Crónicas de un saltillense agringado
Héctor A. Calles.
Para poder ir al que fuera mi primer empleo acá en Austin, TX, tuve que comprarme una bicicleta barata en un Walmart. Afortunadamente me tocó conseguir trabajo apenas a dos millas de donde vivía. Al poco tiempo de trabajar ahí, una buena compañera de trabajo se imaginó que yo estaba sufriendo por la falta de coche, la razón fue que yo era la única persona en esa empresa que llegaba en bicicleta a trabajar. Así que ella, de buen corazón, se ofreció a venderme en pagos su mini coche. Era el modelo Omni de la Chrysler. El trato fue benéfico pues me lo vendió en pagos y sin enganche. Era un cochecito parecido al Golf de la VW, pero mucho más anguloso y cuadrado.
Tener coche me abrió una nueva posibilidad; la de irme a los grandes parques públicos a pasear en la bicicleta. Para lograrlo primero tuve que comprar un rack el cual montaba en la parte trasera al coche y en el aseguraba con varios cinchos mi bicicleta. A partir de ese momento y ya como rutina establecida, cada día al salir de mi trabajo montaba la bicicleta en el coche y me iba siguiendo la famosa calle Lamar al sur que va y desemboca justo en el centro de la ciudad. En ese lugar está una de las mayores áreas naturales protegidas de la ciudad de Austin, se llama Zilker Park.
Como a mí me gustaba mimetizarme a fondo, fundir mi apariencia con el entorno, me vestía lo mejor que podía, según yo como gringo; con unos shorts deportivos color negro con bolsas a los lados, playeras blancas y holgadas, casco aerodinámico, guantes deportivos negros, lentes oscuros y mi antiquísimo walkman con unas cuantas cintas ya hoy desaparecidas llamadas cassetes. Recorrer en bicicleta este parque era un placer extático. Me sentía intrínsecamente feliz. El dar una sola vuelta a la pista me tomaba alrededor de una hora y media o más, pero el esfuerzo se recompensaba cada minuto por lo bello de sus lugares y lo interesante de su variada gente. Cruzar cada tarde las orillas del río, conocido más como Town Lake, pasar por las arboledas, debajo de los puentes, por las veredas donde los caminantes hacían ejercicio, ver a las familias entretenidas jugando a las orillas del agua, los patinadores en el puente, las barcas y los kayaks que se perdían de vista en la lejanía, era la mejor experiencia de todas. Incluso mucho mejor que la diversión nocturna de la ciudad.
Gracias a experiencias como aquella el proceso de adaptación a la vida en Estados Unidos se dio muy rápido y más fácil. Otro factor que contribuyó fue que ya venía educado en la música pues desde niño escuchaba rock en inglés. La influencia del medio ambiente donde me desarrollé me llevó a ver la cultura americana como algo deseable así que cada experiencia nueva sólo afianzaba más mi necesidad de estar aquí. La novedosa oportunidad de la bicicleta, especialmente por el entorno tan agradable, me aportó una de las primeras sensaciones reales de verdadera pertenencia.
Con el tiempo y debido a mi cambio de actividades y de empleo dejé de ir a pasear en bicicleta por completo; la bicicleta original, la que empezó todo, acabó siendo arrastrada por la corriente crecida de un río en un pequeño accidente que sufrí y jamás la recuperé. Compré otra bicicleta más, una más moderna y más cara, pero acabó con un rin feamente doblado que jamás reparé y así fue a dar a manos de otra persona. De pronto y sin darme cuenta, al correr de los meses y años, el aroma de la novedad y el sentimiento de la sorpresa y del hallazgo iniciado en esa etapa se empezó a desvanecer. Ya no más bicicleta. Mi antiguo ser se solidificó y adoptó la rutina de la vida de trabajo y obligaciones de manera más natural. El tener mi propio negocio y el hecho de vivir hoy en día todavía más lejos de Zilker Park, pusieron una barrera simple pero infranqueable entre el hoy y el ayer.
Por el brutal crecimiento económico, la ciudad de Austin se convirtió en una de las urbes con más migrantes internos en el país. Hoy en día uno la piensa mucho antes de meterse a la autopista para ir tan lejos. A veces se tarda uno más en llegar a algún lado por el tráfico que lo que acaba durando en su destino. La nueva conciencia de las dificultades mundanas como esa, el simple tráfico, me obligan a querer hallar sustitutos locales a todo. Hoy siento que mis inicios o más bien mi pasado en Austin ya quedó bien enterrado por la enorme marea de gente, acontecimientos, cambios y tremendo crecimiento que se experimenta en estos lugares de Texas. Ya sólo me va quedando lugar para escribir un poco de ello y quizá dedicarle una sonrisa a lo luminoso que ese tiempo llegó a ser. Hoy sólo me queda decirle hola al gimnasio de mi barrio y adiós a mi querida bicicleta. |