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el periodico de saltillo
Enero 2015
Edición No. 311



Comunismo de aula


Alfredo Velázquez Valle.



La idea de lanzar una crítica (o varias) a la lucha por el comunismo como experiencia histórica violenta con lleva el grave riesgo, como el de caer en juicios que denotan un desconocimiento cuasi absoluto de su real desenvolvimiento a través de la historia, y su necesidad intrínseca en la consecución del mismo, a futuro.

En efecto, “la preocupación general de varios estudiosos que intentan recuperar la idea comunista”, contrasta con la lucha de clases, que a nivel mundial se manifiesta con la violencia que generan las agudizaciones para la realización del capital; condiciones, cada vez más salvajes que agravan la condición (de por sí ya precaria) del ser humano y su entorno.

No es cosa rara el observar que con honrosas excepciones, el camino seguido por los “pensadores críticos” y la realidad corren por caminos distintos.

Sumidos en profundas disquisiciones maniqueas, estos teóricos de tiempo completo pretenden juzgar los esfuerzos de las masas por sacudirse el yugo del capital, armados con la moralina que solo la cruz y la biblia pueden ser capaces de insuflar.

Así parece ser cuando desde un cómodo sillón, se pretende deducir la necesidad de un comunismo sin violencia, y no desde la real situación histórica que oprime a los pueblos del mundo; los cuales, solo en y a través de la lucha contextualizada, buscan romper las cadenas que les oprimen.

Disgregar sobre la conveniencia del uso o no de la violencia y el terrorismo en la consecución de los fines de la sociedad comunista es, para los oprimidos, pérdida de tiempo, y motivo de sospecha derrotista, al menos si se les presenta como acto aberrante per sé.
Quizá el querer purificar la causa del comunismo y la lucha por el socialismo (consecuencia histórica aquella de éste), sea una urgencia de las buenas conciencias pequeñoburguesas socialdemócratas, que por otra parte y sin pudor alguno, ven el color escarlata de la sangre empapar las níveas banderas políticas de la democracia burguesa y occidental a la cual, en última instancia abonan.

El terror es un arma -como la guerra misma- en la lucha de clases y cada conquista obtenida por alguno de los bandos en conflicto, lleva en su victoria (o en su derrota) ciertas dosis de terror, de violencia. Así, la burguesía en su ascenso político en Francia, defendió por medio de un régimen dictatorial y de terror los derechos del ciudadano frente al aristócrata feudal. Así mismo, la revolución proletaria de la Rusia Soviética recurrió al terror rojo para asegurar las conquistas de la revolución ante los ejércitos coaligados de aristócratas, burgueses y naciones imperialistas que amenazaban su supervivencia.

Pretender desligar (como si se pudiera) las causas del proletariado del uso de la fuerza, del terror, es en última instancia quitar al obrero el fusil con el cual defiende los frutos de sus conquistas, cuando las ha conseguido; y antes, cuando lucha por ellas, una de las herramientas (y no de las menores), que labran su emancipación.

Cuando Pedro Salmerón Sanginés, en su columna del periódico La Jornada, de 16 de diciembre del año pasado, defiende la postura de una lucha por el comunismo “sin terrorismo” e incluso oponiéndolos, aboga definitivamente, no por una utopía, no por un sueño, que es a través de ellos por los cuales se extienden los senderos que llevan a las conquistas reales; no, aboga muy al contrario por una pesadilla, por algo fatídico e impensable por mounstroso: la derrota sin lucha, la abdicación sin más de las nobles aspiraciones del proletariado nacional y mundial; cancela de tajo, los movimientos proletarios por su liberación del yugo del capital y la clase social que le explota: la burguesía.

Su columna, intitulada “La idea comunista y la crítica histórica”, abre la pregunta: ¿La idea comunista está necesariamente vinculada a la violencia? Muy probablemente la respuesta sea un NO, si queda solo en eso: en mera abstracción, absoluto. Pero, desde el movimiento mismo que ha seguido el proletariado en su lucha por la conquista del poder, es un necesario SÍ. Tal vez, habría que plantear justificadamente la otra pregunta: ¿La práctica capitalista está necesariamente vinculada a la violencia?
Por último, si Salmerón Sanginés, respaldado en teóricos como Badiou y Teray, concluye que el movimiento hacia el comunismo redundó en un terrible fracaso, y las alternativas pacíficas y/o altermundistas representan la opción del siglo XXI (aunque su eficacia hasta el día de hoy es altamente cuestionable), su “crítica histórica” deberá tener en cuenta que tal derrota del movimiento proletario por la conquista del poder no existió: tan es así, que se instauró la dictadura del proletariado y se proyectó la sociedad que tanto anhela; anhelo que es deseo -lo reitero- a buen resguardo de trincheras, de barricadas… y al cálido abrigo de estudios píos sobre cómo cambiar la vida, sin mortificar la carne.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
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