El fracaso de la Economía de Mercado.
Jesús Salas Jáuregui.
Se oye a menudo decir a los entusiastas bien acomodados que el socialismo real fracasó con la caída del muro de Berlín. Aparte de que eso fue una peripecia y sigue vivo en países preocupados por la igualdad, con la friolera de 1.500 millones de chinos, la economía de mercado es en sí misma un fracaso, sostenido sólo con un permanente lavado de cerebro en distintas direcciones. Falta conciencia de que la vida regalada de quienes la disfrutan es posible gracias a las estrecheces, unas veces, y la miseria, otras, de millones y millones de seres humanos cercanos… o lejanos. Falta conciencia de que justo el desequilibrio y la desigualdad atroces entre individuos, entre clases sociales y entre sociedades enteras es el caldo de cultivo o el soporte del “éxito” de la democracia burguesa de mercado.
El mundo -el mundo que no son las élites políticas, económicas y financieras, sus dueños materiales- está pidiendo a gritos en todos los países soluciones que se aparten del “mercado” ya agotado; es decir, soluciones socialistas, cooperativistas, colectivistas, comunistas, estatalistas. Justamente lo contrario de lo que el dominio de los neoliberales impone a sangre y fuego al orbe. El mundo integrado por grandes masas de población medidas en miles de millones, repudia ya esa economía. Una política y un pensamiento únicos amparan el choque de las fuerzas económicas, destruyendo de paso el planeta al compás de la pugna sorda orquestada por un plantel de economistas que no hacen otra cosa que certificar progresivamente la defunción del mercado mentirosamente libre, como la fórmula menos mala de organización social posible.
Los economistas son modernos augures que se equivocan a troche y moche haciendo de la exhibición de sus recetas un juguete infantil o un juego de azar que aburre. Si no fuese así, si tales “expertos” no analizasen humo, callarían ante la fuerza, una y otra vez, de los hechos consumados de un mercado incontrolable; de un campo que no admite ni puertas ni leyes aunque todos simulen lo contrario. No merecen respeto. Los economistas sólo aciertan a posteriori. Mientras, se dedican a ejercicios de especulación carente de interés. No se esfuercen: la economía de mercado está superada y ellos sobran. Pues, aunque a veces parece que remonta tras sucesivas recesiones, la magia no dura. Pues no basta, como dice Shakespeare, levantar al caído: luego hay que sostenerle en pie. Y sostener por mucho más tiempo esa concepción económica, política y social en tiempos de la generalizada lucidez popular y tan sombrías expectativas acerca de los recursos de la tierra, es inaguantable. Otra cosa es que los que manejan y sacan provecho del mercado lo mantengan a punta de pistola. Su contumacia es infinita. Tanto que son capaces, para defenderlo, dar lugar a que el mundo estalle, bien por una guerra total (la salida hasta ahora de las crisis extremas) bien por la revolución mundial de todos los desfavorecidos del mundo. Pero admitan de una vez que habría que intentar otra fórmula…
Lo que ya está fuera de duda, al menos en tanta mente despejada no contaminada por el academicismo, es que abandonar la economía a las tensiones y veleidades del mercado controlado por mafias y lobbys mundiales es el modo seguro de acabar con la civilización…
En la economía socialista, cooperativista, colectivista, estatalista está la solución. Lo único que queda por despejar es cómo combinar el modelo, con la libertad individual dependiente en todo caso de la Naturaleza y de la fatalidad. Sin embargo, esto no debiera ser muy complicado, pues en las democracias burguesas donde tanto culto se rinde a la libertad, los que viven en la miseria, los que viven desesperados y los que se quitan la vida o se la quitan a los demás, es decir los desgraciados, saben bien que esa libertad no sirve para nada. Pregúntese sí no a esos tres millones de españoles, mujeres y hombres, sin empleo y sin subsidio hasta qué punto tienen interés en celebrarla.
La aritmética es bien ilustrativa a estos efectos, y debería sacarnos del error de que éste es el mejor de los sistemas posibles. Porque aparte de esos 3 millones sin socorro en ese país y otros millones que malviven a expensas de la filantropía, aparte de, por ejemplo, 50 mil niños malnutridos en el sureste de México y muchos más en el umbral de la pobreza, el siguiente dato es estremecedor: los 300 más ricos del mundo poseen riqueza superior a la que suman 3.000 millones de personas, la mitad de la población del planeta. En definitiva, 300 seres humanos que, con la complicidad de unos miles de políticos, economistas y otros figurones, y la colaboración de ejércitos y policías, deciden el destino de la humanidad y del planeta y nos impiden pensar con claridad y, sobre todo, decidir sobre un modo superior de organizar la sociedad.
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