José Vasconcelos
Alfredo Velázquez Valle.
Estamos en vísperas de otro aniversario luctuoso de José Vasconcelos (30 junio de 1959). Nacido en Oaxaca un 27 de febrero de 1882, este notable mexicano comenzó el siglo XX inquietando a los poderes constituidos y lo siguió haciendo el resto de su vida.
Primero contra el régimen presidencial del Gral. Porfirio Díaz; poco después, contra el otro general espurio, Victoriano Huerta, para unirse más tarde al grupo de generales sonorenses en su lucha contra el carrancismo.
Incrustado en la estructura oficial del poder por Álvaro Obregón, prosiguió su carácter enjundioso contra Plutarco Elías Calles y la imposición de su candidato presidencial, Pascual Ortiz Rubio, al cual le debió un exilio que dicen, le retribuyó en tiempo para su despliegue de cualidades literarias, y giras oratorias por Estados Unidos que, también dicen, le sirvieron de apoyo, para costearse su manutención económica ya que, también dicen, los cargos públicos desempeñados con anterioridad al servicio de la Revolución y de los posteriores gobiernos constituidos no los utilizó en provecho personal. Dicen…
Con generalidad, se hace un balance (casi siempre hiperbólico), de las cualidades, atinos, méritos y bonanzas del “latinoamericanista” que fue, pero nunca, o casi nunca, se repara en los errores, corruptelas, perfidias, traiciones e ignorancias documentadas del personaje que supo representar y que, sin embargo, no demerita algunos de sus rasgos que se recuerdan con rutinaria frecuencia. “Los talentos literarios no están vacunados contra el error.” (Norman Geras dixit).
Los claroscuros de las personalidades públicas rara vez son denotados; el “linchamiento moral” generalmente sucede cuando los propios intereses del Estado clasista así lo requieren; o cuando las propias masas a través de sus luchas revolucionarias, levantan olas gigantes y violentas que todo lo cimbra y nada queda bajo sombras, y entonces sólo entonces, los hombres toman de sí y de los demás la imagen precisa, verdadera, que han desempeñado en el gran arenal de la historia…
Sucede también, que a través del empleo de las herramientas de la ciencia del materialismo histórico podemos delinear los rasgos sobresa- lientes de cada figura que por sus méritos o desaciertos ocupan un sitio en la conciencia oficial y/o colectiva de los pueblos.
Esto, no querrá decir que sólo a través de este recurso del método científico para las ciencias sociales podrá conocerse pura y objetivamente la vida de tal o cual personaje. La subjetividad subyace incluso en el mismo trabajo de la investigación científica: en la elaboración de las hipótesis, de su comprobación y los resultados obtenidos.
Quizá, el uso de la ciencia social para su utilización en beneficio de la misma sociedad aquejada por este orden socioeconómico de explotación y alienación, sea el de poder abrir caminos, zanjar veredas y obviar luchas; contiendas, en las que los de abajo pondrán, que duda cabe, la cuota más falta de sacrificio, abnegación… y sangre.
Pero, volviendo a Vasconcelos, bien podríamos decir que como buen hijo de la clase social a la que inicial y finalmente perteneció, la pequeña burguesía, arrostró las taras de este estrato social: inestable, irascible, reaccionario, mentiroso, indeciso, y profundamente sedicioso.
Su vida, como su obra, es un constante corroborar las más profundas actitudes que este sector social ha mostrado a través del correr de su existencia:
“…y, en efecto, la vida nos obliga a los cambios…cuídate de tomar una decisión, porque en seguida serás su esclavo.” (Ulises criollo). La oscuridad, el desamparo, el miedo y la vanidad que dice son emociones que dominaron su infancia, también dominaron su vida adulta; rasgos que fueron determinados, en última instancia, por ese grupo social que desgarrado por la posición ocupada entre dos clases opuestas, antagónicas, generaba como resultado un mundo falto de certidumbres; forzado a cambios, sin compromisos y con el terrible pavor “a ser esclavo” de una u otra clase y qué decir, de un ideal.
Ni revolucionario (aunque participó de un gobierno emanado de una movilización popular) ni institucional (ya que abjuró del sistema que le invitó a participar de los frutos robados), Vasconcelos nos devela su verdadera esencia cuando, en vísperas al otoño de su vida, abraza la ideología nazi-fascista, e imbuido en un añejo discurso racista (“por mi raza hablará el espíritu”), termina sus días en un apacible despacho, como fiel subordinado al servicio de la máquina de Estado. Es decir, como funcionario menor al frente de la Biblioteca Nacional; en fin, como buen pequeñoburgués.
En la introducción a una edición especial del Ulises criollo, Claude Fell cita a un Noé Jitrikl que más que crítico literario pareciera hagiógrafo del “maestro” Vasconcelos: “Personajes prometeicos los dos (se refiere a León Trotsky y Vasconcelos), los dos contribuyeron a forjar sociedades nuevas y ambos tuvieron que salir del poder para enfrentarse con lo mismo que habían ayudado a crear; la diferencia entre ambos consiste en que en lo que Trotsky es continuidad de la crítica dentro del horizonte ideológico originario, en Vasconcelos lo es fuera de él.”
En la muy forzada, desafortunada, y todavía más desatinada comparación, la ofensa, por supuesto, es para León Davidovich, el profeta ruso de la revolución mundial; para el prometeico de Vasconcelos, valiera mucho y calzara más la comparación con el cabo y misántropo Adolfo Hitler; personaje de quién él sí fue un verdadero camarada de clase social y además, convencido hagiógrafo del genocida y de lo cual “Timón” es fiel y acreditada testigo.
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