Expresiones rupestres:
su relación con la astronomía y otras disciplinas
Ing. Agr. Alejandro Arizpe Montemayor.
La observación de la naturaleza fue indispensable para lograr la sobrevivencia de todos los grupos humanos en cualquier parte del mundo. Desde los albores de la civilización los antiguos pobladores se hicieron expertos en diversas disciplinas como la astronomía, botánica y cacería. Tras una breve investigación en algunos sitios del municipio de General Cepeda, Coahuila se concluye que: Las rocas indican que los periodos equinocciales o de solsticio duran alrededor de 93 días; las formas de expresión dominantes son astronómicas; las representaciones de plantas forrajeras y de partes botánicas es significativa, y posiblemente practicaron siembras de vegetales incipientemente en forma estacional o periódica.
La información de este documento está enfocada a las localidades "El Gavillero" y "El Mogote", comunicadas por una terracería y con una distancia entre ambas de 9 kilómetros, en el municipio de General Cepeda, en Coahuila, México. Sus pobladores se dedican, entre otras actividades, a la agricultura de temporal, huertos de nogal y vid, caprinocultura, elaboración de ladrillos de adobe, y a la extracción de la fibra de la lechuguilla. En las cercanías adyacentes de estos pueblos existe un alto contenido de arte rupestre, donde hasta la fecha no se han efectuado investigaciones científicas, como en el caso de Boca de Potrerillos, en Mina, Nuevo León.
En “El Gavillero” está la terminación de una loma baja con alturas variables entre 2 y 5 metros, con ubicación oriente-poniente, compuesta de sobresalientes rocas; algunas de dimensiones considerables en tamaño y peso; existiendo en ellas evidencia de arte rupestre que se extiende en un área de alrededor de un kilómetro. Dicha loma es componente geológica y geográfica de la Sierra de la Lagunilla, de 1600 metros sobre el nivel del mar, extendida a kilómetros al poniente y comunicada con la Sierra de la Cuchilla y, en frente al norte de ésta elevación, separada a 2 kilómetros de distancia, está la Sierra de Narigua, dividida por un puerto o boca donde existen impresionantes concentraciones de petroglifos en ambos lados de esta sierra. Ahí están asentados los pueblos de “El Mogote” y “Narigua”.
EL GAVILLERO
La mayor parte de las rocas de esta zona están decoradas con diversos motivos de interés cultural, indispensables para los antiguos pobladores. Tales motivos formaron parte de su cosmovisión y fueron esenciales para su supervivencia. Además, estos tableros, tenían su función como métodos de comunicación en general para atender a la población, y fueron “escuelas” arcaicas donde se transmitían los conocimientos de generación en generación.
Los motivos rupestres de ésta zona son figuras geométricas abstractas, difíciles de entender para nosotros, de tendencia naturalista, relacionados con la flora, donde aparecen plantas cactáceas como el peyote, de uso ritual; y figuras esquematizadas de pitayas columnares de porte bajo, usadas como alimento; además de dibujos de la fauna con la que estaban en contacto, pues hay huellas de oso, venado, y figuras de serpientes (Fig. 1); dibujos antropomórficos relacionados con el chamanismo; tinajas trabajadas que funcionaban para captar agua del cielo que, según Álvarez Asomoza1, al considerarse agua “virgen” por no estar en contacto con el suelo, era empleada por los curanderos en sus rituales. Otra función de éstas tinajas era la de procesar plantas, moliendo sus granos, frutos y semillas. Cabe mencionar la reducida existencia de imágenes de puntas de flecha.
1. Carlos Álvarez Asomoza, Los hongos sagrados de Teotenango, Estado de México, Revista Arqueología Mexicana, N°59, Editorial Raíces/Instituto Nacional De Antropología e Historia, 2003. |
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“La descripción simbólica de ciertas plantas y animales era sagrado en una sociedad arcaica, distinguiéndolos como energías específicas y diferenciadas de las otras. El hombre antiguo no se siente aislado en la naturaleza, ni pretende ser su propietario. La fauna, flora, piedras, ríos, lagos, lluvias constituyen parte de su ser. Igualmente lo es el firmamento, sus épocas y los ciclos naturales de vida, muerte, y resurrección ejemplificados por las estaciones”.
