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el periodico de saltillo
Agosto 2015
Edición No. 318


Mis sexenios (87)

José Guadalupe Robledo Guerrero


La tercera y última etapa del sexenio enriquista

Para mayo de 2005, el proceso electorero para elegir al candidato del PRI a la gubernatura de Coahuila se había convertido en una batalla campal, en donde Humberto Moreira había logrado unir a los otros precandidatos en su contra, porque Enrique Martínez, para mantener el poder hasta el último momento, implementó un riesgoso juego que ponía en peligro la estabilidad política del Estado.

El juego enriquista había permitido que Humberto Moreira realizara a su favor acciones ventajosas, algunas ilegales. Esta situación había puesto en desventaja al resto de los precandidatos, porque Humberto tenía a su disposición los recursos del ayuntamiento saltillense, de la Sepec, y según se decía, algunos de origen oscuro y desconocido, los que derrochaba sin limitaciones.

Todo esto había traido serios conflictos, porque con el manejo de estos cuantiosos recursos, Humberto había conseguido el control de la mayor parte de los medios de comunicación que estaban a su servicio, no sólo para publicitar su imagen, sino también para desprestigiar a sus competidores y a los que no se sumaban a los torneos de halagos convenencieros.

Con esta belicosidad, Humberto había unificado en su contra no sólo al resto de los precandidatos, sino también a los empresarios y a grandes núcleos de la clase media que no se dejaban convencer por los fantasiosos panegíricos generosamente pagados.

Sin embargo, esto no era raro, el derroche y despilfarro de los recursos públicos siempre fueron el sello distintivo de Humberto Moreira en los cargos de primer nivel que ocupó en el sexenio de Enrique Martínez: Secretario de Educación Pública y Presidente Municipal de Saltillo, su principal forma de hacer política era comprando, al costo que fuera, las voluntades y adhesiones, y por supuesto los halagos, las porras y lambisconerías que iban incluidas en el paquete.

Por eso no fue extraño que en ese momento del proceso electorero, los demás aspirantes comenzaran a tener reuniones de acercamiento con el fin de presentar un frente común, cuya meta era conseguir la unidad priista, darle certeza y legalidad al proceso, equilibrar la competencia y evitar la debacle partidista.

Un ejemplo revelador de aquel momento, fue el caso de Jesús María Ramón, quien se encontraba a pocos pasos de renunciar al PRI, y según se decía, para lanzarse por otro partido en pos de la gubernatura.

Por tal motivo había voces ecuánimes dentro y fuera del proceso electorero que comenzaron a criticar el empecinamiento gubernamental de mantener el juego divisionista, y exigían que Enrique Martínez le diera claridad al proceso interno de su partido y definiera certeramente las reglas de la contienda sin favoritismos, impidiendo el saqueo de las arcas públicas para fines electoreros.

Enmedio de esta trifulca electorera, los lacayos de Humberto, que luego se convertirían en los saqueadores del erario, me señalaron como “antimoreirista”, porque en las páginas de El Periódico... se hacían señalamientos y críticas a las acciones despilfarradoras, intolerantes, deshonestas y facciosas de Humberto Moreira y los moreiristas.

A decir verdad, el calificativo de “antimoreirista” me molestó, me parecía limitante y pueril, porque yo siempre he sido: anticlerical, antiimperialista, antiglobalización, antifascista, antiyanqui, antipartidocracia, etc., por eso “antimoreirista” me sonaba a politiquería aldeana. Tildarme de “antimoreirista” tenía el fin de señalarme como enemigo para perseguirme, y justificar que El Periódico... no circulara en las oficinas de gobierno porque señalaba las viciosas prácticas de quien quería gobernar a Coahuila.

Pero esto tuvo su historia. Meses atrás me encontré a Javier de la Mora de la Peña en un restaurante. De la Mora era un vividor y parásito que se ostentaba como Doctor (no sé de qué), literato, y amigo cercanísimo de Humberto Moreira; además era esposo de la entonces secretaria de Educación Pública: María de los Ángeles Errisúriz, quien había relevado a Humberto en la Secretaría de Educación Pública (Sepec), y era la que le proveía de recursos saqueados del presupuesto educativo.

Javier estaba con el séquito de lambiscones que siempre lo acompañaba en sus orgías, yo desayunaba con algunos compañeros periodistas y un par de políticos. Hasta nuestra mesa acudió De la Mora para saludar a los presentes. Mientras nos dábamos el protocolario saludo, Javier insistió en su euforia moreirista, y dijo para orientarnos: “El próximo gobernador de Coahuila será Humberto Moreira”.

