publicación Online
 
 
el periodico de saltillo
Noviembre 2016
Edición No. 333


Los maestros coahuilenses de primeras letras:
¿intelectuales orgánicos?



Alfredo Velázquez Valle.


“Pero en la lucha política, ideológica y filosófica, las palabras también son armas, explosivos, calmantes y venenos. Toda la lucha de clases puede a veces resumirse en la lucha por una palabra o contra una palabra.”
L. Althusser.


El papel que el sector magisterial desempeñó en la Revolución Mexicana de 1910 es aún tema de investigación.

Es innegable la participación de éste sector en el desarrollo de los acontecimientos que dieron vida a este gran movimiento social que desembocó en la República Social que imperó en el país al menos en letra hasta 1988, año en que arrancó el proyecto neoliberal que ha ido desmantelando metódicamente los logros sociales que este movimiento armado generó y plasmó en leyes torales que hicieron de la Constitución de 1917 la más avanzada para su tiempo en Latino América.

Sin embargo, existe el parecer, según el cual los maestros (así, en general), fueron los artífices de la conciencia social y política que solidificó el ideario subversivo que llevó a la caída de la Dictadura Porfirista.

Así lo sustenta la historiadora saltillense Candelaria Valdés en su libro “Una sociedad en busca de alternativas. La educación socialista en La Laguna”:

“La conciencia política de los habitantes de La Laguna fue estimulada… por los maestros de escuela. Su papel sociopolítico en el periodo precursor y revolucionario resultó clave en la organización y cohesión de las ideas opositoras.”(Silva, 1999)

Sin afán de demeritar el papel que los maestros de “primeras letras” desempeñaron en este movimiento de masas campesino propongo tomar en cuenta ciertas variables como las que a continuación cito, como un intento –otro- de dimensionar objetivamente su papel en el acontecimiento histórico más importante del siglo XX en la historia de México, la Revolución Mexicana.

Primera: escribir en términos como “los habitantes de La Laguna” lo fue, como lo es ahora, una generalización. Conformada por clases sociales y sus correspondientes sectores de clase y desclasados, la población lagunera recibió –no podía ser de otra manera- en grado distinto (o grado nulo) la influencia de los mentores de la niñez y la juventud.

Segundo: Los maestros de esta región de Coahuila no eran todos titulados de alguna Escuela Normal; incluso podríamos decir que la mayor parte de estos maestros carecían no solo de título sino de alguna preparación mínima adecuada para instruir a la niñez y juventud lagunera (ver estadísticas de principios de siglo XX en el Archivo Histórico de SEDU); qué decir entonces, de una abrumadora mayoría de habitantes analfabetas y lejos, muy lejos de los supuestos beneficios de la escuela oficial porfirista.

Tercero: los ciudadanos que ejercieron esta profesión escasamente podrían haber tenido una conciencia política; el solo hecho de participar de cierta preparación y transmitirla a niños no debe hacernos suponer que se participaba por, o debido a ello, de una “conciencia política” (conciencia para sí). Más bien, portadores de ciertas ideas positivistas condensadas en la famosa frase del viejo dictador, menos política y más administración, los maestros normalistas apostaron por el orden, el progreso y la “pax” insalvable, ésta última, para la consecución de los dos primeros. Evolución, no Revolución.

Cuarto: la organización y cohesión política de clases o segmentos de las mismas se logra solo mediante asociaciones específicas encaminadas directa o indirectamente a ello: asociaciones clandestinas, partidos políticos, sindicatos, asociaciones cívicas, mutualistas, etc. Entonces, busquemos en ellas la actuación del ciudadano, más que del maestro de primeras letras, para la consecución de aquel fin.

Es decir, estos maestros de escuela que pudieron haber representado algún referente en el periodo precursor y revolucionario lo fue porque escaparon, en cierto modo, al papel que el Estado, a través de la preparación normalista, les hizo representar: el de avanzada de un sistema económico social que destruía la personalidad del individuo vejando los derechos de sus ciudadanos.