Federico González2 |
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2. Federico González, Símbolos precolombinos: Plantas y animales sagrados, Cap. XVI, Ed. Obelisco, Barcelona, 1989. |
Los motivos dominantes de este sitio son los relacionados con fines astronómicos. La ciencia de la astronomía es tan antigua como la misma humanidad y, desde tiempos remotos, el hombre se especializó en la observación del cielo, así como en otras disciplinas, alcanzando resultados altamente satisfactorios. Los eventos astronómicos fueron registrados a través del tiempo, producto de miles de años de observación, estableciendo calendarios regidos en riguroso análisis de lo que se contemplaba constantemente en el cielo. Tales manifestaciones de patrones estelares están asociadas a cuentas numéricas. Sobresalen los “soles” (Fig. 2); concentraciones de círculos sencillos; círculos concéntricos; círculos en forma de cadena, y otros seccionados a la mitad, formándose en ellas las fases lunares de cuarto menguante y creciente; figuras en formas de arcoíris y expresiones de posibles tormentas de lluvia en el horizonte.
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Destacan dos conjuntos de rocas, separadas por una distancia de 300 metros, indicadoras de eventos astronómicos. Ambas muestran una cuenta numérica de 93 puntos, relacionados con los episodios de los equinoccios y solsticios, donde cada punto representa un día. Entre equinoccios y solsticios existe una separación aproximada entre 91 y 93 días. Es decir, los antiguos se daban cuenta, gracias a la observación de los cambios climáticos y a las reducciones o ampliaciones de las horas donde el sol ilumina la tierra, que el solsticio de invierno iniciaba entre el 20 y 22 de diciembre y después de tal cantidad de tiempo sucedía el equinoccio primaveral.
Estas rocas fueron sujetas a transformaciones gracias a un alto grado de creatividad artística, estableciendo en ellas un observatorio astronómico donde se muestra un calendario solar con alta funcionalidad, registrando, así, el movimiento natural del sol, y de esta forma establecían adecuadamente sus movimientos de sobrevivencia, tales como migraciones, caza, y cosechas; además de regular sus festividades religiosas. La primer roca (Fig. 3) exhibe dibujos que miran al oriente, presentando círculos conectados; círculos enlazados en forma de cadena; y otros seccionados a la mitad, representando las fases lunares; y otras figuras estilizadas, que bien representan también las fases lunares, pero asociadas a otras figuras que pueden ser el Arroyo Patos y las serranías, junto con una cuenta de 93 puntos.
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La segunda evidencia es un grupo de rocas independientes, amontonadas o unidas entre sí (Fig. 4). Aparentemente, en sus caras, muestran el movimiento de los astros, principalmente el sol, destacando dos grandes figuras unidas por una línea labrada en la roca. La distancia entre ambas figuras es de un metro (Fig. 5). El “sol” superior está tallado en el filo de la roca, abarcando ambos lados de la misma. Lo interesante de este “sol” es que reproduce lo que un observador terrestre contemplaría en el horizonte tanto en el amanecer como en el ocaso; es decir, la parte del dibujo que apunta hacia el oriente es representativo del sol naciente, mientras la parte occidental de la figura, durante el equinoccio, es iluminada por los últimos rayos solares del atardecer.
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El “sol” que está en la parte inferior, posiblemente representa el solsticio de invierno. Se necesita investigación para aclarar esto, ya que éste dibujo solar tiene una disposición diferente en comparación con su similar. ¿Por qué fue tallado así? Si los rayos solares señalan directamente a este dibujo durante el solsticio de invierno, se tendrán más elementos de juicio.