Todos guardamos silencio ante el exabrupto cortesano, pero seguramente yo dibujé una mueca que no le gustó al moreirista, pues me preguntó: ¿Por qué no quieres a Humberto? Para terminar el ocioso diálogo le contesté: -Me aterra la posibilidad de que gobierne a Coahuila el grupo de deshonestos, intrigosos e incapaces que rodean a Humberto Moreira. ¿Como quiénes?, me preguntó policiacamente. -Como Héctor Mario Zapata, Armando “El Chino” Guerra, Segismundo Doguin y muchos otros más, le contesté. “Pero también hay gente buena”, me respondió Javier conciliatoriamente, pero no se atrevió a dar nombres.

Para esa fecha, ya había sucedido algo que nunca estaré dispuesto a ignorar: habían retirado de la circulación a El Periódico... en la comandancia de policía, porque estábamos señalando a Doguin como responsable de la represión de que hicieron objeto a un grupo de estudiantes que protestaban por el aumento a las tarifas del transporte público.

Este ilegal hecho lo denuncié por escrito ante la entonces secretaria del ayuntamiento, Enriqueta de Alba, pero nunca contestó. Luego hice lo mismo ante Humberto Moreira, pero lejos de darme una respuesta satisfactoria, me confesó su preocupación cuando le informaron que los policías municipales habían golpeado -en el atrio de la Catedral de Saltillo- a los jóvenes que protestaban, y sin avergonzarse agregó: “Pensé que caería, pero arreglamos el conflicto”.

Pero independientemente de la insensibilidad moreirista, se logró que el prepotente Segismundo Doguin ya no retirara de la circulación a El Periódico... Sin embargo la actitud intolerante de Humberto no cambió hacia los periodistas que no se sumaban al coro de “comunicadores” que sin pudor exaltaban sus míticas cualidades, pues su lema era: “O estás conmigo o estás contra mí”, no había medias tintas ni posiciones neutrales. Humberto no entendía de periodismo, por eso insistía en comprar y callar a todos los perioddistas, y si no, marginaba y señalaba como enemigo a quien osara criticarlo.

Un caso de la intolerancia de Humberto, fue cuando le ordenó a su jefecillo de propaganda y publicidad -no de comunicación-, Rubén Tellez, que solicitara el despido del periodista Arturo Rodríguez García de Radio Acir, porque lo criticó en su programa radiofónico por la represión a los jóvenes inconformes con el alza de las tarifas del transporte urbano. Como este caso hubo otros más que demostraron la intolerancia a la crítica periodística, y la nefasta actitud de impedir y corromper el desarrollo de un periodismo coahuilense creíble, confiable, y sobre todo, profesional.

Humberto se empeñó en uniformar a los medios de comunicación a favor de él, para que nadie criticara sus despilfarros, deshonestidades, errores e ilegalidades. En pocas palabras, Humberto quería que todos los periodistas se comportaran como algunos “comunicadores” de radio, prensa y televisión que se la pasaban quemándole incienso, pero para otros eso estaba muy difícil, porque Humberto no era exactamente lo que decían sus interesados y bien pagados panegiristas.

En respuesta a la sistemática compra de los medios de comunicación para exaltar la imagen de Humberto y para guardar silencio sobre el saqueo de los recursos de la Presidencia Municipal de Saltillo y de la Sepec, los adversarios de Humberto comenzaron a realizar una práctica deleznable, la de difundir libelos que nadie firmaba, y que desde el anonimato acusaban al Alcalde saltillense de corrupto y otras cosas.

El primero de estos libelos circuló a mediados de abril de 2005 en algunas colonias saltillenses, y según los moreiristas los autores de esos escritos anónimos, bien podían ser: los panistas o el secretario del gobierno, Raúl Sifuentes Guerrero, enemigos acérrimos de Humberto Moreira. Esta cobarde práctica abría las puertas para que los oportunistas electoreros y los enemigos emboscados utilizaran libelos para dirimir sus pleitos políticos desde el anónimato y la oscuridad.

Los articulistas de El Periódico... nos mantuvimos al margen de esa contaminación electorera, tomamos nuestro lugar como periodistas y críticos del circo, pero a mediados de abril de 2005, lo moreiristas volvieron a retirar de la circulación a El Periódico... en una de las más corruptas áreas de la Sepec, la dirección de Recursos Financieros, cuyo titular era Carmen Reyes Morán, amiga y cortesana de la secretaria de Educación Pública, María de los Ángeles Errisúriz.

