Un país de solapadores
Fidencio Treviño Maldonado.
Hace muchos años en este país, como decía el alemán F. Schiller: “Tenía más valor la palabra dada que la escrita”. De pronto ni los regaños, gritos con palabras altisonantes, ni con la misma palabra escrita, sellada, firmada con testigos ha podido detener el desorden en todos los rasgos que nos aquejan. Dice un refrán popular y de mucha conveniencia para los truhanes, gamberros y pícaros “que las leyes y reglas se hicieron para romperse”, y aunque pocos conocen este refrán, parece que ni mandado hacer y nos queda a la medida al 99.09 de los mexicanos.
Solapamos a nuestros hijos, parientes, amigos o conocidos y en muchas de las veces lo escondemos sin siquiera comentarlo, menos repudiar ciertos actos que aunque parezcan pequeñas, traviesas o simpáticas gracejadas que desde niños, adolescentes o ya adultos aunque sean delitos mayores, aun nos parezcan normales, como el caso de los robos de parte de nuestros gobernantes, que percibe la sociedad con naturalidad y sólo en algunos habitantes su percepción es de escepticismo y de ahí no pasa.
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Encontrar el hilo a la madeja o poner y acomodar cinco piezas de un rompecabezas de un millón de partes, parece ser más fácil que entrar al embrollo de miles de laberintos que conlleva ser solapadores en los actos que tienen como cimientos la corrupción y la evasión de la justicia, que es la percepción de la mayoría de los habitantes el 94% (INEGI ) asegura que entre los diferentes cuerpos policiacos, ministerios públicos, jueces y otros poderes que gobiernan, son los principales solapadores para continuar haciendo con el pueblo lo que a los de la Casta divina y la Clase politica del país les plazca, con la clara anuencia de nosotros que somos conscientes de que existen actos de rapiña, prepotencia y miles de abusos.
Vivimos en la costumbre de nuestra natural indolencia de saber y ver cómo se solapan estos actos miserables, en donde conllevan la injusticia, la desigualdad, la violencia en una sociedad mancillada y engañada, mientras la autoridad en todos sus niveles como ha quedado demostrado muchas veces, sólo busca el remedio recaudatorio, llamadas de atención, avisos hasta llegar a multas o ciertos correctivos ridículos por los delitos que monopolios, empresas, personas físicas y morales montan a diario.
El caso de los bares, antros o simples congales sembrados en el país en donde se solapa a sus dueños o leoninos que se le vendan bebidas alcohólicas a niños y se prostituyen menores de edad, inclusive expendiendo bebidas piratas o adulteradas y ante esto muchos padres de estos adolescentes y niños los defienden, solapando a sus críos.
Es una lástima que a estas alturas del tiempo en México, con la modernidad y tecnología que aunque sea comprada o mal copiada, ha perdurado la corrupción como un monopolio que abarca todos los rubros de la imaginación nacional, que es el escudo de los grandes y chicos maleantes, encargados éstos de diferenciar entre delitos mayores, hasta los considerados delitos menores, a los que según se palpa y, lo peor aun, la sociedad lo ve como costumbre y de ahí solapar las gracias que hacen con nosotros y a la vez algunos llevamos a cabo solapando desde niños a nuestros hijos, nietos, sin saber los estamos sentenciando a vivir bajo la protección de un frondoso árbol, que tarde o temprano puede partirlo un mal rayo.
Parece que es mejor endosar con ridículos nombres caricaturezcos y soeces epítetos a los malandros y políticos corruptos, que son lo mismo, que acusarlos, señalarlos en esta sociedad solapadora, como ha quedado demostrado. ¿Qué gana el pueblo con que éste o aquel gobernador corrupto sea expulsado de X partido político ..? ¡Nada!, y ante esta realidad seguimos navegando en las aguas negras de nuestras atropelladas, multivioladas y mancilladas leyes. Tal vez como decía Dolores “La Pasionaria” Ibárruri, en España: “Quien solapa a los corruptos, es cómplice de sus fechorías”.
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