Las primeras escuelas protestantes en Saltillo…
“Para la mujer burguesa propietaria, su hogar es el mundo. Para la mujer proletaria, todo el mundo es su hogar…”
Rosa Luxemburgo
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Alfredo Velázquez Valle.
Dice Simone de Beauvoir que la mujer es hechura, constructo del hombre, y dice también en “El Segundo Sexo” que la mujer vive en una cultura masculinizada por lo que su liberación como tal depende de procesos revolucionarios que trastoquen los cimientos mismos del orden establecido, de la misma civilización que la ha sometido.
Los procesos de transformación económica dentro de la misma modalidad sistémica no son cambios radicales que afecten la condición última del ser humano en cuanto al papel que cada cual representa en la cadena de producción de los medios de vida. Modernidad no es transformación, simple actualización: reforma.
Siendo así, la mujer ha sido pieza en el tablero de relaciones que el mismo sistema impone para la realización del ciclo del dinero.
Ha entrado como fuerza de trabajo en las distintas fases en que el sistema ha requerido de esas manos y sin importar que las tenga que arrancar del hogar, del cuidado de los hijos, del mantenimiento del hogar.
Ha sido madre, ha sido obrera esclavizada, ha sido educadora y sobre de todo ello, ha tenido que soportar –mediante la institución matrimonial- la otra parte de la esclavización, la del sexo opuesto y dominante, el sexo masculino.
Cuando María Candelaria Valdés Silva sostiene en el prólogo del libro presentado en la FILA edición 2015, “Las primeras escuelas protestantes en Saltillo” de Ricardo Medina, que la llegada de las mujeres misioneras (protestantes) a las ciudades de mayor importancia “significó una labor innovadora e impulsó valores distintos a los tradicionales acerca del papel de las féminas en la sociedad”, quizá olvida que el cristianismo, en sus diversas variantes ofrece la misma visión ética de fondo con respecto al papel de la mujer en la sociedad: subordinación (sutil o franca) al rol determinado por una cultura patriarcal. Si no fuera así, aquellas mujeres llegadas de países protestantes, hubieran tenido entre ellas ministros que impartieran el culto o abrogaran por una formación que correspondiera a la defensa de sus derechos civiles como el acceso al voto, o el derecho al aborto, o el cese de la violencia física ejercida contra ellas por el sexo “fuerte”, o la abolición de la monogamia, o…
Nada de ello promovían; lo que si acuciaron fue la incorporación de la mujer mexicana al campo de la explotación capitalista al pretender de un sector de ellas la labor de capacitación de la mano de obra necesaria para un sistema que se abría paso por los sólidos raíles de las locomotoras a través y por encima de las veredas polvorientas de las haciendas semi-feudales del México porfirista.
Los valores que dominan una sociedad son los valores de la clase dominante y ellos jamás quedaron bajo cuestionamiento alguno solo porque unas maestras con una pretendida y aparente moralidad y educación vanguardista llegaran a una ciudad con modos y costumbres, que en tal caso no eran mejor, pero tampoco peor que la que ellas pregonaban; solo diferente, y ello no siempre es sinónimo de vanguardismo.
Con respecto de la lectura del libro de Medina Ramírez podrá quedar de ello cierto tufillo de racismo mal disimulado, al legitimar (el autor y/o la escuela protestante) como verdad absoluta que estas maestras protestantes venían no a elevar la cultura hispano mexicana, más bien a “evangelizar" a una nación entregada a vicios y atavismos que no compaginaban con el empuje progresista de un capitalismo arropado en las sedas de la “democracia” y la “civilidad”.
En efecto, resulta no menos que pintoresco que tanto las maestras como sus ministros protestantes llamaran a su labor “misión” y “evangelización”; como si con la llegada de la modernidad capitalista a estas latitudes arribara también, por vez primera, la biblia y el ministro. Ello ya había acontecido no uno sino varios siglos atrás nada más que en huarache de cuero y sayal de franciscanos. El hecho de llamar a esta actividad suya -de re inducción de conductas para un proceso de producción en expansión y de marcado egoísmo con sustento en la explotación del pobre por el rico -, “evangelización” deja a estos misioneros y sus evangelizadoras en franca desventaja moral con sus homónimos católicos: aquellos, los del s. XVI-XVII que en condiciones en verdad azarosas entregaron algo más que el espíritu, en prenda de su fe.
Por otro lado, decir que las páginas del libro citado cuentan una historia escolar “que rompe con estereotipos sociales del papel de la mujer” o “la moral y la ética del trabajo que pregonaban los protestantes a través del proyecto escolar, si desafiaron el orden establecido sobre la condición de la mujer” o “Sin que fuera la panacea a todos los males, la instrucción escolar de la mujer contribuyó a enfrentar con mayores recursos un mundo que había sido de los varones”, es pretender demasiado de una escuela que solo buscó por medio del opio religioso modernizar la mano de obra a un requerimiento prosaicamente económico; dicho de otra manera, condicionar el carácter del órgano a la función.
Y es que quizá se tome por uno y lo mismo el problema de la mujer –que es múltiple- dentro de la estructura estratificada de la sociedad capitalista: su instrucción y sin querer ver que, en última instancia, el verdadero dilema específico de su condición es de clase más que de género.
La mujer ha sido doblemente sacrificada: como mano de obra explotada y como sexo en desventaja sin importar en ello la preparación intelectual de las mismas. La liberación de ambos grilletes deberá pasar indefectiblemente por las conquistas inmanentes de una revolución proletaria que libere al ser humano de la maldición madre de todas las tiranías: la explotación del hombre por el hombre.
Las bandas misionales protestantes de la cultura anglo sajona y sus propagandistas docentes: metodistas, evangélicas y presbiterianas, solo fueron quizá, el primer empuje de una segunda oleada de dominación ideológica que recién comenzaba a abatirse sobre los pueblos empobrecidos del orbe: la del imperialismo “progresista” a través de sus personeros forjados en tierras, por cierto, recién invadidas y robadas en una guerra de vil pillaje por la nación “moralizadora”; jamás “una opción liberadora”, “de perspectiva vanguardista”, “propuesta escolar de gran calado”, “de beneficios insoslayables” y “de oportunidades efectivas para niñas y adolescentes”, como enfática y propagandísticamente concluye Ricardo Medina y a quien sin embargo refutan las condiciones objetivas (de clase, y no de género) del profesorado en las escuelas públicas del Coahuila porfirista donde ser maestra/maestro era si no tarea misional si recurso nada envidiable ante la amenaza de caer en las garras mismas de la indigencia.
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