La razón de la ilegal acción fue que “se atacaba a Humberto Moreira”, debido a que el Alcalde saltillense era uno de los políticos más cuestionados, incluso señalábamos que la dirigencia del PAN aseguraba que tenía en su poder un grueso expediente de Humberto, pero nunca lo dieron a conocer, pues el PAN como los empresarios negociaron con Humberto cuando arribó a la gubernatura, a cambio de apoyos, prebendas y canongías.

Sobre el retiro de la circulación de El Periódico... publicamos una carta abierta dirigida a la Secretaría de Educación Pública, María de los Ángeles Errisúriz, denunciando el caso, además le dimos a conocer: “que la Sepec era una de las más cuestionadas secretarías del gobierno coahuilense, debido a las tropelías sin freno de sus colaboradores, muchos de los cuales habían experimentado un enriquecimientos súbito, como resultado del intenso saqueo a que se había sometido en los últimos años a esa dependencia”. Nunca tuvimos respuesta.

Lo cierto era que también la directora de Recursos Financieros de la Sepec, Carmen Reyes Morán, era otra más de los funcionarios cuestionados. Para nadie era un secreto su enriquecimiento súbito. Al igual que a otros moreiristas más, se le acusaba, entre otras cosas, de ser una de las “burreras” del saqueo, de ser cómplice en el mal manejo de los recursos de la Sepec y de realizar negocios personales, como el que pretendía hacer con los regalos del Día del Niño, cuando a mediados de abril de 2005 le decomisaron en la frontera una camioneta repleta de juguetes que había comprado “al otro lado”, para revendérselos a la Sepec. Sobre su enriquecimiento súbito, como le llaman en Sudamérica al enriquecimiento inexplicable mexicano, bastaba darse una vuelta por el exclusivo fraccionamiento San Patricio, para conocer la residencia que se había construido con su rentable puesto.

En aquel momento, antes de arribar al gobierno del Estado, y por supuesto, antes de la orgía de corrupción y saqueo en que se convirtió el sexenio humbertista, de Humberto Moreira y los moreiristas había mucho que decir y de lo cual había varios expedientes: el que tenía el PAN, el que guardaba Enrique Martínez, el que poseía Raúl Sifuentes, el que había recolectado el Cisen y Gobernación, el que tenía preparado el GIS (Grupo Industrial Saltillo), el que tenía el CEN del PRI de Roberto Madrazo, y los que habían documentado los espías al servicio de todo tipo de personajes, y los que guardaban los periodistas críticos.

Con lo poco que se sabía de esos expedientes, llenos de nombres y corruptelas, no dudaba en repetir lo que le había dicho meses antes al vividor moreirista de Javier de la Mora de la Peña: “Me aterra la posibilidad de que gobierne a Coahuila el grupo de deshonestos, intrigoso e incapaces que rodean a Humberto Moreira... Y por desgracia no me equivoqué. ¿Pobre Coahuila!...

Y a propósito de la libertad de expresión, a principios de mayo de 2005, el periódico Vanguardia dio a conocer la demanda interpuesta en su contra por Ignacio Diego Muñoz, secretario de Planeación y Desarrollo del gobierno enriquista. Según se dijo, esta demanda tuvo su origen en los señalamientos hechos por reporteros y columnistas respecto a la ineficiencia demostrada por el funcionario, pues Ignacio Diego había sido incapaz, durante el sexenio enriquista, de atraer las inversiones que requería nuestro estado para la generación de empleos.

Sin embargo, lo que verdaderamente había provocado la ira de Ignacio Diego y por consecuencia la demanda, era que Vanguardia había hecho público la construcción de un imponente campo de golf en terrenos de su propiedad en el municipio de Nava, así como la construcción de una mansión en el exclusivo fraccionamiento residencial Nogalar del Campestre, ubicado en el norte de Saltillo.

La demanda interpuesta por Ignacio Diego en los estertores del sexenio enriquista, tenía por objeto “la reparación del daño moral” por 16 millones de pesos.

Por esos mismos días, la señora Martha Sahagún decidió demandar a la periodista argentina, Olga Wornat por difundir en su libro “Crónicas Malditas” las tropelías y abusos de los privilegiados hijos de la señora Sahagún. La demanda de la esposa del presidente Vicente Fox también tenía por objeto “la reparación de daño moral”. No cabe duda la intolerancia y la prepotencia anidan en los centros del poder...

Continuará.....

La tercera y última etapa del sexenio enriquista

 
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