En esta segunda evidencia sobresalen tres cuentas numéricas con longitudes mayores a un metro, realizadas con puntos de aproximadamente tres centímetros de diámetro, muy vistosos y bien elaborados. La cuenta ubicada en la parte superior muestra 18 puntos dispuestos en una orientación norte-sur, mientras que en la parte inferior están dos cuentas horizontales con orientación oriente-poniente. La mayor de estas líneas horizontales, ubicada debajo de la menor, tiene 43 puntos, mientras la otra tiene 32. La hipótesis planteada es que la línea ubicada en la parte superior, la de 18 puntos, expresa una función en el firmamento, donde posiblemente marca el solsticio de verano, en el cual el sol alcanza su punto más alto durante el medio día sobre el Trópico de Cáncer (en el hemisferio norte), proyectando, también, su luz sobre la tierra durante más horas y, a partir de ese punto, hacer su viaje hacia el sur, situación de que los antiguos pobladores, siendo gente muy observadora, se daban cuenta.
Sobresale también, de manera increíble, el enlace de más conceptos, integrados en total armonía con todas las observaciones. Es decir, se aplicaron inteligentemente las simetrías geométricas formadas por los efectos de luz y sombra que se forman en la oquedad o nicho de la roca, propiciados por el movimiento del sol en la fecha equinoccial, y los grabados dentro de la misma, pues ambos muestran similitudes sorprendentes, ya que, al pasar el sol al mediodía, se forma un efecto de luz, producto de la abertura que está arriba de la formación rocosa, que aparenta haber sido tomado como modelo para cincelar los puntos y líneas (Fig. 6). El resto de los motivos posiblemente también sean producto de los efectos de luz y sombra en fechas muy especificas, e igualmente incorporados en los trazos decorativos de ésta roca.
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El Mogote
En la Sierra de Narigua existe un alto caudal informativo de mensajes tallados en las rocas por la mano del hombre antiguo. La mayoría son de índole astronómico, como soles; lunas; símbolos de orientación; figuras cruciformes con bordes redondeados, representativos de Venus; círculos conectados o sencillos; destacando figuras abstractas, y geométricas, tales como triángulos, cuadros, y rombos. Escasean las figuras de huellas zoomorfas, distinguiéndose solamente unas pocas huellas de venado. Existen también cruces cristianas con algunas figuras humanas, elaboradas por los misioneros españoles en su labor de evangelización.
Existe una considerable cantidad de figuras relacionadas con el sol. Es notoria la variabilidad en tamaño, acabado, y técnica. Los círculos concéntricos presentan las mismas características que el sol, habiendo desde sencillos hasta muy elaborados, y su abundancia es notable. Aunque predominan los motivos estelares, existe una gran cantidad de figuras fitomorfas, tales como flores, tallos, y posiblemente frutos dibujados en forma esquematizada. Los más realistas exhiben espigas, y otras pueden ser plantas gramíneas por la disposición de las hojas, y son frecuentes las imágenes del cactus de peyote (Fig. 7).
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Al recorrer éste amplio entorno, llama la atención la presencia de muchos tableros que muestran cuentas numéricas de puntos acomodados sistemáticamente, algunos de 29, 30, 58, 66, 92 y 120 unidades, y están correlacionadas con cuentas de un mes sinódico (o lunar), mes y fracción, o varios meses, según sea el caso o variable (Fig. 8).
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La relación con la astronomía y otras disciplinas
El sol es embajador de luz, calor, y vida en la naturaleza, representando el ciclo de vida, muerte y resurrección, pues nace cada día al amanecer y muere al atardecer, mismos eventos que se repiten en una escala mayor en las fechas de cambio estacional: los equinoccios, y los solsticios. El solsticio de invierno marca el día con menos horas-luz en el año y, a partir de ahí, se va incrementando gradualmente la luz, llegando a su máximo en el solsticio de verano. Estos eventos eran vistos por los antiguos como un renacimiento del sol y la energía vital en la tierra, dejando atrás el ocaso del otoño. Al empezar la primavera se inicia la renovación de la naturaleza, tiempo de vida. Los vegetales reviven, floreciendo y naciendo sus retoños. La recolección de frutos se repetirá, asegurándose la alimentación y la sobrevivencia. Estos eventos regulaban las fiestas que hacían estas gentes como agradecimiento a los dioses, reuniones para convivir en armonía, elevándose el espíritu humano.
