Crónicas de un saltillense agringado
Héctor A. Calles.
Antes de que se popularizaran aquí en Austin, TX, las famosas Red Box o cajas rojas de renta de películas, ir físicamente a las salas de cine era un requisito intelectual de rigor para su servidor. Cada fin de semana buscaba en Internet las carteleras para ver que novedad había en estreno esperando hallar algo que me resultara interesante. En ocasiones se acababan las buenas opciones y no me quedaba otra salida que ir a ver lo que se exhibía. La desesperación me hacía ir a recetarme producciones sin mucho valor cultural; pero no me interesaba tanto, con tal de estar en la salas de cine. El olor a limpiador de canela en el lobby, las palomitas chorreando mantequilla, el refresco y la gente. Por su naturaleza el cine es un mundo irreal y evasivo, pero también resulta fascinante, por eso ahí estaba yo, siempre presto a aflojar unos cuantos dólares por el disfrute.
El cine tiene su elegancia, tiene su distintivo, tiene su función social. Es un lugar donde se desalojan las locuras de la realidad a través de otras ficciones, o simplemente vas y te creas otras nuevas. Reír, sentir miedo, entusiasmarse, forman parte de ese mecanismo que se echa a andar cada que nos sentamos en la butaca, nos recargamos y nos olvidamos de los ajetreos de afuera. ¿Pero qué pasa cuando la realidad de las películas se quiere salir de la pantalla y se reencuentra con nosotros en la vida común de maneras extrañas e insospechadas? En el trabajo, por citar ejemplo. Eso es un hallazgo interesante sin duda, memorable también. Eso me sucedió hace un buen número de años en una tarde inusual que fui a ver una película del género de comedia, filme que en su momento fue muy exitoso: Una noche en el Roxbury. En dicha producción los actores Will Ferrell y Chris Kattan forman una pareja de hermanos chiflados que se visten con unos ridículos trajes de colores brillantes y sedosos, con el fin de hacer acto de presencia en el antro donde dirimen todas sus vanas y frívolas cuitas existenciales: El Roxbury.
En una de las escenas más “memorables” de la película, ambos hermanos sacuden frenéticamente la cabeza de un lado a otro mientras escuchan a todo volumen un melodía estilo “Dance” que quiero creer era una que va más o menos así: ¿What is love? Baby don’t hurt me, don’t hurt me, no more… ¿Recuerdan ustedes esa pegajosa canción? Mientras ambos hermanos se sacuden con obvia exageración física -recordemos que es una comedia- el actor Will Ferrell rompe el vidrio lateral de la ventanilla del coche, dándole un duro golpe de su cabezota, pues cada vez se agitaba más con la música hasta que alcanza el vidrio y lo deshace. El típico sketch cómico americano donde se usa la torpeza física y la ingenuidad intelectual para arrancar risas seguras.
La escena, con todo y su banalidad, es sumamente hilarante pues resulta ser bastante sorpresiva. Pero si ustedes creen que eso es gracioso y si llegaron a ver la película, los felicito. Más, permítanme les hago esta insólita pregunta: ¿Qué pasaría si en lugar de los actores Chris Kattan y Will Ferrell en la escena estuvieran los archimillonarios de Microsoft, Bill Gates y Steve Balmer? ¿Suena inapropiado? ¿Simplemente suena demasiado improbable? ¿Alucinante acaso? ¿Piensan que lo digo porque tengo un resentimiento contra Microsoft? Pero, ¿Si eso les llegara a suceder, ver esa escena, se morirían ustedes de la risa? Pues sí, creo que mínimo se orinaban, ya que -lo admito- a mí me dolió la mandíbula y el estómago de reírme tanto; esa escena sucedió realmente.
Resulta que la compañía en la que entonces yo trabajaba como operario, allá por el año 2000, [Dell Computer Corporation] celebraba un aniversario más. Prácticamente todos los empleados y su fundador, Michael Dell -otro archimillonario- nos dimos cita en reunión masiva en uno de los grandes centros de convenciones de la ciudad. El lugar estaba a reventar, había varios miles de personas. Bill Gates ofreció una conferencia durante la celebración y me pareció en extremo interesante. Pero antes de su participación ocurrió algo. Muchos ya nos hallábamos expectantes por la idea de disfrutar la experiencia única de escuchar hablar a un tipo tan famoso en el mundo empresarial. Sin embargo, -tomándonos por sorpresa- en vez de abrir con Bill Gates hablando en persona, nos pusieron en una pantalla gigante la famosa escena de la película de la cual les he estado hablando, Una noche en el Roxbury, pero con el mismísimo Bill Gates parodiando a Chris Kattan y el señorón Steve Balmer haciendo lo suyo al romper el vidrio con su cabezota imitando las gracias de Will Ferrell.
El montaje llevaba incluido a estos dos atípicos millonarios vistiendo los trajes de colores chillantes y la música pegajosa de What is love? Baby don’t hurt me, don’t hurt me, no more… ¿Increíble, no? El día que Hollywood fue parodiado personalmente por Microsoft, yo estuve de colado atestiguando el cómico hecho.
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