Quinto y último: ¿Qué tan crucial (“clave” dice nuestra historiadora) para la organización y cohesión de las ideas opositoras pudo haber sido el discurso de un supuesto “grupo social de jóvenes maestros normalistas” si éstos no llegaron a representar más que una ínfima parte de un todo que más que moldeable, influyó en ellos, los maestros, y los volcó entre los violentos vaivenes de la marea revolucionaria?

Coahuila contaba en el año de 1910 con 911 maestros –la mayor parte de ellos no titulados- repartidos en alrededor de 151 kilómetros cuadrados con una población que sobrepasaba los 362,000 habitantes. Para la región de La Laguna la proporción era de 1 maestro por cada 600 habitantes. (INEGI, s/f)

De entre ellos, ¿Cuantos eran jóvenes? ¿Cuantos titulados en alguna Escuela Normal? ¿Cuántos habían egresado de la Escuela Normal de Profesores de Coahuila? ¿Cuántos provenían de otros estados? ¿Cuántos de estos profesaban ideas subversivas? ¿Cuántos de entre ellos tenían una verdadera capacidad organizativa de masas –como se requería- para llegar a consensos y prácticas revolucionarias? ¿Cuántos de ellos ejercieron su profesión en el campo y cuántos en la ciudad? ¿Cuáles de ellos educaban a las clases poseedoras y cuantos a las clases explotadas? ¿Cuántos maestros tenían contacto con comunidades alejadas de los centros semi urbanos?

Quizá si respondemos acertadamente a estas preguntas, veremos que el número de maestros de primeras letras habidos en la región Lagunera de por si reducido lo fue seguramente aún más, como para aventurar la tesis del maestro como elemento organizador y/o catalizador de la fuerza que hizo posible el huracán social que resultó ser la Revolución Mexicana.

Aventuremos dos conjeturas: los normalistas saltillenses, necesitaron primero ser educados en el bajo mundo de las demandas populares para en primer lugar tener presencia real entre las masas campesinas y jornaleras de La Laguna y después, requirieron una sólida conciencia política para convertirse en guías organizadores y catalizadores de un movimiento de tal magnitud como lo fue la Revolución Mexicana.

Parafraseando la Tercera Tesis sobre Febuerbach de Marx: el educador necesitaba ser educado.

Pero, sigamos la lectura en el parágrafo siguiente:
“… se puede sostener la tesis de que en la zona lagunera los maestros de primeras letras cumplieron un papel como “intelectuales orgánicos.” (Silva, RAICES Y HERENCIAS DE UN PPROYECTO EDUCATIVO, 1999)

Al respaldar, Valdés Silva, la tesis que el historiador y catedrático de la conservadora Universidad de Oxford, Alan Knight lanza con respecto a los maestros de primeras letras y su papel desempeñado en la Revolución Mexicana a los cuales cataloga como “intelectuales orgánicos”, hemos de acotar lo siguiente:

Antes que otra cosa, cabe la pregunta ¿Intelectuales orgánicos de qué clase social? Porque, de los campesinos y jornaleros habidos en la extensa región lagunera no lo fueron.

Entonces, digamos que más que intelectuales orgánicos de la población con potencial revolucionario (cada clase social posee los propios a excepción de los campesinos), los maestros de primeras letras fueron específicamente intelectuales pequeñoburgueses tradicionales y, ahondando: subalternos. Expliquémonos:

Tradicionales en el doble sentido gramsciano porque, si como sostiene Candelaria Valdés la educación de los jóvenes maestros normalistas coahuilenses abrevó del liberalismo juarista, constituían, por ello mismo, la capa de intelectuales que pregonaban el discurso ideológico de las antiguas clases dominantes liberales anteriores a la aristocracia porfirista de los “científicos”. Y, segundo, porque su actividad docente en la comarca lagunera estuvo ligada, como pretende Candelaria Valdés, a la masa social campesina.

Subalternos porque “Los intelectuales son los empleados del grupo dominante a quienes se les encomienda las tareas subalternas en la hegemonía social y en el gobierno político.” (GRAMSCI, 1967)

En efecto, si hemos de caracterizarlos por el trabajo desempeñado y el contexto al cual llevaron su labor educativa hemos de concluir que dicha caracterización gramsciana los coloca en esta posición; descubriendo en ello una realidad que quizá no encuentre lugar cómodo en el relato donde los maestros, no como “maestros de primeras” letras, sino como articulistas en periódicos de difusión modesta, se dedicaron a la propagación más bien no de ideas revolucionarias, sino de liberalismos decimonónicos (juaristas), democracias a modo ( maderistas) o incluso, constitucionalismos contrarrevolucionarios “barbachivistas” ( carrancistas).

