El pueblo de espinas
Ariel Colín Morales.
Va dedicado este escrito In Memoriam del Dr. Juan José López González al primer año de su partida: Oye Viejo Guapo, ¿cuántas especies nuevas y cuántos mundos has encontrado? Hasta que nos encontremos de nuevo te mando un fuerte abrazo.
La jornada había sido difícil, mucho calor y pocas sombras donde guarecerse El pequeño Anniue vio venir a su abuela Yanisi y le tendió los brazos para que lo cargara, el pequeño era inquieto y muy alegre, pero bien portado. Cada que veía a la abuela le extendía sus brazos de inmediato, pues le daba mucho gusto que le contara historias de los primeros tiempos del hombre creado, de las primeras tierras y de los primeros cielos.
Anniue estaba llorando porque al salir a jugar con una tortuga que su padre le había traído de una cacería, al amarrarla de una patita para jugar con ella, resbaló cayendo sobre el arbusto más temido del desierto: la uña de gato. Sus espinas le habían lastimado su piel morena, estaban firmemente sujetas y generosamente extendidas por su cuerpecito; por muchos intentos que hizo no lograba sacarlas permaneciendo enganchadas provocando gran dolor al moverlas; su madre Pamia no podía comprender como se le habían enterrado al pequeño renacuajo tantas y con tanta saña, había escuchado alguna vez en su infancia un cuento que le había contado su propia Nona Jaana acerca de porque existían las espinas en el desierto pero sobre todo porque eran tan dolorosas, pero era un cuento viejo y ya casi no lo contaban los ancianos, pero de algo si estaba segura, la Nona le ayudaría a decirle qué hacer; decidida tomó al pequeño Anniue y se dirigió junto con su madre a ver a la abuela Jaana.
La abuela Jaana tenía una vida metódica, era respetada por ser sabia y anciana pero sobre todo por ser mujer, ser maravilloso contenedor de vida y de amor; había aprendido que la vida misma tiene sus tiempos y sus ritmos, la vida había sido buena con ella, tuvo varios hijos que se convirtieron en gallardos cazadores y los cuales se convirtieron en padres de muchos hijos; había parido mujeres fuertes que realizaban el trabajo comunitario más extenuante de la tribu que era la de recolectar raíces, buscar el fruto de biznagas, nopales y arbustos, capturar pequeños animales como lagartijas, tortugas y hasta serpientes, buscar huevos de pájaros, ir por agua al manantial y ayudar a los cazadores a elaborar los dardos de cacería, las navajas y cuchillos que se requerían para despellejar a las presas, todo era bueno si servía para comer, para sobrevivir en esta difícil tierra; también había aprendido a tejer palmas para hacer petates, prendas para protegerse del frio y fundas para sus pies para que no les lastimaran a los suyos las piedras que abundaban en toda la región, era ella misma el corazón que movía la tribu y lo mantenía unido.
Las actividades diarias servían como nexo de unión entre las diferentes familias que cohabitaban las salientes del pequeño cañón, metódicamente pero sin fallas tomaban la presa traída por los cazadores, la mayor parte de las veces el venado, de él tomaban sus tendones, su carne, sus cuernos, su piel, sus huesos pero sobre todo capturaban y retenían su espíritu para poder reproducirlo y soltarlo en medio de sus casas para que les sirviera de unidad y de tótem, ellos eran el pueblo del venado
El pequeño renacuajo le mostró a la Nona mayor las espinas clavadas, quien al ver la gravedad de sus heridas, decidió llevarlo con el Hombre Santo para que le extrajeran de su piel morena ese dolor.
Panike´e se encontraba haciendo cosas propias de su mandato, había terminado de regresar de un viaje por el mundo de los antepasados buscando encontrar el remedio a un adolorido cuerpo que era atormentado por un esquivo espíritu que le causaba fiebre, dolor y postración a un hombre de la tribu imposibilitándolo para la caza…hacían falta esas manos para traer comida.
Habiendo partido en su viaje de la mano del peyote regresó de la misma forma con la carne de los dioses entre sus manos, es decir con un pequeño cactus, redondo, perfecto en su simetría y sin espinas. Escuchó su nombre rebotar en las paredes del cañón y salió a ver quién requería de sus servicios, encontrándose a Jaana y acompañantes cargando al pequeño Anniue quien no paraba de llorar y a quien su madre le hablaba para confortarlo y tranquilizarlo; al ver la situación el Cha´maan cogió su bolsa de medicinas y conjuros, su bastón y su figura representativa del Tótem una mariposa grabada en una piedra delgada y pequeña junto con una huella de venado, que era la que les daba la identidad de lo que representaban de si mismos: el Pueblo del venado.
Se apuró a elaborar un conjuro a base de palabras secretas y de invocaciones a los antepasados para liberar al pequeño de ese tormento; salió a tomar un poco de agua santa, de esa que se embalsa en las pequeñas tinajas que tallaban en la piedra misma y se llenaba del líquido de las lluvias y la cual es considerada santa y virgen porque no toca la tierra, era muy buscada y también muy apreciada por los sanadores, pues era pura para calmar la sed y fresca para calmar el espíritu.
Tomó un poco de polvo de carbón de una fogata casi apagada, untó un poco de grasa de conejo gordo que habían cazado los Xime´u (cazadores) por la mañana, cortó la carne del peyote en pequeños trozos, escupió en la mezcla, hizo una bola y la guardó en su regazo para calentarla, tarareando una canción de sanidad; el pequeño estaba absorto al ver todo ese ritual y sólo intentó en una ocasión estirar su pequeña mano para intentar tomar una voluta de humo que liberaba la fogata moribunda en medio de la pequeña cueva.
