El recuerdo de don
Casiano Campos Aguilar…
“…hay hombres que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles”.
B. Brecht. |
Alfredo Velázquez Valle.
Le conocí cuando aún era un estudiante de la Escuela Normal Superior y, también, joven. Veintitantos…
Eran los estertores últimos de una década pronta a fenecer: los ochenta; cuando una parte del mundo convulsionaba a causa de un sistema que había resultado ser todo aquello de lo que Lenin y Trotsky habían denunciado y por lo que, evidentemente, no habían luchado y muerto.
Paradójicamente, en aquel tiempo resultó mi adhesión al marxismo; contradictorio digo, porque ante la caída de la URSS (y a la cual su “socialismo en un solo país” con sus políticas económicas se les identificó erróneamente con el marxismo), realmente pocos, poquísimos se atrevían a tomar como válida una doctrina que mal se avenía en los tiempos del “fin de las ideologías”.
También supuso, este tiempo de definiciones ideológicas, el arribo a mi vida del hombre que en la senectud de su vida aún daba y prodigaba la imagen viva donde la teoría empataba con la praxis. Era un ser humano completo y pletórico de energía: física y mental. Era, lo he dicho, octogenario.
Este hombre, fue un luchador social que ya en la década posterior al inicio de la revolución mexicana se encontraba envuelto en las luchas sociales por lo que entonces se dio en llamar en México, la “redención social de la clase trabajadora”. Que de lejos se escucha eso, ¿verdad? cuasi anacrónico…
Él, participó en un sin número de movimientos huelguísticos, sufrió la represión del Estado clasista y opresor y su nombre apareció asociado a lo que en el Saltillo de mediados de siglo XX se llamó “comunistas” y con todo el peso en desprestigio que en la era mundial del macartismo significaba ser “rojo”. En esta ciudad conservadora y por ende, católica, esa “era” adquirió también caracteres de fanatismo y oscurantismo, sobre todo en sus élites políticas y económicas.
Llegó a la vejez sin mácula política ni moral. Llegó inexorable, y creo que él no la tomó muy en cuenta. Seguía pensando, abstrayendo los aconteceres sociales y devolviéndolos realidades críticas. La indiferencia nunca lo habitó.
Así lo conocí, así era; vivía entre sus libros, y pernoctaba y comía entre horas en lo que de hogar aún quedaba de aquella espaciosa construcción antigua en segundo piso de un céntrico comercio por la calle de Manuel Acuña: “Para petacas las mías”. El tiempo, hecho de cosas, habíase quedado quietecito en esos muebles que le habitaban, aquellos de apellido art decó…
Creo que gustaba aún de las visitas; de otra manera, yo no hubiera traspasado la puertita angosta y maltratada de madera y que a propósito dejaba siempre entre abierta en espera del atribulado, del perseguido, del exiliado, del necesitado, del que fuera que le quitara, le espantara la soledad propia del que la ama. El dintel de su puerta no precisaba inscripción alguna.
Gustaba de recitar, en italiano, tercetos completos de La Divina Comedia; lo hacía recostado en su catre, y teniendo como testigos de su infalible memoria a los soles que pueblan la bóveda celeste y que seguirán siendo estrellas para los poetas. Mi recuerdo lo retiene en aquel amplio techo terraza del departamento:
“Per me si va ne la citta dolente,
per me si va ne l´etterno dolore…”
También yo lo hacía, que no siendo ningún astro (ni del espectáculo siquiera) le seguía en su recitar en alguno que otro de estos versos medioevales; aunque de manera callada, no fuera a errar, porque lo hacía, vaya que sí. Él, admiraba la inteligencia del florentino.
Hoy me ha venido a la memoria, asaltando al pensamiento, el recuerdo de este memorable personaje del Saltillo que conoció mejores tiempos (incluido el clima, ya lo creo).
Casiano Campos Aguilar se llamaba este profesor y fue un hombre del tipo del que nuestros antepasados llamaban “de una pieza”; entrañable profesor; del recuerdo abstraído (¡me sorprendo!), he sacado, como del bolsillo de una chamarra se toma el olvidado billete urgido en la necesidad, la energía viva, invicta, lista para emplearse en lo atribulado de estos tiempos anti obreros, anti populares, anti ecológicos… anti humanos (y no es ninguna hipérbole).
Sí; si alguna utilidad ha de obtenerse de lo evocado, es ese no tangible, no contabilizado rédito que se traduce en la potencia, previa al acto, que no es sino la idea de entereza y entrega con pasión a lo que es el deber para con la solidaridad proletaria, divisa del marxismo; aún y cuando la adversidad neoliberal, (verdadera puerta dantesca del averno), nos diga que hombres como usted no existieron, no existirán…
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