El respeto por el cielo y su contenido son aspectos presentes en todas las civilizaciones en desarrollo3. El movimiento cíclico del sol, y del nacimiento y ocaso daba a los antiguos habitantes seguridad y orden, propiciando estabilidad como apoyo en su inteligencia, rigiendo todos los aspectos culturales. La recolección de las plantas, la cacería, y festivales importantes se podían señalar efectivamente por medio de un calendario celeste.
3. Anthony F. Aveni, Observadores del cielo en el México antiguo, Fondo de Cultura Económica, 1974. |
Una de las actividades humanas que ha fomentado la curiosidad científica es la observación del cielo desde tiempos muy remotos4. El sol es el astro más brillante y más conocido al cual se ha estudiado su movimiento e identificado como deidad. La luna es el astro más brillante en la noche y no parece haber alcanzado la misma importancia que el sol; no obstante, también fue deificada, y fue registrada la observación de sus fases. El tercer objeto celeste de mayor brillantez es el planeta Venus, tanto que para los mesoamericanos fue de excepcional importancia y se le llamó “La Gran Estrella”. Cabe mencionar que éste planeta, bastante luminoso en el firmamento, no fue de devoción exclusiva de éstas culturas avanzadas, pues es frecuente encontrar cruces enmarcadas con bordes redondeados en diversas localidades del noreste mexicano y en otros localidades muy diferentes en tiempo y espacio.
4. Jesús Galindo Trejo, La astronomía prehispánica en México, Instituto de Astronomía, Universidad Nacional Autónoma de México, 1976. |
Sobre las líneas y puntos, Murray5, 6 subraya que fueron empleados como agrupaciones en las rocas por diversos grupos humanos aclimatados al desierto mexicano norestense, caracterizados en la producción de petroglifos, y con un gran interés en el cielo. El punto adquiere el valor de “un día” y expresa mayor frecuencia en Norteamérica. Estas configuraciones petroglíficas constituyen un medio muy común en lugares específicos, como las laderas de las montañas. La mayoría tienen alrededor de 30 unidades y están asociadas con observaciones del movimiento de la luna, contando los días de una fase a otra, es decir, el registro de un mes sinódico, el cual tiene la duración de 29.53 días aproximadamente. La observación de la luna y las estrellas les permitía programar sus movimientos migratorios en la búsqueda de recursos alimenticios temporales y aislados.
5. William B. Murray, Arte rupestre en Nuevo León, Numeración Prehistórica, Cuadernos del Archivo n°13, Gobierno del Estado de Nuevo León, 1987.
6. William B. Murray, Arte rupestre del noreste, Colección La Historia en la Ciudad del Conocimiento, Fondo Editorial de Nuevo León, 2007.
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La sociedad que trazó estas figuras dejó un gran legado cultural de sus avanzados conocimientos de la naturaleza, y las rocas dan testimonio de ello. Los eventos que ellos lograron observar y plasmar fueron los cambios atmosféricos relacionados, principalmente, con la temperatura y las horas-luz por día, como identificadores de las estaciones climáticas. El sol, la luna, y las estrellas son elementos que todos conocemos desde hace miles de años, pero ellos pudieron entender mejor que nosotros su relevancia en un mundo vivo.
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Arizpe Montemayo, Alejandro. Expresiones rupestres:
su relación con la astronomía y otras disciplinas.
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2014
REFERENCIAS
Carlos Álvarez Asomoza, Los hongos sagrados de Teotenango, Estado de México, Revista Arqueología Mexicana, N°59, Editorial Raíces/Instituto Nacional De Antropología e Historia, 2003.
Federico González, Símbolos precolombinos: Plantas y animales sagrados, Cap. XVI, Ed. Obelisco, Barcelona, 1989.
Anthony F. Aveni, Observadores del cielo en el México antiguo, Fondo de Cultura Económica, 1974.
Jesús Galindo Trejo, La astronomía prehispánica en México, Instituto de Astronomía, Universidad Nacional Autónoma de México, 1976.
William B. Murray, Arte rupestre en Nuevo León, Numeración Prehistórica, Cuadernos del Archivo n°13, Gobierno del Estado de Nuevo León, 1987.
William B. Murray, Arte rupestre del noreste, Colección La Historia en la Ciudad del Conocimiento, Fondo Editorial de Nuevo León, 2007.
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