Panike´e tomó al pequeño paciente y colocó entre sus piernas y le sonrió, miró al cielo pidiendo la aprobación del inicio de su rito y para que la medicina funcionara; aplicó la mezcla en las diversas heridas provocadas por las lacerantes espinas, le habló en lengua vieja al renacuajo diciéndole que estaría todo bien; acto seguido les dijo que la medicina necesitaba tiempo para que empezara a funcionar; sacó un cigarro, lentamente lo lio, con un tizoncito lo prendió, aspiró lentamente y le aplicó generosamente una rociada de humo entre los ojos y su cabello; el chiquillo sólo alcanzó a estornudar y a rascarse la cabeza; el viejo se limpió la boca, escupió en el suelo y les empezó a contar una historia.. Cuando no había espinas en el desierto:
Hace muchos soles y muchas lunas, tantas que se perdió la cuenta en el muro de los grabados que llevaban su cuenta, El Gran Manitou o Espíritu Primero, creó diversas tribus para llenar el gran espacio de las planicies, a cada una de las tribus les dio atribuciones especiales para que pudieran vivir y convivir en paz entre ellas; también les dio diversas gracias para que no hubiera diferencias y se mantuviera la unidad; a unos les dio la gracia de la cacería, a otros les entregó los ciclos de sembrar plantas, a otros más el de tejer redes para capturar peces; a unos más el conteo de los días y lunas y a otros el lenguaje.
Complacido con su obra continuó con la repartición hasta llegar con nuestros propios antepasados, los primeros hombres de nuestra tribu: los hijos del venado a quienes nos indicó y encomendó la misión de vida de ser los encargados de guardarle tributo y veneración por la Creación que había hecho, y que guardáramos en nuestra memoria los hechos relevantes de nuestra sangre y tradición.
Panike´e carraspeó de nuevo aclarando su voz cansada, tomando un poco de agua y continuó: El hombre primero fue dueño de todo lo que Manitou le entregó para su sustento, era fuerte, hábil, poderoso pero a la vez imperfecto, había un rastro de ingratitud, se empezó a olvidar con el paso del tiempo de su origen y comenzó a abusar de la tierra y sus especies destruyendo la vida que habían colocado para él en este mundo.
Su poder siguió creciendo hasta necesitar más tierra y más animales para subsistir ensanchando sus territorios e invadiendo a sus propios hermanos para tener más poder; el primer hombre se envileció y se volvió cruel matándose en guerras fratricidas, olvidándose cada día más de su creador y del lugar que le habían dado, extendiendo la muerte y dolor por toda la extensión de la tierra conocida. Solo nuestros antepasados continuaron venerando al Gran Espíritu y reverenciando su nombre, agradeciendo la vida y sobre todo guardando el equilibrio de la vida no olvidando cual era nuestro origen y nuestro lugar en esta tierra y en el cielo.
Los hombres con sus armas se despedazaban la piel, se maceraban los brazos y se rompían las piernas, con sus manos se herían y sacaban sangre, sus dardos eran clavados en ellos mismos produciendo dolor y más dolor; Manitou al ver su creación imperfecta, hablando a su corazón se pidió perdón a sí mismo, vertió tres lágrimas y tomó la decisión de acabar con esa maldad de una vez por todas y de tajo; pero dentro de su corazón una luz de misericordia le hizo pensar que una extinción sería en sí mismo un terrible acto de violencia y eso era lo que quería erradicar, así es que tomó a las tribus, a la gente iracunda y para no destruirlas las convirtió en diferentes tipos de plantas del desierto: cactus, nopales, biznagas, cardos, huapillas, arbustos, árboles de huizache y la tan temida uña de gato, que había sido la tribu que había lastimado y causado dolor a sus semejantes, al igual que innumerables plantas más.
Sólo conservó a nuestra tribu en esta tierra en agradecimiento por recordar su nombre, pasando de ser de los primeros hombres a los únicos, dejándonos simplemente la representación de “hombres” y como gracia de su recuerdo nos dejó al peyote, a quien lo elaboró con su propia carne para que nos alimentáramos de él y nos sirviera de puente a los diferentes mundos en que vivimos: en el mundo de los antepasados, el mundo presente y el mundo de los espíritus.
Por eso le cantamos y veneramos su nombre y día a día agradecemos la salida del sol entonando cantos de alegría a nuestro Creador y a la Madre Tierra, ya que también a través del peyote nos oyen y nos curan porque es parte de ellos mismos cuidando a su pueblo que los reverencian.
Por eso cuando salimos al monte, los arbustos y todas las plantas trata de hacernos daño, recordando la envidia de las primeras tribus porque por obediencia permanecimos en esta tierra, clavándose en nuestras manos, piel y hasta en nuestros ojos, la envidia aún la llevan en su corazón y anda como coyota hambrienta tratando de herirnos.
Con jalones sencillos pero firmes, el Hombre Santo fue sacando las espinas uña de gato de la piel del infante; enseguida tomó un poco de peyote, lo mascó un poco y la saliva que escurría por su boca la fue aplicando a cada una de las laceraciones causadas, poniendo una pequeña parte de una telaraña para ayudar a sanar más rápido las heridas.
Se fue al fondo del relieve y de un tronco hueco sacó un puño de hormigas secas que tenían en su vientre abultado un rico premio muy escaso y exquisito: miel; el pequeño ya sin dolor pidió los brazos de su madre, la cual gentilmente lo cargó, siendo la Nana quien agradecida por la medicina dio al Cha’maan un puño de cuentas de cuerno de venado ya perforadas y dos plumas de águila que había recogido en sus andares en el campo; Panike´e sonrió dándose por bien servido y sólo alcanzó a exclamar, yo no hago nada, sólo es Manitou el que mira a través de mis ojos, habla por mi boca y nos cura a través de mis manos; todos somos unidad.
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