El país vive hoy su más macabra mojiganga
El Estado Mexicano debe hoy pedir, con sincera humildad, apoyo a la sociedad civil,
pues sus enemigos rondan aun las habitaciones del poder constituido. Urge una limpia. |
Adolfo Olmedo Muñoz.
Cuántas revoluciones en la historia del hombre no se han iniciado al grito de “Muera el mal gobierno”? ¿Cuántos pueblos no han sembrado con su sangre sus campos hasta hallar la libertad?, pero ¿Cuántos han logrado sostenerla indefinidamente?, ¿Cuántos pueblos no han tenido que pasar a la guillotina a sus exdirigentes, por ineptos, por corruptos, por parasitar el sistema que otros con su vida fundaron? Muchos, México no es la excepción. Pero no por ello, habremos de quedar con los brazos cruzados hasta ver como poco a poco se va muriendo la Nación de más historia en el continente americano.
Muchos hemos opinado que el reto más serio al que enfrenta y enfrentara durante todo su sexenio, el Presidente Peña nieto, es el de la seguridad, lo cual implicará no una respuesta despótica del abuso del poder o la creación de un clima de guerra de guerrillas, por más que lo sea, y que se dio de manera grotesca y por demás irracional en el sexenio anterior. El verdadero reto es y será, el llegar a las entrañas mismas del fenómeno social que padece nuestro país. Al origen de una patología que amenaza con destruir lo poco que nos ha dejado la globalización capitalista.
No ha faltado quien, y yo me uno a ellos, opine que buena parte de la culpa de las condiciones en las que se halla la Nación, es el propio pueblo, una sociedad civil castrada, inútil, amordazada, estulta, amnésica, y lo peor de todo, cobarde. Poco a poco, los procesos de universalización de la cultura bajo la égida del imperio moderno, ha despersonalizado al mexicano quien no sólo ha olvidado sus tradiciones, sino que se avergüenza hoy, de calzar el huarache de nuestros antepasados. Es claro que me estoy refiriendo a una metáfora, pues no se quiere ir de nuevo al pasado.
Por el contrario, reconocer que el pasado nos brindó bases de gran orgullo y nobleza, que hoy, estamos todos traicionando. Los hechos que han venido ocurriendo en Guerrero, en Chiapas, en Oaxaca, en Tamaulipas, en el Estado de México, y en puntos específicos de todo el territorio nacional, escandalizan a todos (o al menos se dice todo mundo “sorprendido”) pero si tuviéramos un poco de noción de lo que es la estadística, de lo que es la historia, y de lo que es el estudio serio de la sociología, y tuviéramos una idea siquiera remota de la aplicación de la ética en nuestros procesos políticos, nos daríamos cuenta de que ha habido concupiscencia compartida, corrupta, cómplice, entre los políticos y los engendros del mal, estén donde estén, pues por más que se le vista de blanco (y azul) a la Iniciativa privada, o por más que se haya satanizado a las organizaciones sindicales, existe una realidad. EL PODER SE HA CORROMPIDO, la adminis- tración de la cosa pública se ha podrido, y es hora de hacer cambios profundos.
Pero ¿hasta dónde está dispuesto Enrique Peña Nieto a meter las manos en esta cloaca? ¿Hasta qué punto hay intereses compartidos entre el poder y las mafias: No son solamente los sedicentes “izquierdosos” los que podrían ser llamados a cuentas por sus nexos con el crimen y la violencia organizada.
Mucho menos en entidades que como Guerrero, hasta hace unos cuantos años, se logró sostener a un gobernador por tiempo completo (todo su mandato). ¿Cuántos gobernadores no fueron sacrificados en esa entidad, por intereses que en ese entonces no se les identificaba exclusivos de las mafias de las drogas. En Sinaloa, por ejemplo, ¿cuántas luchas no se libraron en el pasado, e incluso fue la primera entidad donde se aplicó un “Plan Nacional” antidrogas llamado entonces, “Operación Cóndor”, después del mandato del tristemente célebre “Polo”, Leopoldo Sánchez Celis.
Pero nunca como ahora, los ilícitos han sido llevados a la opinión pública de manera tan descarnada, tan sucia, tan cruel, y también, por qué no decirlo, de manera tan cínica. Las autoridades danzan de un lado a otros entre los medios de comunicación (fiel imagen de la esterilidad del sistema), prometiendo y prometiendo, y como dijera Yuri: ¡“Y nada”!
Pero he aquí el nudo de nuestro comentario; Es necesaria y urgente, la participación de la sociedad civil (no los organismos manipulados y manipuladores); las bases populares, para hacer los cambios que demanda la etapa social de nuestro país.
Se debe implantar la pena de muerte, obviamente para crímenes que lo ameriten, que hoy son muchos. No es posible atacar un cáncer con aspirinas. ¡Urge! Ponerle brida a ese matalote parasitario que eufemísticamente se le denomina hoy como la clase política. Auténticos parásitos necrófilos, que sin importarles la suerte del canal que se engullen, tragan y tragan sin hacer nada a cambio, en favor de una sociedad, tan estúpida que los llevó a esos privilegios.
Es un imperativo, el legislar para poner un coto a la ineficiencia, a la improvisación, a la estupidez a la supina ignorancia. Debemos acabar, nosotros los ciudadanos, con esa “parasitocracia”, de la que, a quererlo o no, también pertenece, hoy por hoy, el Presidente de la República, quien si no promueve esos cambios, implícitamente estará tomando partido por la corrupción que dice combatir.
No todos nos traga- tmos la píldora de que con el cambio de un gobernador, corrupto a todas vistas, se vaya a resolver de un plumazo el deterioro social de Guerrero. El gobernador “uterino” (es producto de un aborto de la sociedad) que pusieron en su lugar, no se ve que tenga “esos” ni sesos para liderar el cambio necesario.
Parte de la nueva forma de gobernar, es no tenerle miedo a los “qué dirá el estatus quo”. Si la Federación estima que hay que desaparecer los poderes en el estado de Guerrero, a fin de devol- verle su sano creci- miento; ¡Que lo haga!, no se pueden tener falsos escrúpulos pues de lo contrario, su tibieza e inactividad, serán registradas en la historia, como complicidades. “Tanto peca el que mata la vaca, como el que le agarra la pata” dice el propio pueblo. |