Pero si queremos ir más allá en el pensamiento gramsciano con respecto a los intelectuales subalternos (abogados, maestros, médicos, notarios públicos, etc.) y su presencia entre las capas campesinas hagamos uso de la siguiente cita tomada del teórico marxista sardo:
“Por sus orígenes, el intelectual no tiene entonces un contacto social con el campesinado. Más aún, de ellos se deriva un odio feroz hacia el campesino, “considerado como máquina de trabajo” que hay que roer hasta el hueso y que se puede sustituir fácilmente dada la sobrepoblación trabajadora, y reciben también el sentimiento atávico e instintivo de un pánico loco al campesino y a sus violencias destructoras y, por lo tanto, una costumbre de refinada hipocresía y una refinadísima habilidad para engañar y domesticar a las masas campesinas”. (portelli, 1981)

Incluso, Gramsci va más allá al señalar que “los intelectuales también controlan al campesinado sirviéndole como “modelo social” y apartándolo de un proyecto revolucionario.” (portelli, EL ROL DE LOS INTELECTUALES EN EL SENO DEL BLOQUE HISTÓRICO, 1981)

Como hemos visto, el papel que los maestros normalistas desempeñaron en el proceso revolucionario es quizá mucho más modesto, casi igual que el de los demás actores del drama histórico que cimbró toda una sociedad y donde el papel toral queda anclado, sin duda alguna, en la masa de la población de desheredados campesinos y jornaleros, algunas veces engañados y otras veces reivindicados por intelectuales como José Vasconcelos en el primero de los casos, o Pablo Torres Burgos para el segundo.

Se antoja concluir con una reflexión no mía, pero sí de Alberto Arnaut Salgado, investigador, éste sí mexicano, del Colegio de México, autor de Los maestros de educación primaria en México 1887 - 1994:

“Las escuelas normales fueron lo mismo nido de conservadores que cuna de revolucionarios, que la participación del magisterio en la lucha armada fue muy diversa, pero a todos los transformó la Revolución. Hubo tanto maestros revolucionarios como maestros víctimas de la revolución.”
Bibliografía

GRAMSCI, A. (1967). La formación de los intelectuales. En A. Gramsci, La formación de los intelectuales (pág. 30). México, D.F.: Grijalbo.
INEGI. (s/f de s/f de s/f). http://www.uv.mx/apps/censos-conteos/1910/menu1910.html. Recuperado el 25 de octubre de 2016, de http://www.uv.mx/apps/censos-conteos/1910/menu1910.html: http://www.uv.mx/apps/censos-conteos/1910/menu1910.html
portelli, h. (1981). EL ROL DE LOS INTELECTUALES EN EL SENO DEL BLOQUE HISTÓRICO. En h. portelli, gramsci y el bloque histórico (págs. 114 - 115). México, D.F.: Siglo XXI Editores.
portelli, h. (1981). EL ROL DE LOS INTELECTUALES EN EL SENO DEL BLOQUE HISTÓRICO. En h. portelli, gramsci y el bloque histórico (pág. 114). México, D.F.: Siglo XXI Editores.
Silva, M. C. (1999). RAICES Y HERENCIAS DE UN PPROYECTO EDUCATIVO. En M. C. Silva, UNA SOCIEDAD EN BUSCA DE ALTERNATIVAS La educación socialista en La Laguna (págs. 32 - 33). Saltillo : SEPC.
Silva, M. C. (1999). RAÍCES Y HERENCIAS DE UN PROYECTO EDUCATIVO. En M. C. Silva, UNA SOCIEDAD EN BÚSQUEDA DE ALTERNATIVAS La educación socielista en La Laguna (págs. 32-33). Saltillo: SEPC.

 
© 2014 El Periódico de Saltillo contacto@elperiodicodesaltillo.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     
carton noviembre 09 Noviembre 09 Rufino