Celibato decisión voluntaria, imposición, tradición, gracia añadida…
Ángel Zavala Jr.
Allá por la década de los sesenta del siglo pasado, a una edad en que todo te parece atractivo, novedoso; a los 14 años, y educado bajo los principios de la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana, y después de recibir el sacramento de la primera comunión, seguí en contacto con los alumnos del Seminario Mayor de Monterrey, que en vacaciones ocupaban la casa de ejercicios ubicada en lo que hoy en día se conoce como colonia Lamadrid, en Saltillo.
Aquellos muchachos, en su mayoría adolescentes que cursaban desde secundaria y preparatoria hasta la carrera sacerdotal en la Institución que menciono en el párrafo anterior, animaban a mis amigos y compañeros a integrarse al Seminario, estudiar la secundaria y prepa, y tal vez, si el llamado de la Iglesia era escuchado, seguir con los estudios necesarios para ordenarse como sacerdote.
A este escribidor le atrajo la idea, de tal manera, que ya me soñaba -ya me veía- vestido con los ornamentos eclesiásticos, con una mirada beatífica, rodeado de monaguillos atentos a los ritos característicos de la misa y oficiando con amor a Dios, en una entrega definitiva al ministerio.
Mis padres compartieron mi sueño, pues realmente tener un sacerdote en la familia era todo un privilegio. La gente hablaría bien de ellos y su admiración por aquel que se “ordenaría sacerdote” sería un orgullo para el barrio de origen.
Mis compañeritos del grupo religioso al que pertenecí, me animaban, tanto como a otros chicos que también eran invitados al Seminario. Dos de ellos hicieron un curso previo. A los 6 meses, con esa mirada beatífica que dije antes, regresaron al barrio y retomaron sus vidas. La vocación no se presentó. Hoy, uno es excelente albañil y el otro se dedicó al deporte de los costalazos, la lucha libre. Ambos son padres prolíficos.
Un abrupto despertar truncó mis sueños… había que pagar una colegiatura, que era alta, no obstante una Beca del 50% que nos sería otorgada, y que se conservaría con la condición de continuar en la Institución. “No, definitivamente no podemos cubrir ese dinero”, me dijeron mis padres, y lo mismo hicieron los padres de los otros muchachos.
La esfera, mi esfera, ¡pop!, estalló y con ella se fueron mis visiones futuras.
Por otra parte, los muchachos envidiosos que estaban enterados de la invitación de los seminaristas dieron rienda suelta a sus burlas. “Éjele, quería ser Padre”, “éjele, quería ser Padre”… y otros, con los pies en la tierra, nos decían: “Vas a ser padre, pero de familia”.
Fue en ese momento cuando recordé las charlas con el “Padre Felipón”, un seminarista de gran estatura llamado Felipe, que cursaba el último año de teología, próximo a ordenarse. “¿Quieres ser sacerdote? ¿segurolas?”. “Recuerda que hay votos que puede no gustarte hacer, como por ejemplo, no te puedes casar, debes hacer por lo mismo, voto de castidad, o lo que se conoce como celibato sacerdotal”.
Me rebotó en la mente aquello de “no te puedes casar”…”celibato sacerdotal”…¿cómo que no me puedo casar?... y luego, la chava que me gusta, ¿qué? ¿Qué es eso de celibato? Después de consultar el significado, ya no me gustó querer ser sacerdote. No. Definitivamente ser sacerdote no es lo mío. Creo que puedo ser católico, servir a Dios desde otro ángulo de la vida. No dije precisamente esas palabras, pero sí su equivalente.
Después de reflexionar aquello, intenté saber muchas otras cosas del sacerdocio, para tener plena conciencia de que la decisión que tomé era la correcta.
