De la oveja al suéter
Fidencio Treviño Maldonado.
Constantemente mi abuelita Jovita repetía este dicho cuando alguien se tardaba mucho en alguna faena, mandado o trabajo. (Te tardas más que hacer un suéter con la lana de la borrega). La oveja es trasquilada, es decir se retira la lana, una vez separada la lana ésta se lava muy bien, se tiende a secar en alguna lona o piso limpio y se varea, después se carda, se acomoda y en el molino de rueda se hilvana o elabora el hilo, ya elaborado el ovillo se procede a tejer el suéter...
Este proceso casi siempre por mujeres se llevaba a cabo en cientos de rancherías y comunidades del norte y desde la trasquila de la borrega hasta terminado el suéter duraba entre dos o tres meses. (Esto en los años 1910-1930). Nuestra mascota, o sea la burocracia, representada por una tortuga gubernamental o política, está peor que el proceso que cito líneas arriba. La clase política todo lo difiere, lo soslaya, lo pone en el sartén del caos y deja que la receta doméstica se cocine a fuego lento.
En el país no hay reformas, son lamentaciones, desesperanza e infertilidad, el país a esta altura ya no está para conejillo de indias, ya es mayor y no estamos para engaños del sueño mexicano, el cuento de las vacas gordas que está por venir con ésta y aquella reforma, sólo basta recordar que desde hace años, muchos años, se entregó la tierra a los campesinos y su fracaso fue inminente y tangible, y luego otro mito instantáneo y salvador, el más próximo fue el Tratado de Libre Comercio, que sólo vehículos chatarra y monopolios comerciales nos han alcanzado en los casi 25 años que lleva este acuerdo.
Se sigue machacando el discurso añejo, el circunloquio coreado por los lobos y cantado por los ruiseñores y jilgueros del sistema, mientras los habitantes de éste aun rico país se debate entre la melancolía y el terror de ver como se difuman los sueños de los héroes, como dice Octavio Paz: “Escupimos sobre sus tumbas”, y si los políticos no tienen memoria, los pobres estamos perdiendo los recuerdos, el gusto de ser mexicanos, de pertenecer a la raza de bronce y ser como dice el mejor poeta nacional, José Alfredo Jiménez: “Descendiente de Cuauhtémoc, mexicano por fortuna”, en un romancero que también se está difumando en el caos y la anarquía que nos impone la clase política.
La justicia está muy lejos de ser expedita, los millones de casos, secuestros, asesinatos, desapariciones, robos, extorsiones, fraudes, etc. no se resuelven y nadie se atreve a tocar a la Casta Divina, la indolencia como costumbre en nuestras autoridades, ahora se dedican a gastar el dinero en conferencistas de cómo hacer esto, aquello, lo otro, en caso de ser víctima, cómo evitar todo tipo de delincuencia, etc. Sin embargo ellos, los bien pagados funcionarios no se preocupan por la seguridad que para eso están los coches blindados a su servicio, cientos de caras duras que al fin de cuentas el pueblo paga, la justicia puede esperar, el brazo de la ley está con artritis, y la maquinaria de justicia oxidada.
Rulfo vive entre nosotros con su Cómala y Pedro Paramo, un Pedro despiadado que se cruza de brazos y deja que las ruinas y el yermo reine con todo el esplendor oscuro de la miseria en este México diferido, desbastado, en el que hasta las tradiciones más arraigadas como fue la valentía y el orgullo de sus moradores se está perdiendo, ésto en una propuesta política de derrumbes, desolaciones, destrucciones y sobre todo de memorias contaminadas por el poder y la riqueza, en el imperio de la fortuna que da la Casta Divina que gobierna el país, matando viejas tradiciones, imponiéndonos nuevas costumbres establecidas por la vida moderna, en donde la sociedad seguirá el estilo de productos y servicios “y nos guste o no”, será la nueva o actual generación de dirigentes quienes la marquen.
Mientras tanto en el país nuestros políticos aun no crían la oveja que va a producir la lana, lana con la que nuestros descendientes, si acaso les alcanza, podrán un día tejer un suéter…
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