Los derechos indígenas
Salomón Atiyhe Estrada.
“Si arriesgo caer bajo Demóstenes
y Cicerón, no me vean con ojo crítico,
sino pasen de largo mis imperfecciones. Pues grandes corrientes fluyen de
pequeñas fuentes y altos robles
crecen de pequeñas bellotas.” |
De todos los discursos que abordó Enrique Peña Nieto en el foro internacional de la ONU en Nueva York el pasado 20 de septiembre, me llamó la atención el título: Los Derechos indígenas. ¡Vaya, qué patraña encierra el nombre! ¿Qué acaso, la Constitución Mexicana contempla mexicanos de primera, de segunda y de tercera? No. Definitivamente que NO. La Revolución Mexicana de 1910 se realizó para acabar con todas las injusticias de la clase dominante, de las oligarquías criollas, de los caciques y de todos los oportunistas que se aprovechan de la ignorancia de los pueblos indígenas para despojarlos de sus tierras, de sus riquezas, de sus derechos.
Se trata pues, de aclarar por medio de este escrito, que el tema resalta la maldita característica de la eterna impunidad con que en México se violentan los Derechos Humanos, y los indígenas mexicanos son eso, ante todo, son seres humanos, pero tratados como mexicanos de tercera categoría por un sistema que fomenta la discriminación, los castiga con el olvido y los condena a vivir en condiciones infrahumanas, rumiando su hambre en silencio por sobre las lomas y las serranías, donde no hay un Juárez que reviva la justicia y fusile a los traidores en el Cerro de la Campana.
Conforme me adentré en la consulta de este tema, encontré tanta injusticia, que debo declarar, señores lectores, que tengo la convicción de que los derechos humanos son una utopía en este país. A fin de cuentas, la dignidad humana siempre será una utopía a alcanzar.
De nada sirve que les traiga a la memoria los millones de indígenas mexicanos que murieron en las minas, en los labradíos, en los trabajos inhumanos a que los sometían los encomenderos en la colonia, dándoles peor trato que a las mismas bestias.
Tampoco haré alusión al niño zapoteca, al indito pastor que logró convertirse en Benemérito de las Américas, en un alarde de romanticismo para enajenarlos con el slogan de que en México todos podemos aspirar a ser Presidentes. Porque eso es una falacia, en México gobiernan las oligarquías por medio de sus títeres, de sus vasallos, de sus vendidos, Gobierna el capital extranjero.
Los pueblos indígenas tienen años condenados al olvido, los políticos como Calderón y los demás expresidentes y hoy Peña Nieto, el actual tatamandón que jura y clama por todos los indígenas del mundo, acuden a ellos sólo para tomarse la foto luciendo los vestidos folclóricos, comprando artesanías y saboreando su gastronomía, luego se retiran dejando promesas que nunca se cumplen.
Ochenta años de discurso presidencial no bastó para erradicar la tortura ni para resolver las desapariciones forzadas. La retórica no sustituye una política de Estado Efectiva, la cual no ha existido en ninguna administración. Todos los atentados contra indígenas están impunes; no se han resuelto los casos de Valentina, la mujer indígena Tlapaneca violada por miembros del ejército, el robo de madera por los tala montes en bosques de Michoacán, de la Tarahumara, en tierra de los Tepehuanos de Durango, de los Coras de Nayarit; ahí está el caso del asesinato de Digna Ochoa, el Conflicto de Chiapas, la Matanza de Acteal, la muerte de mujeres de Ciudad Juárez, los 22 asesinados en Tlatlaya muestran que no hay una política efectiva en la materia. Los Derechos Humanos se han quedado en el discurso, ahogados con la saliva de los leguleyos, porque las leyes son para los indígenas lo que las telarañas para las moscas.
Los pueblos indígenas permanecen en el ostracismo, en la oscuridad, en la miseria, excluidos de la globalización, señor Peña Nieto, Premio ‘Ciudadano Global’, pretenden esconder su pobreza, su condición rural porque con ello esconden el fracaso del régimen, el crimen del sistema capitalista de explotación salvaje contra las clases humildes, la constante violación de los Derechos Humanos faltando a todo compromiso con la Organización de Naciones Unidas que firman en cada sexenio. Lo firmó Fox, lo firmó Calderón y ahora lo firmó Enrique Peña Nieto en la ONU, para después olvidarse del compromiso al igual que todos los expresidentes priistas que en sus 71 años de dictadura de partido nunca hicieron nada por la rehabilitación de los pueblos indígenas para sumarlos a la civilización, a los servicios de primera necesidad.
Todos los inviernos vemos a los Raramuris en nuestras calles vendiendo sus canastos, hierbas medicinales, pidiendo CORIMA para comer y en estas estampas citadinas vemos la discriminación reflejada en los rostros déspotas de los no muy cristianos ciudadanos que con enfado les dicen NO HAY, NO HAY.
Todos somos culpables de que en México no se respete la vida humana, la dignidad; si fuéramos un pueblo culto, civilizado, con sentido de equidad, apegados a la legalidad, créanme que a esos funcionarios públicos demagogos e irresponsables, ya los hubiéramos sentado de nalgas en un bracero al rojo vivo.
Yo los exhorto a practicar todas las normas de civilidad, de humanidad, de amor al prójimo, para ser más grandes de lo que somos.
Señor Presidente de México, usted prometió demasiado en el foro mundial de la Organización de las Naciones Unidas: ayudar en Siria, en Irak, en las zonas en conflicto bélico; prometió ayudar contra el hambre y la miseria del mundo… Comience por su patria, no sea candil de la calle y oscuridad de su casa.
Los mexicanos estamos hartos de discursos demagógicos, de promesas, de la corrupción galopante que saquea nuestras riquezas naturales por sátrapas como los del Grupo México, los monopolios en el área de las comunicaciones.
Es ahora o nunca, comience por enjuiciar a los abusones, deje de pasear su hermosa figura por los foros del mundo y trabaje para que se aplique la justicia en México, en nuestro Estado de Coahuila.
Nuestros conciudadanos indígenas merecen compartir la riqueza de la patria, sumarlos a los servicios de primera necesidad, con discursos no los va a sumar al desarrollo: ‘factum non verba’, las palabras se las lleva el viento y los hechos perduran.
Que Dios los ilumine, los perdone y los bendiga. |