El credo judeocristiano ¿en crisis?
(Parte 2)
Por Adolfo Olmedo Muñoz.
El arte, cómplice o rehén
Desde los movimientos intelectuales, herméticos en su mayoría, de la cultura egipcia, hurtados por desleales capataces, hasta los que se desarrollaron luego ya en los siglos VI y V antes de esta era, y que llevaron a cabo los egeos, también saqueados por inescrupulosos traficantes que no tuvieron empacho en arrogarse teorías a las que su “intelecto” jamás llegaría, hasta la formulación del cristianismo como corriente pseudo filosófica pero principalmente, religiosa, la maquinación sincrética de epígonos (más que profetas) fue acuñando nuevas fórmulas de paliativos espirituales, para lo cual se creó una nueva mitología que hasta nuestros días se le da crédito.
Sería muy prolijo en este momento el tratar de vaciar, en un artículo, el desarrollo de las religiones, desde las primeras manifestaciones de alabanza a la naturaleza, cuya definición para el arte es, la era de lo sublime, de lo simbólico, a partir de las cuevas y su arte rupestre, que es de donde se origina todo sentido mítico religioso.
Lo sobreseo en gran medida, aunque, vale la pena recordar, por lo menos someramente, que hubo tradiciones pagano-religiosas que hicieron de los egeos, y los griegos en particular, tan prolíficos en la filosofía y las artes; fundamentalmente en una mitología involucrada en todos los campos del quehacer humano como epígonos de la magnificencia de la naturaleza y la propia fuerza del hombre en conjunción con esa agreste naturaleza, para tratar de dominarla.
Ese sentido religioso lo podemos atisbar a través de las páginas de “El Genio Griego de la Religión”, libro coeditado por Louis Garnet, cuando profesor de la Universidad de Argel, y André Boulanger, a la sazón profesor de la Universidad de Estrasburgo, y de cuyo texto del prólogo firmado por Henri Berr, extraigo unos párrafos:
“El estudio que ha hecho Boulanger de la acción, a la sazón tan señalada, del sincretismo (religioso). La unidad política, el cosmopolitismo, favorecía esta tendencia que -lo hemos visto ya- es inmanente a la vida religiosa (la tendencia a asociar y mezclar figuras divinas, concepciones prácticas religiosas, se observan en todos los tiempos y en todos los pueblos). La influencia oriental, cuyas filtraciones nunca experimentaron desmayo, ha acabado por inundar a Grecia. Los cultos Egipcios –sobre todo el de la pareja Serapis-Isis, los cultos Sirios y Babilonios, Adonis, Astarté, la divinidad visible de los astros, los cultos de Asia Menor, La gran madre frigia, Attis, Sabazios-, los cultos iranios, el monoteísmo hebreo, han proporcionado importantes elementos a un sincretismo general que habían configurado notablemente Asia Menor y en Siria, -encrucijada de Oriente-, sincretismos particulares. Pero Boulanger nos muestra que el trabajo de sincresis presenta diversos grados. Las divinidades “se asocian”; después, los dioses asociados “se identifican y confunden”. Ahora bien, este “confusionismo” dificulta la absorción. El sincretismo unificador –absorción o “condenación”, de unas divinidades a otras-, que conduce al monoteísmo y al universalismo, y que, de origen oriental, parece haber sido favorecido por la teología órfica, se remata en la especulación de la élite helenística.
Para responder a las necesidades nuevas del individuo, liberado de la presión de la ciudad, la filosofía se esfuerza por enlazar la vida moral con la vida intelectual y por determinar un ideal de sabiduría. Pero, en tanto que en ciertas escuelas –el cinismo, epicureísmo, el escepticismo- reaccionaban más o menos violentamente contra la religión tradicional, el estoicismo acomodaba su panteísmo a la tradición politeísta y contribuía a la fusión de las nociones de ‘la universalidad divina de la providencia’.
El estoicismo ha estado en la base de la doctrina ecléctica, mezclada de pitagorismo y de platonismo, que desde los círculos cultivados, ha sido difundida entre la muchedumbre, por predicadores populares, que daba o pretendía dar el equivalente de una fe y que contribuía, constantemente a la formación de un nuevo espíritu religioso, ávido de consuelo y de esperanza. Nosotros sorprendemos ahora, luego de aquel punto de vista del helenismo. Lo mismo que más tarde se nos revelará desde el punto de vista del judaísmo y del cristianismo: un trabajo de unificación lógica.
