponsabilidad de las clases dirigentes nos han llevado a extremos insospechados de fracaso y regresión en todos los órdenes. La justicia, el más elemental concepto propio ya no de un gobierno, sino de una civilización cualquiera, ha desaparecido.

 Después de haber saqueado al país hasta el delirio, la horda a cargo de los poderes públicos entrega sus recursos energéticos a la rapiña trasnacional, y lo hace de la manera más burda e insultante para lo poco que queda de dignidad nacional. El cinismo y el costoso auto-elogio de quienes gobiernan y hacen las leyes es de ya antología. Desde países hermanos en proceso de emancipación, principalmente de Sudamérica, se nos observa con asombro: no es posible que a México le esté ocurriendo ésto, exclaman analistas informados y dirigentes de prestigio. En los centros del poder imperial los halcones de siempre se frotan las manos y otorgan preseas y reconocimientos ridículos al equipo de “valientes trasformadores” que lleva las riendas de la administración. 
 
Bien mirados, desde dentro y fuera del país, los embates incesantes contra el interés de las mayorías y el patrimonio de la nación parecen concertados, sincrónicos, y se van materializando golpe tras golpe. Parece como si una mente maestra (y orejona, dicen los bromistas) los fuera programando y ordenando uno tras otro con precisión de relojería y obedeciendo a un plan estratégico cuyas acciones tácticas y precisas así lo delatan y permiten identificar a sus principales actores. 
 
Primero, en el sexenio anterior ensangrentaron a la población mexicana; la aterrorizaron con una “guerra” absurda; y para amedrentarla, echaron al ejército a las calles y allí lo mantienen. 
 
A base de ríos de dinero se apropiaron de la complicidad de los medios masivos de comunicación y perfeccionaron mecanismos con los que anestesiaron a la ya de por sí débil y apática opinión pública.

Luego, al costo que fuera impusieron en la presidencia a un títere fatuo, diseñado ex profeso. Mediante una asonada electoral igualmente onerosa y patética, tomaron por asalto el poder legislativo, donde colocaron a lo más selecto del hampa político-empresarial de la derecha cavernaria, obediente por vocación de clan a los dictados superiores y envilecida por la costumbre del bono millonario cuando se le ordena consumar fechorías. 
 
Dado este paso fundamental, metieron mano a la legislación financiera y desorganizaron la economía, imponiendo medidas fiscales draconianas para los pobres y bienhechoras para los magnates. Concesionaron en silencio el 60% del territorio a trasnacionales mineras.

 Casi al mismo tiempo pervirtieron la justicia social despojando a los trabajadores de sus derechos fundamentales con la aprobación de una perniciosa contrarreforma laboral que contó con el auxilio de los líderes charros y el aliento frenético y descarado de los capos del sector empresarial.
 
Atado todo –y bien atado como decía Franco-; acribillado en los medios el único dirigente opositor de altura, sin enemigo político al frente y con las banderas de la traición desplegadas, el otrora honorable Congreso de la Unión consuma la misión suprema: 

 Desmantelar a las empresas más importantes del estado y despojar a su patria del patrimonio energético; humillar aún más a los mexicanos con nuevas cargas económicas y poniendo sus bienes inmuebles a disposición de los buitres globalizados mediante “ocupación temporal” forzosa para que se lleven el petróleo hasta de zonas protegidas y reservas de la biósfera, y por si fuera poco, convirtiendo en deuda pública los pasivos laborales de PEMEX y CFE que la corrupción acumuló durante años con la complacencia de los gobiernos priístas y panistas, en una operación similar a la del Fobaproa pero dos veces más cuantiosa y lesiva para la economía. 

 Someter, en suma a México, mofarse de su historia; escamotear el futuro de nuestros hijos. Desatar el pillaje. Legalizar la corrupción, exentando del cumplimiento de la Ley de Responsabilidades de los Funcionarios Públicos a los directivos de alto nivel del sector energético (entiéndase bien: únicamente a los de arriba en el organigrama)

 Senadores y diputados se cubren de gloria en un festín grotesco que aprueba las “históricas reformas estructurales del presidente” Compiten por la triquiñuela procesal de mayor efectividad para burlarse de los procedimientos legislativos y aplastar cualquier atisbo de oposición, de discusión. Compiten por declaración más vergonzante, por la frase más ruin desde la tribuna. Traidores a la patria, les llaman tibias voces desde una izquierda parlamentaria amorfa y aturdida que no es capaz ni de organizarse.
 
 Pero antes, silenciosamente y sin hacer aspavientos, los jefes de la banda habían mandado criminalizar la protesta social con una “reforma” que hicieron a modo. 
 
Hoy la gente tiene miedo y cunde la desconfianza. El ciudadano teme, no solo unirse a una simple marcha silenciosa, sino hasta a hacer comentarios adversos al gobierno en la oficina o por teléfono. 
 
La represión del descontento social que amenaza la vida nacional parece provenir desde el mismo fermento globalizador neoliberal, fascista y totalitario que avasalla y corrompe el tejido social La hazaña del momento es la aprobación de leyes mordaza en casi todos los estados que castigan a quien se oponga y disuaden a quien se atreva. 
 
Por si hubiera que perfeccionar la tragicomedia y adornarla con crespones de color negro, en Sinaloa por ejemplo, ya se ha decretado como ilegal –y sujeto de castigo- el que un reportero asome las narices al lugar de los hechos y tome fotos o video en algún acto criminal.
 
Dice la conseja popular que si una cosa hace cuá-cuá y tiene plumas y camina como un pato…pues es un pato. Algunos gambusinos del hilo negro se preguntan si la tragedia que vive México en el verano del año 2014 proviene de una conspiración colonizadora de corte fascista o si sólo se trata de simples ñáñaras.

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