Hasta la fecha, creo que así es. Soy felizmente casado, tengo hijos y sirvo a Dios desde esa trinchera. Más aún en estos tiempos en que muchos sacerdotes se ven envueltos en tantos problemas: corrupción, doble moral, pederastia,
DEROGACION DEL CELIBATO
En un programa de televisión, se entrevistaba a un sacerdote que opinaba acerca de temas relacionados con los jóvenes, y una de sus declaraciones fue: “ustedes saben que lo prohibido es lo más rico”… el conductor del programa le lanzó el siguiente cuestionamiento: “Usted ha dicho que lo prohibido es lo más rico…¿le puedo preguntar algo?. “Lo que usted desee”, contestó el sacerdote. “¿Y qué me dice del celibato?”.
Sin dudarlo ni un instante, contestó: “El celibato es un voto voluntario; quien decide ser sacerdote sabe que el celibato sacerdotal es inherente a la carrera eclesiástica. Yo hice votos de castidad y obediencia, porque el deseo de ser sacerdote fue desde siempre mi objetivo, mi meta de vida”.
El conductor felicitó al joven sacerdote, agradeció sus respuestas, y pasó a otro tema.
El celibato sacerdotal obligatorio, al parecer fue instituido en el año 390 D.C. por lo que ya representa una larga tradición en la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Sin embargo, en opinión de mucha gente, la Iglesia vive un mundo distinto a sus principios y debe adaptarse a los nuevos tiempos.
La Iglesia Católica necesita de urgencia una apertura, una adecuación a los tiempos actuales en los que lamentablemente pierde adeptos y carece de vocaciones sacerdotales.
El Papa Francisco debe estar atento a esta situación para que no se le salga de las manos si es que su pontificado tiene como objetivo la renovación del catolicismo.
Charlando con “hermanos cristianos” que no pertenecen a la iglesia católica, entre los cuales puedo contar metodistas, mormones y evangélicos, opinan que los “hombres que sirven a Dios deben estar casados, tener familia; hijos, y realizar digna y religiosamente su ministerio”. Más aún: “el hecho de que los sacerdotes tengan mujer, disminuye la probabilidad de abuso sexual a menores o pederastia, lo que últimamente ha creado un cisma dentro de la Iglesia, por los constantes casos denunciados ante Juan Pablo II, Benedicto XVI y al mismo pontífice actual, Francisco”.
San Pablo, en la primera epístola a Timoteo, expresa la conducta que un hombre debe tener ante la pretensión de ser obispo.”Conviene que sea irreprensible, marido de una mujer, vigilante, sobrio, honrado, acogedor, no pendenciero ni avaro” (Tim 3:1) y agrega: “Que gobierne bien su propia casa, tenga a sus hijos en obediencia, con toda modestia…Porque si alguien no puede gobernar una familia, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia?” (Tim 3:4 - 5).
Abunda San Pablo, en que los “sacerdotes y los obispos deberían estar casados y tener hijos; la única prohibición es el adulterio”, “deben ser maridos de una sola mujer”.
Un gran desafío para el Papa Francisco si es que continúa con las reformas a la Iglesia Católica. El posible cambio en un tema tan delicado como la derogación del celibato requiere de las buenas intenciones del Pontífice y una actitud madura, positiva, del resto de los pastores eclesiásticos para que la decisión que se llegue a tomar en un futuro, sirva para unir a la Iglesia, y no para dividirla.
El tema requiere de la opinión de los fieles católicos, de los cardenales, obispos y de los mismos sacerdotes…Vivimos tiempos que se caracterizan por cambios radicales en las estructuras sociales y políticas. La Iglesia necesita participar de esos movimientos, no quedarse estancada en lo que como tradición católica se conserva “como una gracia añadida que la Iglesia reconoce como ideal para el desempeño del ministerio”.
Para concluir, si las voces interesadas en abolir el celibato, y las autoridades eclesiásticas deciden actuar conforme a nuestros tiempos, es posible derogar esta “gracia añadida”, pero esto es también, SI ASI LO QUIEREN. (Y querer es poder).
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