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el periodico de saltillo
Noviembre 2015
Edición No. 321



Los vericuetos del poder y la comunicación

Apuntes para un buen orador…
 
 
“Yo no puedo dar a luz sabiduría; así que la acusación que muchos me hacen, de que mientras que cuestiono a los demás, no doy a luz nada cuerdo debido a mi falta de sabiduría, es exacta. La razón de ello es ésta: Dios me obliga a servir como partera y me impide dar a luz. Sócrates (470-399 a.C.).

 

Salomón Atiyhe Estrada.

A través de los años los seres humanos han buscado la forma más adecuada para adquirir el poder de influir en sus semejantes por medio de las palabras, pero son demasiadas palabras las que inundan en el ambiente cotidiano como para que el lenguaje tenga un efecto auténtico y perdurable. Por lo mismo, la búsqueda de poder por medio del lenguaje debe ser más estratégica y basarse en el conocimiento de la psicología elemental porque lo que realmente hace que cambiemos y cambie nuestra conducta no son las palabras que alguien pronuncia, sino nuestra experiencia, algo que viene de adentro, no de afuera. Eso nos sucede con la lectura de los textos de los grandes maestros o de lo que oímos de sus enseñanzas y nos hace cuestionar lo que sabemos y nos lleva a meditar sobre tal referencia cambiando nuestra manera de pensar, las ideas se internalizan y se dejan sentir como una experiencia personal.

Sócrates, el filósofo controvertido de la antigua Atenas, Grecia fue el que influyó decididamente en la comunicación. Con su peculiar manera de preguntar provocaba que sus oyentes, entre los que se encontraba el joven Platón, se dieran cuenta de que su conocimiento del mundo era superficial, si no que totalmente falso. Si hubiera hablado en forma directa y convencionalmente habría vuelto a su público más resistente quedando él como un presuntuoso intelectual. El método de Sócrates consistía primero en hacer gala de su propia ignorancia, diciendo que sabía poco sobre el tema a tratar y elogiaba a sus escuchas alimentando su vanidad; luego formulaba una serie de preguntas entablando un diálogo con uno de los presentes, destrozaba poco a poco las mismas ideas que acababa de elogiar. Nunca decía algo negativo, sino que, por medio de sus preguntas, hacía que la otra persona viera la imperfección o falsedad de sus ideas. Esto era desconcertante porque después de elogiar planteaba muchas dudas sobre lo que ellos decían saber.

El diálogo permanecía en la mente de los blancos de ataque de Sócrates durante varios días, llevándolos a cuestionar sus ideas sobre el mundo por sí solos. En este marco mental, estaban entonces más abiertos al verdadero conocimiento, o a algo nuevo. Sócrates desmenuzaba los prejuicios de la gente sobre el mundo adaptando lo que llamaba el papel de “partera”: no implantaba sus ideas, simplemente ayudaba a sacar las dudas que estaban latentes en todos.

El éxito del método socrático fue asombroso: toda una generación de jóvenes atenienses cayó bajo su hechizo y fue permanentemente alterada por sus enseñanzas. Platón, el más destacado, divulgó las ideas de Sócrates como si fuera el evangelio; y la influencia de Platón en el pensamiento occidental quizá sea mayor que la de nadie más. Concibe este método como comunicación a fondo. El discurso normal e incluso la escritura y el arte exquisitos, usualmente solo tocan a la gente en lo superfluo. Nuestros intentos por comunicarnos con ella se pierden en medio del ruido que llena sus oídos en la vida diaria, aunque toquemos una cuerda emocional creando algún tipo de conexión, es raro que esto dure bastante en la cabeza de la gente para alterar su manera de pensar y actuar.

A lo que debes prestar atención no es simplemente al contenido de tu comunicación, sino también a la forma: el modo en que conduces a la gente hasta las conclusiones que deseas, más que transmitirle el mensaje con tantas palabras. No prediques, no pontifiques, haz que la gente llegue a su conclusión por si solos. Cuando el abogado y orador romano Cicerón quería denigrar el carácter de alguien a quien enjuiciaba, no acusaba ni despotricaba; mencionaba en cambio detalles de la vida del acusado: ‘el increíble lujo de su casa’ (¿pagado con medios legales?), el derroche de sus fiestas, el estilo de sus prendas, las casuales señales de que se consideraba superior al romano promedio. Cicerón decía estas cosas de pasada, pero el subtexto era claro. Sin golpear a los escuchas en la cabeza, los dirigía a cierta conclusión. Las formas indirectas de expresión –silencio, insinuación, detalles cargados de sentido, disparates deliberados- hacen que la gente sienta que participa, que descubre el significado por ella misma. Entre más participe la gente en el proceso de comunicación, más profundamente internalizara sus ideas.

Una de las más revolucionarias ideas de Maquiavelo fue aplicar esta norma a la política (todo se juzga por su resultado): lo que importa no es lo que la gente diga o pretenda, sino los resultados de sus acciones, ya sea que el poder aumente o disminuya. Esto es lo que Maquiavelo llamó “verdad efectiva”; la verdad auténtica, en otras palabras, qué ocurre en la realidad, no en palabras o teorías. Hechos y resultados no mienten. Es importante aprender a aplicar este barómetro a nuestros intentos de comunicación y a los de los demás.

Si un hombre escribe o dice algo que considera revolucionario y que espera que cambie al mundo y mejore a la humanidad, pero eso difícilmente afecta a alguien de modo real, aquello no es revolucionario ni progresista en absoluto. La comunicación que no promueve una causa ni produce el resultado deseado es sólo cháchara que no refleja sino el amor de la gente por su voz y por su papel de cruzado moral. La verdad efectiva de lo que ha escrito o dicho es que nada cambio. La capacidad para llegar a la gente y alterar sus opiniones es un asunto serio, tan serio y estratégico como la guerra. “El fracaso de la comunicación no es culpa del lerdo público, sino del poco estratégico comunicador”.

 
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