“La religión no ha nacido de sopetón en un punto determinado del devenir histórico”. (Ni es propiedad de ninguna “familia”).
Las transformaciones alcanzadas por esa configuración teológica, pretendida por grupos hegemónicos, ya en el siglo tercero de nuestra era, dio lugar a la “nueva religión” que parasitaba las cúpulas del poder en diferentes regiones del mundo conocido hasta entonces, en todo el Mediterráneo y hasta el oriente medio. El perfil psicológico de ese grupo se basaba en el miedo, infundido con patrañas de “castigo divino”. Un temor bien conocido por ellos pues durante muchos años tuvieron que estar huyendo constantemente, pues a pesar de una supuesta reciedumbre como hombres del desierto, su tozudez, voracidad y cobardía, los hizo presa en algunas ocasiones, de organizaciones socialmente más avanzadas. El caso inobjetable de Egipto, de donde tomaron las principales bases de su organización hermética, así como de los Persas y en general de los babilonios, quienes entre otras enseñanzas, les mostraron los caminos del disfrute de los sentidos; satisfactores que se compraban (y siguen adquiriendo) con el dinero habido por los artificiosos engaños del mercadeo.
De ellos (los Persas) tomaron también sus peores mañas para convertirlas en “virtudes”. Se puede decir que de ahí tomaron el carácter fundamental de su personalidad actual, excepto el arraigo territorial; pues ellos sostienen un desarraigo desde entonces, que justifican la más de las veces, con un principio de derecho romano, el “ius sangui” (el derecho de la consanguinidad) que les da una perspectiva supraterritorial, que les ayuda en la actualidad en sus pretensiones totalizadoras del control del mundo a través de la economía. Ello a pesar de la muy dudosa pureza de sangre a que arguyen.
Aunque si nos ubicamos en el tiempo, tendríamos que aceptar que su miedo no era gratuito (no sé si justificable desde una perspectiva sociológica), pues en la antigüedad los pueblos eran verdaderamente hegemoniítas, como toda sociedad primitiva que está propensa a dominar a tribus de extraños para convertirlos en esclavos, y había que sobrevivir a cualquier costo. Cuando un pueblo sometía a otro era para explotarlo o borrarlo del mapa.
Algunas -pocas- veces eran asimilados, que no deja de ser otra forma de exterminio.
Tema que a la rama judía del sionismo, le daba pavor y por lo que se hicieron esquivos como roedores, de un hoyo a otro. Nunca fueron una gran civilización, ni les importaba serlo, era –para ellos- más rentable dominar “la mente” que “el cuerpo”, y al igual que ellos en sus prácticas endógamas, que rehuían mostrar una cara definida, “reconocible”, que los pusiera en peligro, se inventaron desde entonces, apellidos con los cuales mimetizarse entre los gentiles, tuvieron así mismo que sincretizar las ideas de otras culturas para crear un “dios”, informe primero, incluso impronunciable originalmente antes que Yahvé, y toda la sarta de patrañas que inventaron luego para adjudicarse un “origen divino”.
A pesar de sus maquinaciones, no lograban, ni logran aun, quitarse su verdadera imagen de: rebeldes, traicioneros, depredadores, mezquinos, ladinos usureros y sustancialmente libertinos, por lo que tuvieron que fraguar la gran mutación, la cual lograron socavando al Imperio Romano, hasta crear una anarquía que solo fue controlada por la debilidad en el hastío de Constantino I El Grande, en complicidad no solo de la terquedad de su esposa dogmatizada, sino de intereses de gentiles que vieron, a más del peligro de la anarquía, la posibilidad de sacar provecho en la refundación de un nuevo Imperio, territorial y cultural y que desde la perspectiva del arte conoceremos como “Bizantino”.
Cambios de usos y costumbres que no se hubieran logrado de no ser por el galopante hurto que los mismos romanos habían emprendido de la cultura griega. El sincretismo de las ideas sociales, políticas, culturales, mitológicas (toda una iconografía igual, excepto los nombres) y filosofías, hasta donde alcanzaron a comprender los romanos, pues ese, el pensamiento filosófico especulativo, origen de las ciencias, no era su fuerte. El gran aporte a la humanidad por parte de la cultura romana, ha sido en el campo de las relaciones humanas por vía del derecho.
