Revolución, ideología y desarrollo
Salomón Atiyhe Estrada.
La polémica ideológica ha cedido terreno en los partidos políticos en México; antes, generaba más calor que luz, enfrentamientos verbales y el uso de la fuerza contra la razón del pensamiento, con una ceguera que no les permitía ver, comprender y entender las certidumbres que podrían compartir los bandos de la izquierda y la derecha y, sobre todo, los supuestos implícitos en el ideal del desarrollo ya fuese capitalista o socialista; temas que nunca pudieron madurar ni comprometer al grueso de la sociedad, quedando como un tema exclusivo para intelectuales que se regodeaban en las páginas de las distintas revistas y diarios en una supuesta pretensión de libertad de expresión, logrando tan solo hacerle el juego al régimen en el poder que presumía, a sus costillas, de una existencia de democracia; quimera que perdura en la actualidad.
México era un país tercermundista, ahora nos consideramos en vías de desarrollo dentro de un mercado masivo para los bienes, productos y procesos que están diseñados por los países ricos para su propio uso, y la demanda por estos artefactos y su oferta crece indefinidamente. El mercado y las instituciones modernas crean necesidades más rápido de lo que pueden generar su satisfacción y para hacerlo consumen la Tierra. Los límites de los recursos planetarios se han vuelto evidentes. Los mexicanos entramos a ese grupo de consumidores que compiten por la capacidad de agotar la tierra; agotamos nuestros bosques, nuestro petróleo, nuestra agua y todo tipo de yacimientos minerales, aceleramos la depredación física y con ello la polarización social. Una insaciabilidad sin moral, sin valores patrios, al amparo de la mentada globalización que impulsa el desarrollo fundado en un alto consumo de energía por habitante. Este proceso de depredación que hoy nos preocupa se inició en los setenta, aquí en México, con una clase de políticos que queriendo separarse del concepto ‘político a la mexicana’, que era lo mismo que tercermundistas, se identificaron como Tecnócratas y Yupis. Se intensificó con Miguel de la Madrid, con López Portillo y Carlos Salinas de Gortari. El sueño desarrollista continuo hasta la actualidad, huérfano de ideología, como un barco a la deriva entre los escollos del hambre, del desempleo, la inseguridad y que con el cinismo más grande del mundo nos hablan de austeridad, como una tablita salvadora, pero es una austeridad de sentido degradado y de sabor amargo si atendemos a Aristóteles, Santo Tomas de Aquino, Gandhi… para ellos austeridad es lo que funda la amistad, la alegría, la gracia humana, una virtud que no excluye todos los placeres, sino únicamente aquellos que degradan la relación personal, como lo hace la demagogia, el populismo, la explotación del hambre, la miseria y la ignorancia para obtener favores en las urnas.
Esta falacia desarrollista que pretende insertarnos entre los países desarrollados a costa de la desvalorización de la conciencia patriótica y del sentido de identidad y pertenencia tiene que ser frenada, la Iglesia, los partidos políticos y las instituciones universitarias deben conspirar para desnudarla. Presentarles un inventario de derrotas, y por qué no, correcciones y logros, mediante la convocatoria a los críticos y estudiosos del sistema; estas son las comisiones que deben integrarse en las cámaras de diputados y senadores, revisar las teorías para saber si contamos con un haber que dé respuestas a los enigmas ocasionados por falta de una polémica ideológica que revise esas certidumbres donde la izquierda y la derecha pueden coincidir para un desarrollo sustentable que ponga al barco en aguas firmes. Y aquí, los juristas tienen un compromiso mayor que deben cumplir porque, todavía, el derecho es la senda mejor para que la filosofía descienda de sus escarpadas cumbres a la altura propia de los hombres en su vida cotidiana. La teoría de la justicia es una reflexión maciza sobre el ser y el destino del hombre en la nueva sociedad; “La verdad y la justicia son las primeras virtudes humanas que no pueden transigirse”; la justicia como imparcialidad sobre la tierra firme de la igualdad es, en México, la mayormente perjudicada, lacerada, merced a la corrupción imperante en el país, situación que genera falta de credibilidad en la sociedad civil y una frustración funesta. ¿Cómo convocar a la participación ciudadana si vemos que la única ideología de los partidos políticos es la de su enriquecimiento ilícito, el oportunismo y el cinismo más vil?
Los mexicanos tenemos un sueño, al igual que Martín Luther King, soñamos con una sociedad bien ordenada, en la que cada cual acepta y sabe que los demás aceptan los mismos principios de justicia, y las instituciones sociales básicas satisfacen generalmente estos principios con la certeza de que lo hacen, esto debe integrar la condición política democrática y las principales disposiciones económicas y sociales que protegen la libertad de pensamiento y conciencia, la competencia mercantil, la propiedad privada de los medios de producción y la familia monóloga; un esquema que define los derechos y deberes del hombre e influye sobre su vida, los que pueda hacer y lo que haga. Quizá es una utopía, un juego onírico de palabras, pero las ideas y las palabras son los antiguos instrumentos que han conducido al hombre para vivir en libertad y forjar la sociedad que será.
Los legisladores deben estar preparados para introducirse en estos temas y no sólo en debates banales y en busca de prebendas personales. México está en sus manos, como un polvorón que se puede resquebrajar o endurecer, siempre y cuando obren con apego a la justicia, a la verdad y al bien común. |