Don Roberto
“Cuando un amigo se va, queda un tizón encendido, que no se puede
apagar ni con las aguas de un río... Cuando un amigo se va queda un
terreno baldío, que quiere el tiempo llenar con las piedras del hastío...”.
Alberto Cortez. |
David Guillén Patiño.
La primera vez que traté personalmente con don Roberto Orozco Melo, hace ya más de dos décadas, fue por motivos laborales. Ahí estaba, tras el escritorio en aquella pequeña oficina, con su mirada inquisidora, sosteniendo mis documentos personales, mismos que le habían hecho llegar para que decidiera si se me contrataría como reportero.
“No te creo”, me dijo, haciendo mención del sueldo que yo le aseguraba haber percibido en mi anterior empleo. “Esto es demasiado”, insistió, ¡¿pues qué de especial tenía lo que hacías?!”. A esto, siguió una serie de explicaciones de mi parte, con las que busqué derribar su recelo.
Al siguiente día, luego que leyó uno de mis recibos de pago solicitados, salió de dudas. Con todo y eso, acordamos que ganaría menos. Acto seguido, me hizo firmar la papelería respectiva y dio instrucciones para que me incorporara al equipo de sabuesos de El Diario de Coahuila, entre ellos, tres Carlos: Morales Juárez, Gaytán Dávila y Soto González.
Con hilaridad, recuerdo el sarcasmo que esa vez hizo de las referencias, algo exageradas, que le dieron acerca de mí: “experto” en información de negocios. No obstante, esa “fama” valió luego para fundar ahí el suplemento empresarial “Portafolio”, el primero en su tipo, a iniciativa de Carlos A. Salinas Valdés, director general del rotativo.
En su calidad de vicepresidente, fue don Roberto quien, haciendo gala de su don de gente y de su peculiar modo de conversar, salpicado a ratos por una graciosa franqueza, me persuadió acerca de la conveniencia de quedarme en la empresa, misma que fundó con Luis Horacio Salinas Aguilera, otro gran visionario, fiel a sus principios políticos.
Al cabo de un tiempo se cumplió su pronóstico de que, más allá del tamaño de un sueldo, se imponía en mí la oportunidad que se abría de vivir una experiencia distinta, un estilo diferente de hacer periodismo, mismo que me haría crecer profesionalmente. Sí, definitivamente había valido la pena escuchar a la voz de la experiencia.
Fue hace unos meses cuando, a través de mi hijo David Esteban, pude contactarlo nuevamente. Me invitó a su casa y, a pesar de su deteriorada salud, pudimos platicar largo y tendido. En una de las visitas, me obsequió tres de sus obras literarias, con cuya lectura le conocí un poco más.
Oriundo de Parras de la Fuente, puedo decir que mi aludido era, si no un santo, sí un individuo bien intencionado, entregado a la noticia y al agudo análisis de la misma, desde su “Hora Cero”. Era severo, según se requiriera; en general, el también fundador de El Heraldo de Saltillo era a veces ingenuo en cierto modo, con tal de servir, y no faltó quién pudiera sacar provecho de ello.
Periodista, abogado, ex alcalde de Saltillo, otrora diputado local, “florestapista de hueso colorado”, “hombre del sistema”, referente obligado del priismo coahuilense, escritor reconocido por investigadores de la historia y de la cultura, excelente jefe de familia... Eso, y más, era don Roberto Orozco Melo, el amigo. Hasta siempre.
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