La Suprema Corte se convirtió
en “La Tremenda Corte”
Adolfo Olmedo Muñoz.
Luis María Aguilar Morales, más conocida como “Nananina”, dejó su papel discreto y de segundo plano en el programa radiofónico de la “Tremenda Corte”, para ocupar hoy nada menos que la Presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Perdóneseme la parodia, y perdóneseme la falta de respeto hacia un tema que debía merecer todos los honores, no sólo de un comunicólogo, sino de hasta el más modesto ciudadano de nuestro país. La culpa la tienen los protagonistas de una “comedia paliata” en la que se convirtió la elección del Presidente de la SCJN y que reveló una gran inmadurez que poco aporta para la confianza popular, sobre todo para la aplicación de una de las más importantes reformas promovidas por el Presidente Peña Nieto, como la reforma jurídica.
Durante muchos años, aun desde las más honorables cátedras de la academia entre jurisconsultos, se criticó (y se apoyó por otros) el hermetismo de un sistema jurídico como el nuestro, tan diferente al sajón, por ejemplo. Desde el enclaustrado aparato de justicia “a la mexicana”, se cometieron, se cometen -y por lo que se ve-, podrían seguirse, cometiendo tremendas injusticias.
Es triste saber cómo, ni siquiera para elegir a su máxima autoridad como cuerpo colegiado, se ponen de acuerdo y luego de 32 rondas de negociación, “cabildeo”, convencimientos, argumentaciones y demás artimañas, salen para nombrar a un sujeto que aun presenta serias dudas. No me imagino qué podrán hacer -en su momento- simples jueces, ante nuevos tribunales abiertos donde un jurado les ayudará a dictar sentencias como lo prevé la reforma jurídica. Se antojan aquelarres de órdago para las revistas policíacas (probablemente ahora más en las “redes sociales”. Ojala me equivoque.
El tema no ha sido, ni será, fácil de estudiar dada la materia especializada del derecho, su aplicación y el carácter moral, vital en un sistema laico como el nuestro. Sobre todo por que estamos hablando del máximo tribunal de justicia de nuestro país, con un pueblo tan ávido de una justicia verdaderamente pronta y expedita, pero sobre todo, libre de toda sospecha de corrupción, de contubernio, del nefando parasito de la burocracia, sometida a un asqueroso mercadeo de la ley aplicada con una justicia prostituida.
Por ello, es que se hace más que necesario, que en los medios de comunicación se ventile de una manera más puntual y transparente, todo lo que implica la elección de quien por cierto la sarcástica “chinaca” populachera, podrá nombrar como “Nananino” (por aquello de la “Tremenda Corte”), Luis María Aguilar que es el nombre del ganador de una elección donde, por un voto, venció a Arturo Zaldívar.
Se ha abocetado apenas, las características de un sujeto que ocupara el liderato máximo de uno de los tres poderes que dan cuerpo a nuestro sistema republicano, de un hombre cuyo perfil debe encajar plenamente con los aires de cambio progresivo de México, y que borre de una vez y para siempre, la mala, la pésima imagen del juez venal, corrupto, vendido, convenenciero, alcahuete o simplemente “un burro útil” para los poderosos.
Luis María Aguilar, se dice, es un hombre de carrera en los tribunales, desde su inicio como simple amanuense, en la década de los sesentas y fue recorriendo los meandros de un hermético (y la más de las veces, oscuro) aparato donde se debiera impartir justicia.
Al más puro estilo de aquella política de control del Estado, donde “todo” servia a los intereses del poder, y para ascender ahí, había que hacer “carrera” y “méritos”, lo cual entonces podría ser un punto a su favor, pero los tiempos han cambiado y no se sabe hasta qué punto el respetable jurista -que debe ser- Luis María Aguilar, ha podido renovar su ideario y sobre todo su consciencia jurídica, que hoy más que nunca, exige la abolición de la impunidad, el más serio flagelo de nuestro dolido sistema político.
Se supone también (hoy que la información es parca y desconfiable, en su mayoría) que Arturo Zaldívar es un magistrado con una visión más moderna sobre la impartición de justicia, lo cual sería un punto a su favor, siempre y cuando no resultara como esos “pragmáticos”, “utilitaristas” o aventureros que de pronto se nos han aparecido en la actual partidocracia, que resultan ser simples charlatanes, mercachifles, pregoneros o simples personeros de los más nefandos intereses, públicos y privados.
Hoy, todo está por escribirse. Independien- temente del saturado o no, historial de carrera jurídica que debe cargar el nuevo Presidente de la Suprema Corte de Justicia, su actuación debe ser lapidaria, contundente en contra de la impunidad y la injusticia, ha de estar a favor de la razón jurídica y del acompañamiento de la fuerza pública para el cabal cumplimiento de la misma, no deberá temblarle la mano, a pesar de un probable alud de quejas por los que se vean dañados y que inmerecidamente han sido solapados hasta hoy por una miope alharaca de seudo organismos de “derechos humanos”.
Así como en el renglón de la educación se han empleado cambios, así como en el sector energético se han ejecutado cambios, con mucha, pero mucha más razón, deberán verse en el corto plazo en el ámbito de la justicia.
Sin temor al miedo; pues aunque parece que el mexicano actual se ha cercado en fronteras de miedo, de inseguridad, de desconfianza y la promiscuidad insana de una comunicación fatalista de lo inmediato, de lo directo, de lo irreflexivo, que le ha hecho perder no sólo la brújula u orientación del camino correcto, sino de su capacidad para luchar, por el cauce más respetable que es el pleno ejercicio del derecho. Sin temor a esos y muchos otros temores que pudieran venir, el nuevo guardián de la ley, el derecho y la justicia, tiene todo en sus manos para dar el verdadero cambio revolucionario de nuestro país, no sólo en anatematizar la corrupción, sino en formar un nuevo perfil de honor y justicia, en la moral jurídica de nuestro país.
|