El judaísmo dio entonces su golpe definitivo pues su mimetismo oportunista mudó y lo denominaron “cristianismo” donde subliminalmente incluyeron todas las formas de sometimiento intelectual y espiritual, por la que habrían de emprender el dominio de los gentiles del mundo.
El siguiente golpe definitivo que generó una nueva mutación, de la cual surgió un nuevo apodo, que genéricamente se le conoce como “La Reforma Religiosa” de la que surgió el “protestantismo” –y sectas en las que se subfracciona-. Movimiento –la Reforma- cuya paternidad se le atribuye a un clérigo renegado católico alemán, Martín Lutero, pero que en realidad tuvo su génesis en pensadores “liberales”, contrarios a la institución papal de Roma que “dispendiaba obscenamente” ya para entonces, riqueza y decoro, restringiendo dividendos para la raza judía a la que se le señalaba cada vez con más insistencia, como la asesina de Jesús “el Cristo”.
Ese sustrato de oposición al poder de Roma, incluía nombres de pensadores, algunos de ellos ingleses, que eran más economistas que místicos o religiosos, como Guillermo de Occam y Juan Wiclef, quien tradujo la biblia al inglés, además de holandeses (a quienes por cierto, se les considera como los más grandes traficantes, en toda la historia, de esclavos negros africanos hacia el continente americano), como Desiderio Erasmo de Rotterdam.
Y es que las ganancias en el primer período del conocido como “oscurantismo medieval”, fueron pírricas por error táctico de los propios sionistas, pues sus cofradías fueron menos influyentes que las hibridas de gentiles y judíos, que se había apoderado de la cátedra pancrática, localizada en una sede que creyeron les sería fiel eternamente -Roma- luego de que el Emperador Constantino los había “avalado”. Y sede también del medio de comunicación más eficiente hasta entonces, para la “propagación de la fe”, el arte que siempre estuvo atado al poder, espiritual y material.
Los réditos eran pocos aún, se perdían entre los gentiles, cuyo poder pululaba en Roma, la sede papal y en varios monasterios que ya para entonces se habían dispersado en Inglaterra, Francia y España, principalmente. Las revueltas reformistas se manifestaron en varias corrientes, no solo dentro del Colegio Cardenalicio que en medio de pugnas, lograron algunos con el apoyo de la corona francesa, sacar el asiento del poder papal en Roma y llevarlo a Avignon, Francia, el año 1309.
Sede que retornó al Vaticano en 1378, luego de hábiles gestiones que incluyeron la compra, en 1348, de la localidad galesa, y que llevó a cabo el Papa Clemente VI. La ciudad de Provenza quedó en jurisdicción del más alto poder eclesiástico y se pudo, “legalmente” volver la sede papal a Roma. Casi 450 años después, El vaticano devolvió “magnánimamente” los terrenos a la soberanía de Francia.
Se podía entonces afirmar que dinero y poder eran, para los infieles gentiles, base de los pleitos de los reformistas, carcomiendo el poder católico desde el Siglo XIV hasta la oficialización de la reforma luterana en el XVI. Ellos habrían de manejar un nuevo “producto”, el instrumento dogmatizante más vendido en la historia de la humanidad: La Biblia, historia mitológica más intrincada y oscura que la Odisea, pero es el libro más vendido y distribuido en el mundo, por lo cual los reformadores e ingenuos católicos, obtienen grandes ganancias, aunque la “patente” de la “raíz” de la historia, le sigue perteneciendo al sionismo; ya ni siquiera a los judíos, estacionados desde mediados del siglo pasado (XX), en el Medio Oriente, donde pelean muy desventajosamente por usurpar, prepotente e inequitativamente un pedazo de tierra despojada a jordanos y palestinos.
La patente y el reparto discriminado de franquicias para el uso; disfrute e incluso abuso (“ius abutendi”) de las regalías de la figura del Cristo y sus derivados, la tienen las cofradías, que aun las hay y muchas; algunas de ellas secretas y muchas otras “discretamente” ocultas en los mercados: del arte, del dinero, de la guerra, de la medicina y de los medios de comunicación, entre otros.
El botín es mayúsculo, los arrendadores, unos cuantos sátrapas; Los usufructuarios (¡¿!) arrendadores son: La ignorancia, el hambre, la injusticia, y desde luego quienes solapan e incluso propician dichas condiciones.
(Continuará).
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